Me despaché solita

Sexo 25/08/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:06
 

Querido diario: Va una anécdota agridulce. El martes me habló Pepe. Es un buen cliente y una magnífica persona con un solo defecto: fuma mucho.

Lo recordaba de la última vez que nos vimos, hace meses, desnudo y boca arriba con los brazos cruzados detrás de la nuca y despidiéndome con una columna de humo que su boca expelía como un bostezo del Popocatépetl.

Es que Pepe no puede evitar fumar después de coger. Es el más grande cliché, pero así lo vive. Es una necesidad imperiosa la que le viene después del orgasmo, de encender un cigarro y empezar a respirar sus venenos.

Sabe que yo no lo tolero. Me explico: No me gusta mucho el cigarro. Creo que es un pésimo hábito, pero tampoco soy la más ferviente luchadora por la salud de los pulmones ajenos. Respeto si alguien le gusta fumar. Sin embargo, mi trabajo consiste en ofrecer intimidad. La intimidad involucra los sentidos. Debo verme bien, ser suave al tacto, dulce al gusto, amable al oído y, desde luego, de aroma fresco. Si me acuesto con una chimenea, voy a ir a mi siguiente cita oliendo a tabaco, especialmente porque el humo del cigarro se impregna en el cabello, lo invade. Si me acuesto con alguien que fuma y me echa el humo encima, sé que no me podré deshacer del olor por un buen rato, incluso después de ducharme queda un ligero, pero insufrible olor a nicotina.

Hay quien dice que son ideas mías, pero no me voy a poner a averiguar, de modo que prefiero que mis clientes no fumen mientras compartimos cama. Por eso Pepe, apenas me visto y agarro camino rumbo a la puerta, él brinca sobre su cajetilla y enciende un cigarrillo.

Pepe es un encanto de persona. Algo terco, pero muy bueno en la cama. Me llama a menudo. El miércoles, como iba diciendo, lo hizo. Sentí que estaba de suerte porque casualmente llevaba puesto el vestido que le gusta. Caminé el pasillo y me paré frente a la puerta de la habitación en la que estaba. Toqué con los nudillos tres veces y abrió de par en par en la puerta.

Sorpresa: estaba demacrado. Parecía sediento. No quise comentar nada, pero era obvio, así que él mismo se explicó:

—Un tumor —dijo con la voz rota y la mirada al cielo. Se veía preocupado. Aún debía esperar algunos resultados, pero temía una sentencia irreversible.

—He dejado de fumar por recomendación del médico —dijo con el labio tembloroso.

Bueno, eso es positivo desde mi punto de vista, pero supongo que podría entender su pesar.

Me sentí triste por él. Lo abracé y le dije que todo iba a estar bien. A sus cuarenta y tantos años parecía de sesenta, el pelo se le encaneció y su mirada perdió chispa. ¡Caramba! Preocupado por su salud y sin posibilidad de disfrutar de un cigarrito que le calme los nervios.

—Entre que es una cosa o no, quería volver a verte. Ya sea que me des suerte o me despidas —dijo.

—Pepe —respondí sorprendida tocándole el bulto que le creció bajo el pantalón—. Eso que tienes ahí es síntoma de buena salud.

—O de las ganas que te tengo —sentenció sonriendo y me besó en la boca. Su labio tembloroso ahora se mezclaba con los míos. Mientras nos besábamos fuimos desnudándonos. En poco tiempo estábamos en la cama.

Me lamió las tetas y me palpó el clítoris con sus dedos húmedos. Yo lo agarré por el cuello y gemí bajito muy excitada. De pronto sentí el fuerte impulso de colocarme encima y cabalgarlo de espalda, con la cara hacia sus pies. Coloqué mis nalgas en su pecho y me incliné su sexo. Estaba muy duro e hinchado. Se notaba que le hacía falta este tipo de atención. Le puse el condón y me despaché yo misma arqueando la espalda.

Lo sentí estremecerse al meter su miembro palpitante hasta lo más hondo de mi umbral. Mis nalgas rebotaban en su abdomen con cada arremetida de su cadera. Lo agarré por los tobillos y me moví a su ritmo. Se sentía muy rico. Él estaba gozando aquella cogida como si fuese la última. De pronto se irguió y yo apoyé mi espalda en su torso. Lo escuché respirarme en la nuca. Deslizó sus manos frías por mi pecho y me pellizcó los pezones. Me encantó. Yo empecé a agitarme y a clavarme más en él.

—Lo haces muy rico, Pepe —le dije mordiéndome los labios.

Entonces se alzó súbitamente y me puso boca arriba. Me agarró una pierna, la apoyó en su hombro y me volvió a penetrar de un empujón. Había algo desesperado en su manera de coger. Sudaba copiosamente y gruñía como queriendo exteriorizar algo. Parecía que lo hacía por primera vez.

Las preocupaciones se disipan entre sábanas. El sexo tiene ese extraño efecto reconfortante. Me besó nuevamente. Su lengua encontró la mía. Me apretó por la cadera y empujó su pelvis cuando ya no pudo aguantarlo más. Acabó completito, con expresión de alivio. Se desplomó sobre la cama, boca arriba. Pero esta vez no echaba humo por la boca. Por lo menos tenía oxígeno. Me acosté sobre su pecho y nos quedamos en silencio. No quise indagar más en su salud. Nos despedimos y quedó en llamarme luego. Espero de todo corazón que entonces traigas buenas noticias Pepe, eres adorable. Está fue una encamada deliciosa, pero no la del estribo.

Un beso,

Lulú Petite

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