“Una chica buena” Por Lulú Petite

23/12/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 08:57
 

QUERIDO DIARIO:  —¿Qué vas a hacer en Navidad? Me preguntó antes del amor. No soy de las que hagan planes, a veces voy al recalentado, otras salgo con amigos y, si hay chamba, trabajo. Ultimadamente, siempre hay alguien con necesidad de apagar una calentura todos los días del año. Nunca sé exactamente qué estaré haciendo en Navidad, estoy abierta a las opciones, a la casualidad, a cualquier cosa, no me gusta hacer planes para más allá de un día.

—No sé, respondí sin más explicaciones.

—¿Pasarás Nochebuena con tu familia?

—Lo más probable es que sí, dije sin aclarar que quizá tenga otros planes.

Conversamos un rato sobre el maratón Guadalupe-Reyes: las fiestas de fin de año, los brindis e intercambios, el aguinaldo, las posadas y demás pachangas que caracterizan las últimas semanas de diciembre. El ánimo festivo, las ganas de repartir abrazos, de mandarlo todo al cuerno, festejar y esperar que lo que viene pinte mejor que lo que termina. Después de un rato de plática se me acercó.

—No quería que terminara el año sin pasar por aquí, dijo coquetamente, acariciándome el vientre con la punta de sus dedos, de arriba abajo, dirigiéndolos hacia mi pelvis y metiéndolos por el borde del pantalón. Me jaló suavemente hacia él y besó mis labios. Es un hombre atractivo de cincuenta y tantos años, no muy alto, moreno claro, de brazos fuertes, rostro varonil y cuerpo bien cuidado.

Cerré los ojos y abrí la boca, su lengua encontró la mía. Besa bien. Puso su mano libre en mi hombro y la fue bajando lentamente por mi brazo, la subió de nuevo acariciando la parte interna hasta encontrar el nacimiento de mi seno, rozó su curvatura por encima de la ropa y, sin interrumpir su apasionado beso, apretó un poco mi pecho, encendiéndome el pezón.

Di un paso hacia atrás y me saqué la blusa. Desabotoné mis jeans y comencé a desabrocharle la camisa.

—No quiero que lleves a tu casa la marca roja de mis labios, dije burlona. Él sonrió nervioso y, casi inconscientemente, acarició el espacio vacío donde generalmente lleva el anillo. Se notaba por el aro de piel más clara en su anular. Sonreí.

—También tengo derecho de pedirle algo a Santa Clós, respondió risueño y alzando los hombros, como quien admite su culpa.

Nos desnudamos entre besos, le puse el preservativo y se la chupé de rodillas, luego nos metimos a la cama. Él se acomodó en el borde, hincado, yo con la espalda en el colchón. Se movió tomando mis piernas, las puso sobre sus hombros y me empaló de una estocada.

Se movía muy bien. Besaba mis pies que se zarandeaban sobre sus hombros, sus manos en mis muslos ayudaban a mantener el ritmo y yo, suspirando, lo dejaba satisfacerse.

No paraba de cogerme y lo hacía con eficacia y buen ritmo. Su miembro, lo bastante largo para complacer, pero no tan ancho como para lastimar, estaba haciendo un magnífico trabajo cuando sonó su teléfono. Ya había sonado antes sin que le importara, pero este era un timbre distinto y terminante que de inmediato le causó una reacción, como si la CIA lo hubiera descubierto armando una bomba nuclear a un lado de la Casa Blanca. Se le pusieron los ojos redondos como la luna llena y de inmediato me la sacó.

—¡Mi mujer! Dijo como si ella estuviera allí. Se levantó y se fue a un rincón a atender la llamada. No alcancé a oír todo lo que decía, pero sí que juró tartamudeando estar en una junta (no le dijo que de ombligos).

Después de la llamada estaba notoriamente afectado, como si lo hubieran atrapado en el acto (Y sí, pero no le consta). Tratamos de volver a lo nuestro, pero no logramos que se le parara de nuevo el pajarito. Ni modo, gajes del oficio, no se esperaba la llamada de su mujer a medio palo.

—Y entonces ¿Qué más le vas a pedir a Santa Clós? Le dije con picardía, acariciando su pecho, para cambiar el tema después del fracaso.

—No sé. No le puedo pedir que te traiga de regalo porque ya estás aquí, no le puedo pedir que haga campeón al América porque ya es (y si por cartas fuera llevan más años mandándolas los del Cruz Azul), así que tendré que pedirle la revancha, volverte a ver pero teniendo mi teléfono apagado. Y ¿Tú qué le vas a pedir a Santa?

—Pues si me llama, le pediré la misma tarifa que a todos: Es por hora, atiendo en motel y hay besitos, caricias, sexo oral y vaginal. No tendría por qué cobrarle distinto.

Nos reímos y, después de ducharme, nos despedimos. Bajé al estacionamiento. Fuera del motel hacía un frío de los mil demonios, así que me puse un abrigo, subí rápido a mi coche y agarré camino.

Me gustan las calles iluminadas, las casas con adornos. Me traen buenos recuerdos: las posadas, la cena, los regalos, la ilusión. ¿Qué le pediría a Santa Clós? No sé, si pudiera pedirle algo, sería volver a creer en la magia. Pensar, de verdad, que todo puede suceder si lo deseas de corazón y te has portado bien. Igual, nada se pierde con pedir, así que quien quita y este año si le haga una carta a Santa, no me he portado bien, pero no podrá negar que sigo siendo una chica buena.

 

 

Feliz Navidad

Lulú Petite

 

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