'Una noche caliente', por Lulú Petite

24/12/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 09:32
 

Querido diario: Ahora mismo, mientras las palabras se escurren por mis dedos y salpican el teclado en el que escribo, miro el gorrito de Santa colgado en el pestillo de la puerta en el departamento de Miguel y visualizo mis buenos deseos. 

Él está en el baño. Desde la cama puedo ver su reflejo en el espejo. Tiene la cara llena de espuma y se afeita.

Pasaremos la Nochebuena en la casa donde creció, en Querétaro, junto con su familia. Está de más decir que los nervios me carcomen. Sin embargo, todo parece estar bajo control. Don Fermín es un encanto, lo conocí el pasado fin de semana, cuando visitaron a su hijo. Su abrazo fue muy cálido. Es un hombre alto y con cuerpo de nadador, todo un veterano seductor. 

Margarita, quien insistió en que la tuteara, es más tímida, pero tiene una cualidad luminosa: logra con su presencia que todos estemos cómodos, a gusto. 

Una dama que ha cumplido con gracia sus seis décadas.

Es una mujer agradable. Cuando nos quedamos solas, me tomó de la mano y me dijo que le daba gusto conocer a su nuera. Una temblorosa oleada de felicidad y ansiedad recorrió mi cuerpo. Se sentía extraño que alguien me llamara nuera. Entonces caí en cuenta de que, en la cena, también vendrían tíos, tías, primos, primas, sobrinos, sobrinas, abuelos y abuelas. La postal familiar completa. No puedo evitar pensar que me fallarán los reflejos cuando me pregunten a qué me dedico. Se me removieron los recuerdos propios. Por eso he sentido la urgencia de escribir ahora, mientras Miguel se rasura.

Y es que estos ambientes decembrinos me hacen acordarme de Sebastián, mi cliente con el espíritu más navideño. Sin falta y puntualmente, me ha llamado para que nos veamos el 25 de diciembre de por lo menos los últimos cinco o seis años.

La primera vez fue bastante chistosa porque me recibió con uno de esos suéteres tejidos que se ven en las pelis gringas. Tenía unos alerones de canas en los costados de su cabellera negra. Me dijo que era un adicto al trabajo y que solamente reservaba el día de Navidad para disfrutar de los frutos de su conducta intachable.

—Tú eres justamente lo que le pedí a Santa —me dijo aquella vez, y ha venido repitiéndolo año tras año.

Resultó ser muy cariñoso y un lince con la estimulación previa, un experto del tacto. Me hizo masajitos en los pies y me besó las piernas antes de concentrar su atención en mi entrepierna. Digamos que no podía juzgarlo por sus palabras, pero sí por su lengua. Veredicto: divino. Luego se desvistió para la ocasión y sacó su arsenal para estremecerme en la cama.

Mi segunda cita con él fue más acogedora. Como empezábamos a forjar nuestra propia tradición, Sebastián se apareció con una botella de champán para brindar por la llegada oficial de la Navidad y por los buenos deseos. Compartimos la efervescencia del vino a medias, porque terminamosbañándonos con la otra mitad y bebiendo champán directamente de nuestros cuerpos desnudos. 

La felicidad plena, el mejor deseo de todos, era para nosotros un momento erótico y sexual.

En otra ocasión yo decidí llevarle algo también. Le regalé un ejemplar de mi libro, ‘Los secretos de Lulú Petite’.

Nos desnudamose hicimos el amor. Sus manos robustas acariciaron mis senos y me dejé tumbar bajo su pecho. Sus labios carnosos se consumieron en la pasión de los míos y dejamos salir nuestro más intenso espíritu navideño.

A esta hora, mientras espero que Miguel termine de afeitarse, me pregunto si Sebastián llamará el viernes, para Navidad. Espero que sí. Me gusta verlo. Él no es casado ni tiene hijos y, la primera vez que me buscó, me contó que había pasado Noche Buena con uno de sus hermanos. La primera sin su mamá, que había muerto ese año. No quiso tener recalentado y quiso darse conmigo un regalo navideño —Allá estaría tristeando, acá no puedo estar más contento —me dijo.

¿Para qué vivimos si no es para compartir momentos y deseos? Eso me gusta de Sebastián. Sabe disfrutar y darle su tiempo a cada cosa. La Navidad muchas veces nos invita a la nostalgia, pero si tienes ganas siempre habrá un pretexto para hacerla feliz: Un rato con la familia, compartir la mesa, regalar, recibir, reír, amar, dejarte llevar por tus deseos, sentir placer. La mesa está puesta. Hay que servirse.

Miguel acaba de salir del baño. Luce impecable, me mira como exigiendo que cierre la computadora, no le hago caso y sigo tecleando. La toalla en su cintura está un poco floja y a punto de caer. ¿Lo hace a propósito? Acaba de ponerse el sombrero de Santa. Creo que es momento de despedirme. Creo que hay tiempo que darle una buena mañana al día de la noche buena.

Feliz Navidad

Lulú Petite

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