Como mis tacones

Sexo 22/02/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 05:22
 

Querido diario:  A mí me gustan los hombres como me gustan mis tacones: altos, buenos y que no lastimen. Ricardo es el prototipo perfecto que encarna esa idea. Me habló el sábado y quería enterarse de mis servicios.

Su voz me fascinó, grave,  pero no aterradora, profunda,  pero no misteriosa. Encantadora.

—Te va a gustar. Doy trato de novios, con besitos y caricias. Todo el sexo que quieras en una hora, siempre con condón.

Como él ya estaba en el motel, me dio el número de habitación y acordamos vernos de inmediato. Lo que tardara yo en llegar. Todo con este tal Ricardo sucedía sin contratiempos, ante cada pregunta, una respuesta amable, positiva.

Mis tacones resonaron en el pasillo, mientras me fijaba en el número de las puertas. En cuanto llegué a la indicada, hice un puñito y toqué.

Mi sorpresa fue grata. Un cuello largo y estirado, con una manzanota de Adán muy pronunciada y que provocaba darle un mordisquito de Eva. Vaya que es alto. Imponentemente, como si usara zancos o fuera el resultado de la cruza de una persona y una jirafa. Me gustó su contextura, la elegancia de sus movimientos y la forma tan varonil en que me extendió su mano para hacerme pasar.

Para nada tímido, comenzó a hablarme seductoramente. Sus labios eran suaves y estaban muy húmedos. Eran refrescantes, por ponerlo de algún modo. Sabía rico. Estiré mi brazo y toqué su entrepierna. De pronto sentí que él posaba su mano sobre la mía y me indicaba qué camino seguir. Estaba durísimo y prácticamente vibraba.

Nos relajamos rápidamente. A medida que nos dejábamos caer sobre la cama nos desvestíamos. Ricardo fue ágil y me quitó la blusa en un santiamén con una mano, mientras la otra se abalanzaba explorando mi espalda, con pericia y desabrochando el sostén. En automático, yo también le iba quitando prendas y estrujándolo con el cuerpo fogoso.

Sus caricias eran señales encendidas que me prendían la piel. Su respiración cálida en mi cuello cuando comenzó a darme besitos y a lamerme las orejas me encaminaron hacia el deseo más elevado. Nos manoseamos, nos reconocimos en la desnudez, en la intimidad casual de nuestro encuentro.

Recorrió mis piernas con sus dedos candentes, trazó caminos con su lengua en mi pecho, apretó mis curvas, mi carne y mi figura temblorosa. Lo quería todo, lo deseaba tanto como él.

Se acomodó encima, acariciando mi rostro con su mentón. Estiré el rostro hacia atrás, como si lo abandonara para entregar todo lo demás. Alcé los brazos por encima de mi cabeza y me até mentalmente. Entonces sentí la estocada. Su forma de entrar en mí fue deliciosa. Se dispararon todas mis sensaciones y la piel se me puso chinita. Me mordí los labios y me aferré a la sábana.

Ricardo empujó una, dos y tres veces, primero muy suave. Encajando cada centímetro de su pene tieso. El grosor de su miembro me ajustaba a la perfección. Cuando comenzó a agitarse, de a poquito y despacito, cerré los ojos y mis gemidos se escaparon de mi boca, alborotados desde mis entrañas.

Alcé las piernas y lo envolví por la cintura, atrayéndolo más hacia mí, apreté los labios para sentir su miembro retumbando en mis entrañas, taladrándome. Su cuerpo rozaba el mío, los vellitos de su pecho hacían cosquillas en mis senos. Con el umbral húmedo, me sentía en el paraíso. Su ingle pujaba suavemente sobre mi clítoris, haciéndome delirar. ¡Qué rico es coger cuando se hace bien!, pensaba.

Él dijo algo indescifrable, como un gruñido. Su voz suave y reverberante retumbó en mi cabeza como un canto hipnótico. En eso me aferré a su espalda y clavé mis uñas en sus hombros. Estábamos apretaditos, casi fundidos. Gemí sin despegar los labios, como tragándome un grito.

—¡Sigue! —alcancé a exalar como vencida por un maremoto de emociones.

Sentí su pene entumecido, duro y prensado dentro de mí, palpitando y bombeando su leche espesa. Yo me perdí en mi orgasmo por unos instantes, agarrada a su cuerpo. Cuando volvimos a esta dimensión, nos encontramos satisfechos, como renacidos.

Alto, bueno y cariñoso, como mis tacones. Así es Ricardo. Ojalá me llame de nuevo pronto.

Hasta el martes, Lulú Petite

 

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