Bien cogido

Sexo 25/04/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:00
 

Querido diario: Jaime me habló muy noche, para vernos con carácter “de urgencia”. Nadie puede tener la urgencia de coger, pensé, pero según dice, él sí. De no hacerlo, no puede concentrarse para seguir trabajando. No sé bien a qué se dedique, pero tiene algo que ver con trabajo creativo y computadoras.

El asunto es que ya estaba en el motel, pero la chica con quien se había puesto de acuerdo le quedó mal. Por pura suerte le contesté yo y fue lo suficientemente persuasivo para convencerme de ir a esas horas a chambear.

—No puedo trabajar, Lulú te lo juro —dijo con tono amargo, tirando a desesperación o a tristeza—. No tengo ideas.

Cabizbajo, me explicó que se había quemado las pestañas tratando de cumplir con su trabajo, pero que simplemente no lo sentía bien y la fecha de entrega se acercaba como un machete a su pescuezo.

—Armo con mucho entusiasmo las ideas en la cabeza, pero no tienen ningún sentido una vez que empiezo a trabajarlas en la computadora —dijo mientras lo ayudaba a quitarse la camisa. Estaba sentado en el borde la cama y yo lo cubría por la cintura con las piernas, sentada detrás de él, completamente desnuda. Mis pechos rozaban su espalda. Podía percibir el aroma que emanaba de su piel: tazas interminables de café y horas de desvelo, pero también un olor divino, como a piel curtida en manzanilla, algo forestal, natural, animal.

Honestamente no sabía ni qué decir.

Lo abracé fuertemente. Mis tetas se aplastaron contra sus pecas. Recosté el mentón sobre su hombro y lo rodeé con mis brazos por la cintura.

—¿Sabes qué? —le dije en tono motivador—. Cuando quieres hacer algo, simplemente vas y lo haces. Quizá lo mejor es relajarte un poco, descontaminar el cerebro de trabajo. Cuando salga saldrá.

Estiró su cuello hacia atrás y lo expuso para que lo besara —Esa es la idea — Dijo con una mueca parecida a una sonrisa.

Algo de la tensión se le había disipado del cuerpo. Aspiré esa fragancia viril que emanaba su piel y lamí el costado de su manzana de Adán. Presencié cómo su piel se enchinó en reacción en cadena. La mía, por contagio, hizo lo mismo. Me transmitió la electricidad de su excitación.

Escurrí la mano entre sus piernas y palpé el paquete completo. Se prensaba y se crecía exponencialmente. Así daba los primeros pasos de la pasión que estaba por arrasarnos.

Jaime se incorporó en la cama, se dio media vuelta y me buscó la boca acaloradamente. Sus labios gruesos hicieron delicias con los míos. Su lengua danzó con la mía en un beso cálido, extenso y húmedo.

Con una mano me tocaba las tetas mientras con la otra me hacía estremecer por abajo. Sus dedos supieron encontrar el camino empapado y calentito hacia mi umbral. Cuando su dedo gordo rozó mi clítoris, me aferré a su cuello con un suspiro y puse los ojos en blanco debajo de mis párpados en negro.

Rodamos por la cama comiéndonos sin cesar, explorándonos la piel. La curvatura de mi cadera recibió sus caricias más picantes, mis pezones sus mordisquitos y lamidas más lascivas. Apoyé los talones sobre sus hombros y apreté los dientes a medida que él se movía hacia tras y delante, sin parar.

Estrujó las manos en el colchón y se agitó con un vaivén muy rico que me hizo delirar. Apreté los músculos, me retorcí al borde del abismo del clímax. Sus gemidos se confundían con los míos, así como sus gruñidos y sus balbuceos.

Nos miramos a los ojos sin necesidad de decirnos nada. Su transpiración corría copiosamente por su frente y rostro. Estaba a punto, al igual que yo. Podía sentirlo crecer dentro de mí, palpitando y exudando tensión. Estaba por estallar. Estrujé la sábana y devolví su empuje apretando mi vulva. Esto le fascinó y empezó a taladrarme más rápido y más duro. Desde su garganta surgieron rugidos apagados por el eco del orgasmo, que marcó el momento como un destello, una colisión de sensaciones, detenida en el tiempo, en la tensión justa de la creación de algo tan infinitamente rico como efímero. Después de vaciarse y desplomarse bocarriba sobre la cama con una sonrisa de oreja a oreja, me di cuenta de que le había clavado las uñas en los brazos, pero a él no parecía importarle. Simplemente se reía y decía que se le había despejado la mente. La hora se había esfumado, pero Jaime lucía satisfecho. Un buen orgasmo para el cuerpo y nuevas ideas para su mente.

 

Hasta el jueves, Lulú Petite

 

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