Madrugador: Por Lulú Petite

23/07/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 10:30
 

QUERIDO DIARIO: ¡Qué rico toca este hombre! Con su mano en mi entrepierna, frotó suavemente pasando su palma sobre mi vulva, dejando que el dedo medio diera un ligero masaje en mi clítoris. Lo siento en mi piel como un recuerdo de la última vez que lo vi, de lo bien que la pasamos. Al rato, después de desayunar, voy a ir al motel de siempre, a verlo de nuevo. A echarnos el mañanero para comenzar bien el día.

Es muy temprano y como tengo la costumbre de soltar la almohada a primera hora, durante el horario de verano eso a menudo sucede antes de que salga el sol.

Disfruto levantarme de buen ánimo en la mañana, responder correos, revisar noticias, pagar cuentas, comer un buen desayuno, ir al gym, leer un rato, arreglarme y estar lista antes de mediodía para hacerle el amor a mis clientes. Es mi rutina, siempre he pensado que para mantener saludable cuerpo y mente es necesario tener disciplina.

Como Julián, uno de mis clientes. A él le gusta que lo atienda en la primera hora del amanecer.

—A esta hora no se coge, se hace el amor —dice cada vez que quedamos para vernos.

Que me despierte temprano no significa que atienda a esa hora. No es cuestión de estar despierta, sino de disciplina, si no hago al menos ciertas cosas antes de salir a la calle no puedo comenzar mi día. Antes de estar lista para trabajar debo, cuando menos, hacer un poco de ejercicio, desayunar, bañarme, maquillarme, peinarme. Ya haciendo concesiones, lo más temprano que puedo atender a un cliente es a las nueve. Julián preferiría a las seis, ambiguas horas que mezclan al borracho y al madrugador, pero a las nueve le parece aceptable, todavía califica como mañanero, sin caer en fundamentalismos.

Hoy nos quedamos de ver y mientras me arreglo para él, recuerdo las caricias de nuestro más reciente encuentro.

¡Qué rico toca este hombre! Con su mano en mi entrepierna, frotó suavemente pasando su palma sobre mi vulva, dejando que el dedo medio diera un ligero masaje en mi clítoris. Me tenía abrazada de espaldas, ambos de pie, semidesnudos frente al espejo. Segundos antes nos habíamos quitado la ropa con la prisa de los amantes, aunque sea de un rato, aunque sea de paga, al fin amantes. Mi vestido en el tocador, mi lencería en el suelo, sus pantalones en el buró, su saco y corbata en la cama. Yo estaba completamente desnuda, él con bóxer y camisa.

Me besaba la curva entre mi cuello y hombro, mientras con su otra mano apretaba mi seno con firmeza. Me humedecí de inmediato mojándole la mano.

Me tomó de la cintura, me volteó hacia él con un movimiento casi de baile y me dio un beso apasionado, delicioso. Apretó mi cuerpo entre sus manos y me levantó rápidamente para sentarme sobre el tocador, la madera fría me provocó un estremecimiento al contacto con mis nalgas y sexo que ya ardían. Me separó entonces las piernas, se arrodilló y hundió su cara entre ellas, lamiéndome con entusiasmo el sexo, penetrándolo con su lengua. Yo, disfrutándolo tremendamente, apreté su cráneo entre con mis muslos, él más se clavaba y yo más me dejaba querer.

Se puso de pie y nos volvimos a besar, mientras le desabotoné la camisa y la puse sobre el tocador. Me tendió la mano y caminamos a la cama. Tomó la corbata y me la puso detrás del cuello como si pensara ponérmela así, desnuda, se la quité de las manos e improvisé con ella una venda con la que le cubrí los ojos. Lo empujé del pecho besándolo y quedó acostado boca arriba, conmigo encima, completamente desnuda comiéndole los labios y jalando, por encima de su ropa íntima, su sexo que estaba ya enorme.

Sin dejar de besarlo me senté sobre él, sintiendo palpitar su miembro debajo del bóxer, y frotarse contra mis muslos y entrepierna. Besé su boca, su cara, su cuello, su pecho, bajando lentamente por su cuerpo, lamí sus pezones masculinos, acaricié su abdomen, le quité el calzoncillo con cuidado y tomé con mi mano derecha su pene, tremendo, erecto, cálido. Olía a jabón y a perfume de caballero.

Lo acaricié, lo besé, le puse el preservativo y me lo llevé a la boca hasta que me pidió que me subiera. Le gusta que se lo haga como una vaquera. Todavía con los ojos tapados por su corbata, me senté en él y su miembro supo encontrar el camino a mi sexo. Lo sentí llenarme. A sus cincuenta y tantos bien cumplidos, se mantiene en forma. Sus pectorales son torneados como tablas de roble y de él nacen unos pelitos con canas que me fascinan. Es además el tipo de hombre que sabe aprovechar una hora conmigo. Se vino a borbotones, desechó el preservativo y se metió bajo la regadera helada.

Yo quedé contagiada de esa vitalidad matutina y me levanté para ver por la ventana. La ciudad, en la mañana, camina a toda prisa, la gente corre para llegar a sus trabajos, todo funciona como reloj. Julián estaba secándose al aire en medio de la habitación. En pocos minutos terminó de arreglarse, me pagó y nos despedimos, con la promesa de repetirlo pronto.

Y ese pronto es hoy, en un rato, apenas termino de teclear este párrafo y salgo rumbo al motel a hacer que nuestra mañana valga la pena ¿A poco no es riquísimo comenzar así el día?

 

Un beso

Lulú Petite

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