La eternidad de un orgasmo

Sexo 21/09/2017 12:50 Lulú Petite Actualizada 19:45
 

Querido diario: Clavé mis uñas en la sábana, casi perforo el colchón. Me meneé gustosa, dándome banquete con la potente herramienta de Marcelo. Me agarró con fuerza y me empujó una y otra vez aquella máquina hirviente. Mis tetas se tambaleaban con cada una de sus arremetidas, mi cuerpo se estremecía, mi cabello se despeinaba con mis movimientos. Hundí la cara en la almohada y grité de placer, alzando mis nalgas y abriendo más mis piernas, jugando según sus reglas, disfrutando cada centímetro de su miembro. Mis nalgas rebotaban en su ingle mientras la madera de la cama crujía debajo de nosotros.

Marcelo es un poco mayor que yo y tiene tatuajes. No me gustan para hacérmelos, pero cuando son bellos, disfruto admirándolos en otros cuerpos. Es esbelto porque practica natación y se mantiene sano. Tiene esa cualidad viril en su figura, en su silueta. Sus manos, que me atenazaban por la cintura, mientras me penetraba una y otra vez sin parar, son grandes, gruesas, con dedos largos.

Me gusta cuando me lo hacen así, cuando me toman salvajemente y me dominan sin maltratarme. Entran en el juego respetando las reglas. Marcelo además me dio una sopresa: primero me comió la entrepierna, hundiendo su lengua en mi umbral, acariciado mi clítoris con sus labios gruesos y carnosos. Luego me lo metió sin más dilaciones, saciando así su imparable pasión.

—Sigue, así, así… —gemí, viendo mi reflejo en el espejo frente a la cama. Estaba enrojecida, sonrosada, ruborosa.

Hundió su pala entera en mí infinitas veces. Parecía que se desgastaba, que se extinguía por el esfuerzo, pero estaba cada vez más enardecido, más vigorizado y con su deseo latente. Enterró sus dedos en mi carne, apretando mis nalgas y clavándome hasta el fondo su garrote. Sentí sus bolas grandes y jugosas chocar contra mi vulva, sentí sus muslos sobre los míos, rozando con sus vellos mi piel crispada de placer, su respiración en mis hombros, en mi espalda, en la parte de atrás de mi cuello.

—¿Te gusta? —me gruñó cachondo.

—Sí, sí, dame más —le rogué gimiendo y mordiéndome los labios.

Permíteme hacer una pausa para explicarte algo sobre Marcelo. Lo conocí hace unos días y, como ves, causó una buena impresión en mí. Es una especie de genio de lo digital. Es joven, claro, y tiene carisma. Lleva la vida como quiere, aunque, como a todo hombre, le pega la soledad, le entran ansiedades por las relaciones interpersonales y por la presión de conocer a gente nueva, tener vínculos emocionales y un largo etcétera. Trabaja desde su computadora, así que no tiene anclas. Vive viajando. Está recorriendo México, pero va a su ritmo. Pasa un par de meses en una ciudad, otro par en otra. Me contó que lleva varias semanas aquí en Chilangolandia, pues le gusta adentrarse bien en los sitios que visita. Luego, ¿quién sabe adónde irá?

—Tal vez Chiapas, tal vez el norte, no sé —dijo.

Me gusta su forma de vida. Su sonrisa viajera, con los ojos libres, las palabras seguras y firmes. Luego me contó que llegó a mí como parte de su exploración turística. Un día, compró su periódico y se topó con una de mis anécdotas. Buscó un poco y me encontró.

La curiosidad es una gran aliada en mi trabajo. Una vez le expliqué en qué consisten mis servicios, dijo: “Vale” y ahí estábamos, dos horas después, devorándonos en una hora de sexo-terapia.

¿Dónde me quedé? Ah, sí, me lo estaba haciendo de perrito, taladrándome con su pieza dura, parada hasta el tope, llegándome a fondo. Mojada hasta más no poder, me rendí en pleno, entrando como en cámara lenta en una especie de ensueño. Cerré los ojos y simplemente disfruté del gusto por su sexo candente y poderoso, atravesándome hasta las entrañas, haciendo tambalear mis cimientos. De pronto, deslizó su mano entre mis piernas y empezó a tocarme deliciosamente. Desde ahí fue como despegar. Él dejó caer el peso de su torso sobre mi espalda y fue reconfortante, muy cálido. Me masturbaba divino, acariciando justo donde se me desataban las cosquillas.

—No pares —susurré, sintiendo el roce de su barba en mi mejilla.

No paró hasta dejarme suelta y flojita. Cuando se avecinaba el desenlace, apretamos los cuerpos y nos deshicimos en el momento exacto en el que colisionan los universos del éxtasis. Empapados en transpiración, yacimos en silencio, complacidos, exhaustos. A Marcelo no sé si vuelva a verlo mientras está acá, pero si no, que tenga buen viaje y que conozca todo lo que quiera conocer. Y que la pase de maravillas en cada rincón que visite.

Un beso, Lulú Petite

Google News - Elgrafico
Temas Relacionados
Lulú Petite sexo

Comentarios