Hinchado y bombeante

Sexo 25/07/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:05
 

Querido diario: Me gustan como tú, así… chiquitas, petite, dijo mirándome a los ojos.

Nos conocimos hace mucho y en aquella época me llamaba muy seguido, pero de pronto dejó de hacerlo. Es normal, muchos clientes con el tiempo dejan de llamar, ya sea porque buscan servicios con otras chicas o dejan de contratar. Algunos, después de un tiempo, regresan, otros desaparecen para siempre.

Él no sólo es ridículamente guapo, sino que es encantador. De esos hombres con un toque seductor y dominante a la James Bond. Su piel es blanca, su cabello castaño, tirándole a rubio y su cara ¿Cómo explicarlo? No es guapo por bonito, sino porque tiene mucha personalidad.

Hace una eternidad que no lo veo, pero me sigue en Twitter y a veces me escribe por ahí, más que todo para saludar. Llevaba años sin verlo. Literalmente. A veces, cuando se ha formado cierta afinidad con los clientes y una se encariña, se siente realmente extraño volver a coincidir. Cuando escuché su voz al otro lado del auricular, mi corazón dio un brinco. El resto fue fácil.

Abrió la puerta y sonrió. Hablaba por el celular, pero mientras escuchaba lo que le decían, me admiraba y me hacía muecas como remedando a la persona al otro lado de la línea. También se acercó para tomarme por la cintura cuando me incliné para colocar los condones a la mano, sobre el buró.

—Sí, señor —dijo respondiendo al del teléfono, pero también con un tono que iba dirigido a mí. Es sexi cuando un hombre me toca mientras habla por teléfono, cuando se hace como un acto de complicidad cachonda, de faje travieso.

Entonces colgó y se abalanzó sobre mí. Me cubrió de besos y hundió su rostro en mi cabello para disfrutar del aroma. Había pasado mucho tiempo. Correspondí a sus caricias y mientras nos poníamos al día nos desvestíamos. Cuando me tenía sólo en lencería, se acercó a mí y restregó su sexo contra mis nalgas. Oh. Su miembro causó estragos en mis sensaciones. Fue un reencuentro mágico. Lento al principio, como de redescubrimiento.

Le puse el condón con la boca. Estaba más panzoncito, pero no demasiado. Y algunas canas asomaban entre sus cabellos dorados. Entonces empezó a recorrer mi piel con sus manos tibias. Me encajó su pieza, haciendo estallar mi pelvis. Estaba mojadita, con la flor abierta para que él tomara el polen. Mi piel estaba erizada y en mi fuero interno sentía unas ganas enormes de desgarrarlo a besos. Lo rodeé con las piernas y alcé la cadera para que pudiera atravesarme más a fondo. Apreté los puños en la sábana cuando comenzó a moverse más rápidamente, más duro, empujando sin dejar rastros, escurriendo su pieza de carne hirviente hasta lo más hondo de mi ser. Su respiración en mi oreja, sus gemidos cada vez más sonoros, sus balbuceos de placer contagiaron aún más mis ganas de alcanzar el clímax junto a él.

—No te detengas —murmuraba como tendida bocarriba en un sueño, convencida de que podía escucharme.

La cama rechinaba debajo de nosotros. El peso de su cuerpo sobre el mío me hacía sentir a merced de un deseo cada vez más elevado, más insaciable. Rodamos por la cama, arrastrando una cola de sábanas y almohada, creando un torbellino de calor y placer. Sus labios pronto abordaron mis senos, más sensibles que nunca. Su lengua en torno a mis pezones causó una descarga electromagnética en todo mi sistema nervioso. 

Él gruñía y me clavaba al colchón con la potencia viril de sus arremetidas. Clavé las uñas en su espalda, apreté el ceño para no encandilarme con el haz de luz que nubló mi mente, me mordí los labios para no gritar y apreté la garganta para dejarlo salir de mis poros, todo, al mismo tiempo que él. Se desahogó con una exhalación, venas brotando de su cuello enrojecido, insertando hasta la base aquel monstruo hinchado y bombeante.

Retozamos un buen rato antes de volver a hacerlo. Los viejos vínculos causan este tipo de cosas. Al despedirnos me dijo que en una semana tendrá un viaje de trabajo largo a no sé qué lugar del gabacho.

—Cuando regrese te hablo —dijo. Así me dijo hace unos años. Yo aún sentía entre mis piernas las punciones deliciosas de aquel orgasmo y sonreía, me encanta la idea, así que me quedé con aquel te hablo, como una promesa viable. 

Hasta la próxima, Lulú Petite

 

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