Día de poca acción

Sexo 25/02/2016 11:46 Lulú Petite Actualizada 17:53
 

Querido diario: No soy supersticiosa, nomás porque dicen que es de muy mala suerte. De todos modos, por precaución, evito escaleras, saleros, espejos rotos, paraguas en interiores y algunas terminaciones en trece; sin embargo, el otro día me levanté con el pie izquierdo, literalmente.

En vez de levantarme por mi lado habitual de la cama, bajé del contrario y mi pie izquierdo tuvo la mala suerte de aterrizar en un vaso de agua que había dejado en el piso. Medio dormida sumergí el dedo gordo como si comprobara la temperatura de una pileta y del sobresalto, al sentir lo frío del agua, tumbé el vaso. Vidrio y agua se esparcieron por la alfombra y tuve que dar un brinco para no cortarme, buscar unas sandalias y limpiar todo.

Ese fue el round 1. El segundo vino al mediodía. Se suponía que iba a ver a un cliente, pero resultó que justo cuando llegué al motel, me llamó por teléfono y me canceló, se disculpó mil veces, juró que se le había atravesado un compromiso ineludible y demás tartamudeos que hace la gente cuando te manda a la ‘burguer’ después de hacerte perder el tiempo. Me despedí educadamente y colgué.

Tenía a un cliente en lista. Le había dicho que no al principio por el otro cliente, pero ahora que había un cachito de tiempo para él, le confirmé que sí, round 3. Ya no podía. Perdí doble.

Round 4: A las tres de la tarde salió otro cliente, fui con él, pero a pocos metros de la entrada del motel, el motor de mi coche tosió como un puerco con resfriado y se detuvo. En eso sonó el teléfono. El cliente estaba en su habitación.

Estacioné el coche con la inercia y como el motel estaba muy cerca caminé. Me encargaría luego del coche.

Minutos después estábamos haciendo el amor. Es un buen cliente. Se llama Gerardo y tiene la cabeza toda canosa, aunque es bastante joven. Es un buen amante.

Se colocó viendo el techo y me convidó a hacer un 69. Lo hacía muy rico. Su vello facial acariciaba mi entrepierna como una pluma. Me mojé todita en su boca, gimiendo con la garganta llena de él. Luego me dijo que quería cambiar de posición y me lo hizo de perrito, empujando con fuerza su sexo duro y largo como un monolito. Su abdomen bien formado se estrellaba contra mis nalgas, que él sobaba como si no quisiera caerse. Arqueé la espalda y empujé hacia atrás. Él apoyó sus manos en mis hombros y jaló hacia él más, con más fuerza, afincándose con su cuerpo en el mío. Me estremecí desde la médula, sintiendo la energía que vibraba de su miembro y transmitía descargas de placer por mis entrañas. Acarició mi cabello y me hizo voltear la cara. Me besó desde atrás, estampando su mejilla contra la mía y lamiendo mis comisuras. Más pronto que tarde, sus dedos se escurrieron de mi cintura, pasaron por mi espalda y de ahí a mi pecho. Sus manos callosas, de hombre acostumbrado al trabajo duro, acariciaron mis senos, apretándolos deliciosamente, arrancando de mí los suspiros más intensos.

Luego me hizo ponerme de pie y con un movimiento muy ágil me cargó en sus brazos, de frente, y quedé con las piernas abiertas. Me penetró en medio de la habitación, como si fuera una muñequita depravada y sedienta de placer.

Mantenía el semblante serio, como si concentrara toda su personalidad en sus cejas negras, el contraste perfecto con la blancura de su cabello. Lo venía venir. Yo también estaba a punto. Clavé las uñas en su espalda y dejé caer mi cabeza hacia atrás. El techo se me puso borroso a medida que lo escuchaba exhalar, como si se le escapara la vida, sintiendo su pene bombear a borbotones, tensarse en espasmos que lo recorrían de cuerpo entero. Divino.

Todo de maravilla hasta que, round 5, di una patada con mi dedo meñique a la orilla de la cama. Ese dedo es el más largo del cuerpo, porque te pegas en la punta y te duele hasta los ovarios, me lloraron los ojitos, pero evité gritar para mantener un poco la dignidad.

Salí primero que él, cojeando y maldiciendo a la cama, caminé hasta mi coche, pasé la llave y entonces, round 6. Después de pisar el acelerador en vano, recosté la cabeza en el volante. El día me había dado un nocaut.

Entonces tocaron el vidrio. Era Gerardo, el cliente que recién atendí. Me indicó que bajara la ventana.

—¿Necesitas ayuda? —dijo.

Resulta que es ingeniero mecánico y gerente de servicio en una agencia que vende carros de la misma marca del mío. En un dos por tres abrió el capó y si acaso pestañeó, dando un toque aquí y otro allá, sin ensuciarse las manos.

—A ver, préndele —dijo.

Funcionó, por supuesto. Iluminada por este repentino rayo de suerte y solidaridad, comencé a reírme. Gerardo, sin perder su seriedad, me explicó qué pasaba, igual no entendí. Así de fácil también se dio media vuelta y se fue despidiéndose con la mano sin necesidad de más palabras. Después todo fue sobre ruedas.

La próxima vez tendré que agradecerle a Gerardo por salvarme el día.

Hasta el martes

Lulú Petite

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