Es muy escandaloso

Sexo 22/12/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:02
 

Querido diario: Todo empieza como siempre. Estamos listos, estamos dispuestos, estamos solos e indefensos. Sus manos se trasladan de un polo de mi cuerpo al meridiano. Mi piel se eriza a su tacto, mi corazón golpea en mi pecho ante su cercanía. Sus labios tienen un dejo de sal, su cuerpo estremece el mío.

Poco a poco, me desnuda. Posa sus palmas abiertas sobre mis tetas y mordisquea con deseo mis pezones. Me lame, me besa, me huele. Su cara traza un vínculo con mi piel, con esas diminutas gotitas de transpiración que empiezan  a cubrirme como el rocío de una ducha caliente.

Expectante, asumo la posición. Abro las piernas, tiendo los brazos hacia él, sostengo su mirada penetrante, ansiosa, cubro su cuello con mis brazos. Su pene es una mole viva, palpitante, venosa. El condón es texturizado. Siento el primer atisbo. Su cabeza gorda, prensada. Luego el empujón que me atraviesa. Se clava de lleno en mí. Luego el primer martillazo. Yo cierro los ojos, pero los abro al instante. A él ya le dio otra vez por hacer su escándalo.

Él es Leonardo y tiene 39  años. La primera vez que nos vimos, a mediados de febrero, me habló un poquito de su vida. Es soltero y vive en casa de sus papás. No sé si es un fenómeno mundial, pero al menos en México, hay muchos hombres maduros, profesionistas exitosos y solteros, pero que viven en casa de sus papás. No sé si es un asunto de encontrar chones limpios, de no poder cortar el cordón umbilical o una especie de síndrome de canguro, pero me he topado con muchos caballeros, nacidos entre los dos mundiales de futbol jugados en México, que siguen viviendo en la casa donde crecieron. Algunos ya peinan canas, pero no dejan el nido.

Leo es uno de ellos. Vive en una casa al sur de la ciudad. Todo le queda cerca y, de paso, su mamá sigue encargándose, con una muchacha que él paga, de mantener la casa en orden. Está como un rey, pero tiene un inconveniente: No puede llevar a nadie a coger allí. 

Es que neta, Leonardo enfrenta dos problemas: Primero, que a las chicas les saca de onda saber que, a sus años, vive con sus papás. Segundo, es un escandaloso. No lo puede evitar. Es como que grita, pero no. En realidad, hace ruidos raros. Si lo escuchas desde el otro lado de la puerta, podrías pensar que lo están torturando y que le encanta. O algo así. Podrías pensar que la que gime es la chava, pero no. Es él. Así que a menos que quiera causar un trauma a sus progenitores o los convenza de volarse los tímpanos, si lleva a una mujer a su casa, los demás habitantes tendrán que ser torturados con los perturbadores gritos de placer-dolor-quién-sabe-qué-demonios de Leonardo.

Así que no se complica la vida. Si quiere coger va a moteles. A veces con algún ligue, otras con un romance y algunas, como hoy, conmigo.

Ahora lo tengo entre mis brazos. Vuelve a llamar cada cierto tiempo. Podemos dejar de vernos por mucho rato y de pronto ¡Zas! Me cae bien, así que siempre me hago un rato para verlo. Y nos besamos, conversamos, nos desnudamos, cogemos y él comienza con sus gemidos, hasta que los convierte en gritos estridentes, como de una persona que no está teniendo un orgasmo, sino pariendo.

Yo le tapo la boca con un beso, pero sigue gimiendo como un buey agonizante. Lo peor es que le gusta. Ya le he venido agarrando el truco.

Nos agarramos fuertemente y dimos una vuelta en la cama. Quedé encima de él, encaramada como una vaquerita. Apoyé mis manos en su pecho y apreté las piernas para menearme a gusto. Él me tomó por las caderas y empezó con su griterío. Entonces le arrebaté la almohada y se la puse sobre la cara. Enloqueció. Sus gritos se amortiguaban, pero de todas formas se escuchaban.

Sus dedos traviesos reptaron por mi pecho y atraparon mis tetas, que convulsionaban por el agite de su pelvis. Su pene entraba y salía de mi abertura húmeda y cálida. Tenía los músculos en tensión y mis gemidos eran apenas unos murmullos al lado de sus alaridos. Mis nalgas rebotaban en sus muslos. De pronto puso sus manos debajo de mí y apretó con fuerza. Se agarró y empezó a moverse más rápido. Gritaba y gritaba cada vez más fuerte. Empujé la almohada, pero aquello era un verdadero escándalo. Cuando finalmente acabó, hizo el grito final y su cuerpo tembló a medida que su pene bombeaba dentro de mí.

Leonardo está consciente de su particularidad, pero le vale. Además, es algo que no puede controlar. Y claro, lo mejor viene después. Cuando ya toda la marea se aplaca. Leonardo pone la tele en mute y se acuesta plácidamente, como si reflexionara en silencio sobre lo bien que se lo pasa uno cuando de verdad sabe lo que quiere.

Te deseo de todo corazón que pases una maravillosa nochebuena, llena de risas, cariño, sinceridad y paz, para que disfrutes de una muy, pero muy…

Feliz Navidad, Lulú Petite

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