Lo levantó para ofrecerlo

Sexo 23/08/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:01
 

Querido diario: ¿Por qué los elevadores de algunos moteles tendrán espejos? ¿Para retocar el maquillaje? ¿Para no sentirte sola si subes sin compañía? ¿Para compartir miradas cachondas con tu pareja? ¿Para echarle un último vistazo a la persona con quien vas a encamarte y… bueno… pensarlo dos veces? ¿Para tener a algo que mirar de subida o de bajada? No lo sé, pero sí sé que en el que estuve hace rato tenía marcadas en el cristal las huellas de cuatro manos. Dos arriba, de hombre, separadas por unos noventa centímetros; y otras dos manos, más chicas, seguramente femeninas, un poco más abajo y con menos separación.

Miraba mi rostro en el espejo e imaginaba la escena que debió pasar allí: Una chica puso sus manos en el espejo y levantó el culo, ofreciéndolo. Un hombre, su pareja, se acercó por detrás, levantó su falda, hizo el calzón a un lado, como telón de teatro, le clavó su miembro y recargó sus manos en el espejo donde ahora veía mi reflejo. En unos segundos, antes de que las puertas del ascensor se abrieran en su piso, disfrutaron el placer culposo del sexo en espacios públicos. Caminaron por el corredor sin interrumpir el incendio de su urgencia y terminaron en su cuarto, como dos fieras en celo. En el espejo sólo quedaban esas huellas, como recuerdo.

Así pasa. Hay veces que la calentura es tanta que lo que menos te importa es el riesgo, es más, le pone un poquito más de sabor al asunto. Yo he tenido sexo en muchísimos lados, pero nunca en un elevador. Ni siquiera en el del edificio donde vivo. No es por mojigata ni por claustrofóbica, simplemente no se ha dado. Quizá estando en el ascensor correcto y con la persona correcta, también me dejaría hacer el amor en uno.

No tengo ningún prejuicio contra el sexo en lugares públicos. Esconderme, sentir esa adrenalina, el peligro de que me cachen, no sé, son cosas que me ponen cachonda. Claro, eso no es algo que haga en el trabajo. Nunca me cogería a un cliente en esas circunstancias, pero con un novio o un romance la cosa es distinta.

Hace tiempo tuve un amante con quien cogía muy seguido en su coche. Supongo que cualquiera que haya cogido en un carro sabe qué hacerlo allí es toda una acrobacia. Claro, te las puedes ingeniar. Te quitas los calzones, te subes la falda, le sacas la herramienta, te acomodas, se mueven. Todo cuidando que no vayan a darse tinta afuera, que no se esté acercando alguien, un policía, una señora con sus morritos, o cualquiera que quiera inspirar la chaqueta con un buen espectáculo de a grapa.

Todo era discreto, nos cuidábamos bien de no salir balconeados, pero seguramente uno de esos días, la cámara de algún estacionamiento pudo llegar a captar algún piececito clandestino en el parabrisas, un coche con vidrios empañados o unas manos dejando en el cristal del coche huellas pasionales como las que vi en el elevador, que se abrió en el tercer piso.

Toqué en la habitación 306. Era Alejandro, un cliente que veo de vez en cuando. La primera vez que tuvimos sexo, él estaba pasando por un período difícil. Había tenido un accidente automovilístico y, además de quedar chimuelo, había perdido parte de su memoria. Recordaba algunos aspectos importantes de su vida, pero no se acordaba de otros. Sabía, por ejemplo, que estaba divorciado, pero no podía recordar por qué se separó de su esposa. No recordaba tampoco nada del accidente. Donde estuvo ese día, cómo sucedieron las cosas. Nada. Despertó en el hospital con algunos recuerdos intactos, otros madreados y una pierna con tantas fracturas que aún cojea.

Me quitó la ropa, sin perder tiempo. Besaba muy rico. Es un cuarentón, aunque bajo ciertas luces se le podría confundir con un treintañero avanzado, es muy dulce y sabe cómo tratar a una dama.

Me agarró por la cintura y me tumbó en la cama. Le conté del elevador y, como si me leyera la mente, me puso contra el cristal del tocador, llevó mis manos a él y las separó un poco, se acercó por detrás, levantó mi falda, hizo el calzón a un lado, como telón de teatro, me acercó su miembro por encima del pantalón, recargó sus manos en el espejo donde veía nuestro reflejo y me dio un beso en el cuello que acabó comiéndome los labios. Me empapé.

Me llevó a la cama, me colocó encima y empezó a tocar con sus dedos mi abertura húmeda y cálida. Hundió la cara entre mis senos y aspiró el aroma de mi cuerpo. Se chaqueteó con una mano mientras me tocaba con la otra, se forró el sexo con un condón y me lo metió directo hasta las entrañas. Su respiración era agitada y se mezclaba con ruiditos de placer que me hacían calentarme más. Rodamos por la cama y lo terminamos haciendo estilo vaquera. Se agarró de mí cintura todo lo que pudo y gritó fuerte mientras se corría.

Cuando bajaba, en el elevador, puse mis manos sobre las huellas de las de la chica, me incliné y levanté el culo. Cerré los ojos. ¡Qué rica cogida me acababan de poner!

Besitos, Lulú Petite

Google News - Elgrafico

Comentarios