¿Quién quita? Por: Lulú Petite

21/07/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 10:32
 

QUERIDO DIARIO: La oficina está para el carajo. Todo mundo ya de vacaciones, en la playa o al menos rascándose el ombligo en casa, libres de toda responsabilidad.

En cambio Lalo, en su oficina, con muchísimo trabajo. Claro, se trata de cerrar un buen negocio y tendrá su recompensa, pero mientras… parece que está cumpliendo sentencia.

Ya de plano nomás voltea a ver el piso para pensar dónde comenzar a cavar, quién quita y puede darse una escapada ahora que está de moda.

A Lalo le gusta su trabajo, pero a veces está del carajo, no tener tiempo ni para salir a echar unos ‘drinks’ con los cuates. La novia, hace un par de meses lo mandó al carajo, muy chambeador y todo, pero se buscó a uno que al menos los fines de semana la sacara.  “No todo en la vida es el negocio corazón”, le dijo antes de cortarlo.

Hoy tuvo una pesada reunión con los clientes. En la reunión había una chava buenísima. Algo entre edecán, secretaria o asistente de los cuates con los que van a firmar un muy buen contrato. Muy guapa, pero no tendría madre si, por caliente se cae el negocio, nadie sabe en esos casos si se trata de una joven ejecutiva o alguno de los clientes tiene en ella otros intereses. Son arenas movedizas, no vale la pena el riesgo, pero… Ah caray, sin vacaciones, sin novia y con los huevos a reventar entre la abstinencia, la chava guapa y las fantasías que le provocó. Apenas se despidió, tomó la decisión de llamarme.

—Me gustaría que llevaras ropa tipo oficina, un vestido discreto, me pidió, supongo que para darse vuelo en su fantasía con la morrita de la reunión.

Veintitantos minutos después de la llamada, estaba tocando en su habitación. Cabello suelto, peinada cuidadosamente, gafas, zapatos negros con suela roja, vestido negro apenas arriba de las rodillas, escote tentador sin llegar a atrevido, maquillaje discreto. Generalmente visto así, de modo que supuse que ajustaría a su solicitud de ropa tipo oficina.

Eduardo es alto. Viste un traje elegante, huele a perfume y su sonrisa es encantadora. Me mira a los ojos y, con una coquetería que me desarma, me dice que estoy perfecta. Me toma de la mano y me invita a pasar.

Se porta como un caballero, antes de empezar con el amor, me platica un poco de él y la historia de su día, especialmente, cómo la chica guapa de la reunión le había inspirado una calentura tal, que no pudo resistir sacarse al chamuco llamándome.

—Mal por ella, suerte para mí, le dije antes de que me tomara la mano y me diera un beso en los labios. Besa bien. Creo que su novia es una tonta al haberlo terminado. O no sé, tal vez sea la calentura, pero sus besos y caricias tenían una inspiración tremenda, tanto que casi de inmediato comencé a calentarme. Acarició mis hombros suavemente, mientras me besaba el cuello, deslizó sus manos por mi espalda, por mi talle, apretó mis nalgas, entre besos y faje fuimos moviéndonos por el cuarto hasta que me acorraló contra el tocador, quedé casi sentada en él.

Los besos y las caricias se hicieron más pasionales, subiendo de color a cada segundo. Separé un poco las piernas y él deslizó su mano entre mis muslos hasta tocar mi sexo empapado y hacerme estremecer. Con la otra mano apretaba mis senos, mientras seguía comiéndome la boca con un beso incendiario.

Le aflojé entonces el nudo de la corbata, le comencé a desabotonar la camisa y, encima del pantalón, le toqué el sexo. Era enorme. Sentí, al mismo tiempo, miedo y un profundo, intenso, brutal deseo. Nos separamos entonces y terminamos de desnudarnos cada uno por nuestra cuenta, con ese tipo de prisa de quienes no pueden posponer el placer un segundo más.

Me arrodillé y le puse el preservativo con los labios. Al ponerme de pie, me puso contra el tocador, frente al espejo, dándole la espalda, pero viéndonos de frente, él con una mirada furiosa, de macho en brama, yo, desesperada, deseosa, con ganas de ser llenada. Sentí sus manos tibias en mis nalgas, apretándolas primero, con su miembro rozándome la espalda. Luego, metió sus dedos y las separó, rozándome la vulva con una caricia de lo más indecente y deliciosa. Me levantó un poquito, antes de apuntar su sexo hacia mi vulva y clavarse de un solo golpe haciéndome gemir entre la punzada y el placer. Se empezó a mover y entonces lo vi, con sus ojos clavados en los míos, ambos sosteniéndonos la mirada en el espejo, gimiendo, jalando aire, rebotando, sudando. Era como verme a mí y a él, protagonistas de una escena erótica, casi amorosa. Fue tan intenso que alcanzamos juntos un orgasmo delicioso y casi instantáneo.

—Y la chava que te gustó ¿La volverás a ver? Le pregunté.

—Seguramente, si trabaja para los clientes y el negocio prospera, la tendré que ver.

—¿Te gustó mucho?

—Muchísimo

—Pues entonces inténtalo.

—Es muy arriesgado, ¿Y si anda con el cliente o él quiere con ella?

—¿Y si no? ¿El que no arriesga no gana?

—Pero ¿Cómo saber?

—¡Pregunta, tontín!

No sé si se convenció, pero no me parece bueno eso de quedarse con las ganas de algo por no atreverse a preguntar. ¿Quién quita? ¿No? ¿Tú qué opinas?

 

Un beso

Lulú Petite

 

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