Y mucho

22/07/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 01:27
 

Querido diario: 

Dejé que me quitara el sostén blanco que me había puesto pensando en él.

Mis pechos quedaron libres. Él se levantó hacia mí y apretó su boca contra ellos. Mis pezones estaban sólidos como piedras y llenos de deseo, él lo sabía y los introdujo en su boca succionándolos suavemente. Yo gemía de placer mientras me movía sobre su sexo.

Me elevó con sus brazos y se posó sobre mí, reteniendo mis manos por encima de mi cabeza. Mientras, con su otra mano, deslizaba caricias por debajo de mi lencería para encontrarse con los jugos calientes que emanaban de mi sexo. Rozó mi clítoris con sus dedos y sentí cómo mi cuerpo se estremeció y una onda de electricidad me recorrió. Me retorcí del placer con ese simple roce, deseando más.

Y mi piel se erizó como si fuese la primera vez que sentía la mano de un hombre. No me quitó la tanga, sólo lo apartó a un lado y hundió su cara en mi entrepierna, posando su lengua sobre mi clítoris, haciéndome gemir y apretarme contra el colchón, mientras que sus manos acariciaban mis senos buscando aumentar todo lo que ya sentía.

Luego se incorporó rápidamente. Se quitó su pantalón y su bóxer, dejando a la vista un pene duro y vigoroso. Me paré también y le di un beso en su boca mientras con mis manos sostenía y masajeaba su pene que ya se había humedecido por el deseo de estar dentro de mí.

Su mirada se encendió, sus perversiones aparecieron. Me dijo que me retirara un metro y, mientras él se masturbaba, me pidió que hiciera lo mismo. Eso me excitó mucho pero me dio vergüenza, me sonroje, pero empecé hacer lo que me dijo.

Me sentía observada con la mirada penetrante de él mientras jugaba con mis dedos en mi sexo y apretaba mis senos con las manos. Él jugaba con su pene, estaba mojado y lo recorría de arriba abajo, veía como jugaba con sus testículos, los apretaba. Se acercó despacio, yo ya no podía más, estaba al borde de acabar y con su pene rozó mis piernas. Mis manos lo llamaban, quería sentirlo dentro de mí. Su pene húmedo, caliente, rígido; quería sentirme inundada por su deseo hasta que su pene tocó mi entrepierna, lo deslizó por fuera, sentía cómo quemaba.

Él me elevó y me sentó en el borde del tocador que había en la habitación, rápidamente se colocó un preservativo y su pene se deslizó suavemente por mi sexo, yo ya no podía más, estaba más que deseosa, desesperada, y sabía que él también. Mientras me penetraba, me besaba ardientemente y yo sentía como su pene salía y entraba de mí, ambos estábamos a más no poder, con mis manos acariciaba su espalda y a él le encantaba esa sensación. Yo gemía de verdadero placer mientras él palpitaba dentro de mí.

Mi sexo se contraía en el interior y apretaba su pene haciéndolo prisionero del placer, él aumentaba y disminuía la velocidad mientras al mismo ritmo apretaba mis senos. De repente sentí una oleada de calor y mi cuerpo se arqueó dejando escapar un gemido fuerte, sentí cómo mis piernas se desmayaron y en ese instante sentí cómo él se contraía dentro de mí y sabía que su orgasmo había llegado igual que el mío. Nos quedamos un rato inmóviles en el tocador, frente al espejo, para apreciar el momento, parecíamos dos amantes perdidos en placer. Me cargó hasta la cama donde me posó suavemente y permanecimos acostados, abrazados, acariciándonos.

La calma fue breve. Apenas recuperó fuerza, me acostó boca abajo y presionó mi espalda, cogiéndome muy rápido y fuerte, haciéndome gritar cada vez que su pene entraba. Finalmente lo sacó, y empujó la punta contra mi clítoris. Levanté mis caderas y él continuó frotando su glande contra mí, hacia adelante y hacia atrás, luego lo golpeó un par de veces y me dio la vuelta. 

—Mírame a los ojos, me dijo.

Su pene era grande y grueso y me llenaba la vagina por completo. Lo sacó suavemente, introdujo un poco la punta y me chupó las tetas, sin mover su pene dentro de mí. Tomó mi mano y la descansó encima de mi vientre.

—Mírame a los ojos y tócate, me dijo esta vez. Obedecí. Su manera de coger me producía un placer increíble. Mis dedos jugaban con mi clítoris mientras lo veía fijamente a los ojos, con sólo la punta de su pene dentro de mí, sintiendo toda mi humedad fluyendo, como una cascada.

—Me encantas,  me dijo al oído, metiendo su pene dentro de mí y cogiéndome rápido, sin detenerse, sacando su pene únicamente para introducirlo de nuevo con más fuerza, moviéndolo un poco, haciéndome gozar con sus incursiones

—¡Te gusta!, afirmó cerca de mi oído, no era una pregunta, era una declaración, un imperativo, pero me quedé callada.

—Te gusta, ¿verdad?, dijo de nuevo casi gritando, extasiado, a punto de venirse copiosamente y llenar el condón con su simiente. Le contesté con un gemido que anunciaba mi también brutal orgasmo. No lo dije, como él hubiera querido, pero efectivamente: me gustó ¡Y mucho!

Hasta el jueves

Lulú Petite

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