“El asunto en mis manos”, por Lulú Petite

23/06/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 09:29
 

QUERIDO DIARIO: El domingo en la tarde no tenía mucho qué hacer. Tenía avanzadas las colaboraciones, Twitter estaba medio muerto y no parecía ser una hora lujuriosa para mi adorable clientela, de modo que pintaba como una tarde para mí. Después de todo, siempre es sano respirar profundo, recargar la batería y oxigenar la mente, así que me tiré en el sofá a ver la tele con el control remoto en una mano y una botellita de agua en la otra.

Brincando de un programa a otro, de canal en canal, todo me parecía aburrido. Hasta que fui a parar en ESPN.

Daban un partido de tenis entre un alemán y un suizo. El tenis me parece de hueva, soy más mujer de fut, pero después de la soberana pifia de la selección en la Copa América y los desafortunados tuits ‘inmaduros’ de ‘El Piojo’, decidí mandar un rato ‘a la burguer’ el juego del hombre.

El caso es que le dejé en el match de tenis. Dos hombres esbeltos y sudorosos en un duelo intenso. Pum-Paz, Pum-Paz. El tenis me parece monótono, estaba por cambiarle, pero… viendo bien a los tenistas no están nada mal, tienen unos cuerpecitos que se antojan para un ‘grand-slam’. Sí me despachaba con lo que se intuía bajo sus shorts. Sus respiraciones agitadas, sus músculos en tensión, muecas de concentración, como si también se enfrentaran en un plano telepático.

Pero lo que de veras me puso cachonda fueron sus gritos. Cada vez que conectaban la pelota emitían una especie de gemido, desde lo más profundo de sus pulmones. Uno hacía “ah” y el otro “uh”, y así sucesivamente. Una sesión exquisita de testosterona y pasión viril. Jamás imaginé que algo así me pusiera de esa manera. Me relamí los labios, puse a un lado la botellita de agua, aventé el control remoto y empecé a tocarme.

Estaba empapada. Metí el índice y el dedo medio en lo más hondo de mi sonrisa vertical, mientras me masajeaba el clítoris con el pulgar. Con la otra mano me pellizcaba los pezones. Pasaban la repetición en cámara lenta de una acción reciente. El suizo se extendía para alcanzar la pelota. Su brazo completamente estirado, sus pantorrillas tiesas como dos misiles. La sensualidad masculina en su forma más elástica. Yo sentía que esta visión dilataba mi momento para estallar. Estaba cerca, realmente cerca.

Entonces sonó el teléfono.

Así de sencillo, me había caído de la montaña antes de tocar la cúspide. Iracunda y confundida, atendí con un seco “Diga”. Era Eugenio, un cliente que se había mudado a Japón años atrás y con quien me entendía de maravilla en la cama. Estaba de vuelta en el DF y quería una cita. Acordamos vernos en el motel de siempre, donde nos encontrábamos antes de que cambiara los tamales por sushi.

¿Alguna vez has pospuesto un orgasmo? Se queda la calentura palpitando entre las piernas, como una bomba a punto de reventar. Así iba yo. Guardándome para que terminara de ‘sacarme el chamuco’ cuerpo a cuerpo. Llegué al motel 20 minutos después de la llamada, él ya estaba allí.

—¿Necesitas una mano?

—¿Qué?

—Que si necesitas ayuda para ponértela —dijo.

—Ah, no, gracias. Yo sola puedo.

Me había traído una pulserita de plata con una máscara del teatro kabuki.

—¿Te gusta?

—¿Qué? 

—La pulsera. ¿Te gusta?

—Sí, me encanta —le contesté.

—¿Estás bien? 

Te noto un poco distraída.

—Estoy bien. He tenido una semana larga, es todo —dije pensando en los tenistas y sintiendo entre las piernas esa urgencia que Eugenio debía sacarme de inmediato, rogaba en mi cabeza para que ya me desnudara y me hiciera suya.

Igual me contó sobre su vida y su viaje. Decía esto y aquello, pero yo nada más nos visualizaba en las más perversas posiciones. Era desesperante postergarlo, así que comencé a acariciarle los brazos. Mis necesidades eran de causa mayor. Saqué la artillería: me quité un zapato y coloqué mi pie entre sus piernas. Suavemente, fui encontrando su punto débil. Dejó de hablar y sonrió.

Le arranqué la ropa. Sin prólogos, lo metí a empujones en la cama. Le coloqué el condón. Se lo tuve que chupar para que ‘izara el asta’ y me despaché yo misma, a horcajadas, gritando de satisfacción encima de él. Me impulsaba hacia arriba y abajo, haciendo entrar y salir su pene desde la punta hasta la base. Eugenio intentó cambiar de posición, pero no se lo permití. Lo agarré por los hombros como a un muñeco y acometí con nuevo ahínco.

—Apriétame los pechos —exigí.

Obedeció al instante. Fue como si en mi frente se abriera un portal de imaginación. El tenista suizo se estiraba en cámara lenta. No había pelota, no había raqueta, no había cancha, no había nada. Únicamente él, flotando en el vacío, y yo, con las piernas abiertas, esperando a que me alcanzara. Ya casi, ya casi.

Hicimos ‘bum’ al unísono.

Me derrumbé de costado. Él estupefacto, miraba el techo. Su pene aún erecto chorreaba dentro del condón.

—¿Qué fue esto? —me preguntó a mí, o a sí mismo o al universo, no sé.

—El desenlace de un largo preámbulo —dije.

—¿Qué?

—Olvídalo. Tuve una semana difícil —continué.

—¿Pero sí te gustó? —preguntó él quitándose el condón.

—Uff, estuvo divino —le respondí. Mucho mejor que tomar el asunto en mis manos.

 

Un beso

Lulú Petite

 

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