Telepatía cachonda

Sexo 22/05/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 12:11
 

Querido diario: No creo en la telepatía, pero a veces, parece que existe. Llamémosle coincidencia, el caso es que hace unos días estaba pensando en Armando, un cliente de hace algún tiempo y, como si fuera un asunto telepático, apareció. No pasaron diez minutos desde que pensé en él cuando entró su llamada. Naturalmente, quedamos de vernos y, después de saludarlo, le conté de mi invocación.

Es distraído. Estabamos hablando de telepatía, pero él miraba mi sostén como si quisiera quitármelo con la mente.

—Lo que intentas es telequinesis —Le dije.

—¿De qué hablas? —Respondió.

—De quitarme el bra sin tocarlo —Expliqué mientras me lo desabrochaba.

—Pues funcionó —Me dijo —Ya no lo tienes puesto y no tuve que tocarte.

Nos reímos. Armando es un señor joven, con muy buen sentido del humor y gustos refinados. Me llama más o menos cada dos meses y, después del amor, nos ponemos al día. Se quitó los zapatos mientras yo hice lo mismo y seguí con la blusa y la falda.

—Qué guapa —dijo de pronto.

—Es un conjunto nuevo. Especial para ti.

Me le uní en la cama y procedí con un masajito en los hombros, apoyando mi pecho en su espalda. Él, como aliviado, estiró su cuello y acarició mi rostro con el suyo. Acarició mis rodillas y palpó mis muslos, amasando como si ese gesto le resultara relajante.

Se dio media vuelta y me besó como si se estuviera ahogando y yo le proporcionara oxígeno. Se abalanzó voraz sobre mí, usando sus manos, recorriendo cada rincón de mi piel.

Sus besos quedaron por mi cuello, mi rostro, mis labios. Su lengua trazó un caminito divino entre mis tetas, en torno de mi ombligo. Apenas le puse el condón, la estocada fue precisa y oportuna. Me penetró. Empujando la ingle y encajando su palo tieso y palpitante en mi entrepierna húmeda y dichosa. El pulso de su pene erecto dentro de mí me ponía más briosa y me hacía sentir cada nervio de su miembro.

Rodamos por la cama, nos enredamos con las sábanas y emergimos de ese amasijo de tela y cuerpos como si hubiéramos salido del inframundo. La cama, desnuda como nosotros, parecía más un cuadrilátero que un colchón.

Nuestra lucha se volvió más cachonda, a medida que aumentábamos la intensidad de nuestro encuentro. Armando me tomó firmemente por la cintura y me afincó en la cama alzando su torso. Me agarró por las muñecas me alzó las manos por encima de la cabeza.

Levanté una pierna sobre su hombro y apoyé el talón ahí. Su miembro, grueso y durísimo, se adentró aún más en mi umbral, mojadito y rozagante. Armando se dejó caer parcialmente sobre mi pecho y me abrazó una vez más, bien juntito a mí, tan cerca que nos fundimos y no paramos de movernos, como un tren a vapor a toda velocidad.

La madera de la cama chirrió debajo de nosotros. El temblor de sus patas estremeció las paredes, nuestros cimientos, el eco de los gemidos que se escapaban de mi boca, los gruñidos que salían como bufidos de la suya. Gotas de sudor nos bañaban y nos hacían resbalarnos entre nuestros propios cuerpos.

—No pares —gemí al borde del clímax.

Armando se rifó hasta hacerme acabar. Él siguió unos segundos más y se descorchó enterito, con el pecho, el cuello y el rostro enrojecido, tragándose un grito y con los músculos en franca tensión. Luego se desplomó con cara de satisfacción.

No creo en la telepatía, pero a veces, parece que existe. Llamémosle coincidencia, el caso es que hace un ratito estaba pensando en Armando, cuando ¡Zas! Entró su llamada. Vamos a vernos. 

Hasta el jueves, Lulú Petite

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