¿Te quieres casar?

Sexo 24/05/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 11:38
 

Querido diario: Julián hacía algo parecido a ronronear. Con mi rostro de costado en su pecho, después de un primer encuentro amoroso, percibía una vibración felina, leve como un murmullo. Julián es cariñoso, a pesar de que da la impresión de distante, suele tratarme con cierta dulzura.

No decíamos nada, perdidos en la calma de la tarde. Su respiración de motorcito, mis suspiros, el murmullo de la ciudad, ajena a nuestros pecados. Nosotros, apertrechados en nuestra burbuja, éramos indiferentes.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —Dijo mirando al techo.

Su voz resquebrajó el silencio. Me reincorporé en la cama y me acomodé bocabajo, apoyándome con los codos, justo a su lado, en señal de que estaba lista para que disparara su pregunta.

—¿Te gustaría casarte? —Soltó.

No me lo esperaba y supongo que notó mi sobresalto porque de inmediato aclaró:

—Perdón —agregó—, no conmigo, no ahora… Digo, en un futuro.

—No lo sé —dije sonriendo —si es un camino a ser feliz, siempre es una opción, claro, no contigo, no ahora… Digo, en un futuro — agregué burlona.

Sonrió, volteó el rostro y plantó la mirada en el techo, como si mi respuesta no le hubiera sido satisfactoria.

—¿Por qué preguntas? —dije

—Creo que quiero casarme, pero no sé…

Se quedó callado unos segundos, como preguntándole a la nada.

—Sí, algún día voy a casarme —añadió como si se lo confirmara al techo.

—¿Estás bien?

Volteó a verme y, sin responderme, sonrió con tanta dulzura que tenía que quedarme claro que estaba bien. Se levantó levemente para besarme. Sus labios carnosos aprisionaron los míos por un instante. Sonrió una vez más.

De ahí en adelante la quietud se transformó en pequeños acercamientos: su mano en la curvatura de mi espalda, recorriendo cada vértebra hasta aterrizar en mi cuello, mis hombros, mi cabello suelto.

—Qué piel tan divina tienes —dijo Julián, y acto seguido posó sus labios tersos en mi hombro— y qué rico hueles.

Chinita y erizada, me derretí y cerré los ojos. Comenzaba a sentirme extasiada por su forma de acariciarme, de incitarme y de impulsarme. Su tacto exquisito, su respiración cada vez más agitada, su proximidad cálida y magnética conjugaban un momento crucial en nuestro encuentro. Un antes y un después.

Se acercó más y yo me acomodé para recibirlo con los brazos (y las piernas abiertas). De pronto comenzamos a calentarnos, comiéndonos a besos, rasguñándonos suavemente la piel, frotándonos como si quisiéramos iniciar un fuego entre nuestros cuerpos deseosos.

De repente sentí su pene resucitar. Rápidamente se reincorporó para entrarle al juego. Prensado y tieso como la rama de un roble, anunció sus intenciones. Julián me comía a besitos muy ricos, tomando mis tetas con sus manotas, lamiendo mis pezones cada vez más duros y sensibles.

El ronroneo se convirtió en bufido y toda charla sobre el futuro y la vida matrimonial se esfumó con las ganas que nos traíamos.

Julián se puso protección y me ensartó. Yo, mojadita y ansiosa, le seguí el ritmo a su ir y venir de cadera, ese meneo cada vez más fuerte y rápido que me disparaba sensaciones y me embutía en un trance imposible de explicar.

Me agarró firmemente por la cintura y enfiló su cadera con más proyección, hundiendo su sexo hasta el fondo. Sus bolas jugosas rebotaban en mi vulva con cada una de sus arremetidas.

—No pares —le supliqué bajito al oído.

Julián se fajó. Con su agarre viril, enterró sus dedos en mis nalgas. Esa leve presión me gustó tanto que comencé a sentir bullir en mí un sentimiento cálido, puro, cristalino.

—No te detengas —gemí otra vez.

Julián ya no ronroneaba. Rugía, concentrado en su vaivén cachondo, perforándome sin tregua. Me aferré a su espalda cuando ya no pude más. Él ahogó su último recurso, temblando y con los músculos tensos, el cuello brotado de venas y el rostro totalmente enrojecido. Mientras se chorreaba enterito dentro de mí.

Volvimos a la calma. Él gozando el rato.

Hasta el martes, Lulú Petite

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