Exquisitamente dominante

Sexo 25/05/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:09
 

 Querido diario: Me fascina lo exquisitamente dominante que puede ser Agustín. Me tenía ensartada estilo perrito, con las manos sostenidas detrás de la espalda, dándome y dándome con su pene a punto de estallar. Yo gemía, empapada en sudor y relamiéndome los labios. Él siempre me hace acabar.

Después de quitarse el condón y recostarse a mi lado, exhausto y satisfecho, nos pusimos a platicar. A menudo pasa. El sexo aceita la comunicación y hace que fluya espontáneamente.

Hablamos de esto, de lo otro, etc. No sé cómo salió a colación, pero le comenté que mi computadora estaba fallando. De pronto,  simplemente se pasma. Estuve a punto de contarle que no había podido escribir tan seguido como quería por este mismo detalle, pero al final me contuve.

Agustín se rascó la barbilla y empezó a hacerme preguntas que ni sabía cómo responder. Llegado a cierto punto, atravesé suavemente mi índice en sus labios jugosos e hice sssshhh…

—No entiendo nada de lo que dices —le dije bajito, mirándolo a los ojos y con mi mejor sonrisa.

Agustín tiene un negocio muy exitoso relacionado con computadoras. Supongo que por eso quería saber. Empezó su negocio hace años, con un pequeño taller donde reparaban   computadoras.

—¿La traes contigo? —preguntó.

Lo dicho: la suerte me acompañó. Resulta que sí la llevaba conmigo, con la intención de buscar quién le metiera mano.

—Si quieres, después de ducharme la reviso.

Ya estaba mi computadora en la cama cuando él salió de la regadera con la toalla en la cintura.

—A ver —dijo acostándose como un estudiante que escribe un ensayo para la universidad, con la laptop sobre su barriga.

Yo me acosté a su lado y vi todo lo que hizo. Según él, era un problema operativo y había que mover tal cosa, reformatear tal otra y desinstalar no sé qué. Después de cierto punto, fue como si me hablara en chino. No tardó mucho.

—Listo —dijo al cabo de un rato—. Debería ir más rápido así. Todo es cuestión de mantenimiento. Reí, pensando que en computadoras, como en todo, el secreto está en el mantenimiento y en encontrar quién sepa darlo.

Hicimos a un lado la compu y empezamos de nuevo. Teníamos bastante tiempo para seguir jugando al amor. Él se abalanzó sobre mí. Aún estaba fresco de la ducha. Hundió su cara entre mis tetas y me hizo reír. Fue besándome poco a poco, trazando una línea de sensaciones con su lengua. Mi pecho, mi abdomen, mi ombligo. De pronto,  empezó a lamerme la parte interna de los muslos, acercándose cada vez más a mi vagina. Con la punta de su lengua dio la primera pincelada. Me estremecí de inmediato y cerré los ojos, entre acalorada y presa del escalofrío. Me abrió las piernas y plasmó su boca entera sobre mi sonrisa vertical.

Empecé a mojarme copiosamente, invadida de una cosquilla sin precedentes que me recorría todo el cuerpo. Ahogué mis dedos en su cabellera y apreté su rostro contra mi entrepierna, gozando de su boca experta.

—Estoy lista, por favor, supliqué. Cógeme ya.

Agustín se puso un condón y se colocó encima de mí. Lo recibí ampliamente, apoyando mis talones sobre sus hombros. Él se hincó con todo el peso de su cuerpo y fue como sentirme atravesada por una lanza. Al sentir su pene meterse en mí, su textura y dureza, entré en trance. Me agité como pude, pero Agustín se balanceaba de arriba abajo, ensartándome su pieza hirviente. Hay hombres que hacen el amor con una bravura deliciosa.

Mis tetas convulsionaban con cada arremetida de su cadera, la cama chirreaba como amenazando descalabrarse, pero no nos importaba. Yo no quería que se detuviera nunca, mientras me dirigía a los terrenos del placer supremo.

Entrelazamos los dedos de las manos y nos apretujamos hasta exprimirnos por completo. Agustín se desplomó sobre mí exhausto, sin más energías, boquiabierto con la cabeza recostada en mi pecho empapado de transpiración.

—Puedo oírte el corazón —dijo recuperando el aliento.

Nos quedamos un buen rato así, sin hacer ni decir nada. No sé en qué pensaba él, pero yo sólo esperaba que el mantenimiento que le di en la cama, haya surtido el mismo efecto benéfico que el que él le dio a mi computadora.

 

Hasta la próxima, Lulú Petite

 

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