Placeres de la vida

Sexo 24/04/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 05:25
 

Querido diario: Juan es juguetón, por decirlo de alguna forma, aunque creo que es su forma de lidiar con su timidez, una manera de romper el hielo. Le gusta decirme chistes y me manda memes que, a veces, comparto en Twitter.

Me gusta tuitear cosas que hagan reír. Algunas las invento, otras me las mandan.

Juan me habló el sábado en la tarde y me dijo que ya tenía habitación. Media hora después estaba haciendo sonar mis tacones en el pasillo del motel. Es nervioso y siempre parece apurado.

—Pero qué guapa estás —dijo.

Cuando me conoció, Juan estaba enculado de una chica. Era, decía, su gran amor, su dolor de huevos y su único tema de conversación. Estaba clavadísimo, pero sin éxito en sus intentos románticos. La chava ya no lo quería ver ni en pintura. Eso a él lo traía desguanzado, como con una patada en los tompiates. En una tarde de melancolía, decidió sacarse el clavo conmigo.

Supongo que el clavo salió, porque después de la primera terapia intrapiernosa, vinieron otras y, después de un tiempo, ya ni la mencionaba. 

Desde entonces nos vemos de vez en cuando y, casi diario, me manda algún meme o cosas para reír. Ahora está bien, ni rastros del chico que conocí con el corazón hecho un giñapo. 

Me tomó de la mano y me invitó a la cama. Su mano fue subiendo despacito por mi pantorilla, adentrándose cada vez más hondo. Me relamí los labios y ni por un segundo dejé de posar mi mirada en la suya. Sus ojos negros son, en cierto modo, indescifrables, pero su rostro no. Se pone rojo por cualquier cosa. Sus mejillas adquirieron de pronto esa tonalidad de jitomate, ese subidón de calentura. 

Me tumbé en la cama y sin palabras ni gestos lo invité a acompañarme. Mostraba ya su evidente su erección. Se abalanzó sobre mí. 

Me desvistió como a zarpazos, mientras me mordisqueaba suavecito, me lamía y me besaba los pezones, le puse un condón. Su boca en la mía sabía como a sal húmeda, y su pene duro comenzaba a pujar contra mi umbral. Estaba empapada y ansiosa. 

—Cógeme ya —gemí.

Me penetró sin más, hundiendo toda su macana gruesa y venosa, embadurnada del lubricante del condón. Apreté las sábanas y me mordí los labios. Juan comenzó a mecerse, hacia adelante y hacia atrás, una y otra vez, empujando su cadera. 

Alcé una pierna y apoyé el talón en su hombro. Podía sentirlo bien dentro de mí, rozando riquísimo las paredes internas de mi umbral húmedo y cálido.

—No pares, por favor, se siente muy rico —gemí. 

Se descorchó gritando como un maniático, con el rostro apretado y enrojecido, clavándose en mí con todo el peso de su torso. Sentí el bombeo de su miembro, el pulso hidráulico de su eyaculación. 

Luego lo vi como volver en sí, abrir los ojos y relajar sus músculos. El color habitual de su piel volvió a él y fue como si saliera de un trance. Molido por la faena, se dejó caer, ladeando su cuerpo para posar su rostro junto al mío. 

—Estuvo muy rico —susurró.

Volteé a verlo y le sonreí. Estos gestos, me digo a veces, no son necesarios, pero a él le nacen del fondo. ¿Cómo no apreciarlos?

Entonces se puso a mirar el celular. Cosa rara. Cuando estás cogiendo, a menos que sea una emergencia, pocos son los que agarran el teléfono. Tocó la pantalla y, de pronto, mi teléfono sonó con una cascada de alertas de mensajes. Pip, pip, pip, pip… Era él, que me mandaba una colección interminable de memes. 

Cosas para reír, para tuitear, para soltar la carcajada. Me alegró. Dicen que coger y reír son la mejor receta para ser feliz. ¿Para qué más es la vida, si la risa es lo mejor que tenemos? Compartamos risas y viviremos en un mundo mejor.

Hasta el jueves, Lulú Petite

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