Venimos a coger

Sexo 21/02/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:00
 

Querido diario: Creo que había pasado un año desde la última vez que vi a Fabricio. Es de los clientes a los que he visto en varias ocasiones, pero hacía mucho que no llamaba. Está por jubilarse, aunque no lo aparenta. Pero igual me llevé una sorpresa grande al verlo después de tanto tiempo. Subió un poco de peso. No mucho, peso se le nota, sobre todo en los cachetes. 

Sonriendo me dijo que no tenía que fingir, que él sabía que estaba cambiado.

—Sí te veo más…

—Gordo —respondió él.

En la habitación, cuando nos pusimos al día y estábamos más cómodos, me explicó que se estaba sometiendo a un tratamiento de esteroides que lo hacían hincharse, por eso su aspecto nuevo.

—Pero ¿estás bien?

—Sí —contestó restándole importancia al asunto—, no te preocupes. Ya lo peor pasó.

Se metió al baño y cerró la puerta. Escuché que el agua comenzaba a correr en la ducha.

—Sólo necesito quitarme el olor del día —gritó del otro lado de la puerta—, no tardo.

Mientras se preparaba por su lado, yo hacía lo mismo por el mío. Puse a la mano el lubricante y los condones, me quité los zapatos y el vestido.

Como aún no salía, me puse a leer mensajes en Twitter. Estaba bocabajo, perdida en las publicaciones que se iban desplegando, cuando sentí a Fabricio detrás de mí. Ni me había dado cuenta de que la ducha ya no sonaba. Recostó su entrepierna primero, luego sentí su cuerpo. Estaba húmedo y frío de la ducha, pero su aliento cálido y fresco en la parte de atrás de mi oreja me hizo hervir el primer tramo del deseo.

—Ha pasado mucho tiempo, Lulú —me susurró al oído escurriendo una mano hasta mis senos—. ¡Qué rica! —dijo luego tomando uno como un jugoso melón.

Le había cambiado el porte, pero también el ánimo. Estaba más pícaro y cachondo que de costumbre. Alcé las nalgas y con ellas encontré lo que buscaba. Se sentía como un garrote de cuero duro y palpitante. Estuvimos un buen rato así, restregándonos las ganas, como generando el calor para la fogata que estábamos a punto de encender.

De pronto, Fabricio se incorporó en la cama, me ayudó a darme media vuelta y de un zarpazo se zafó de la toalla que llevaba en la cintura. Estaba más que listo. Lo ayudé a colocarse el preservativo y, sin más preámbulos, me agarró por la cadera y me llevó hacia el borde de la cama.

Coloqué mis talones sobre sus hombros y me agarré de la sábana. Me penetró suave y plácidamente, disfrutando cada milisegundo de esa primera sensación. Su miembro entró en ángulo, llenándome por dentro, encajándose en cada rincón, en cada pliegue de mi vagina. Se sentía divino. Pasó su mano tersa sobre mi pecho, acarició mi cuello, metió su índice en mi boca y lo chupé como si fuera un caramelo. Se agitaba y hacía que me agitara. Algo se estremecía en mis cimientos gracias a su ritmo, a la forma en que se movía.

—No pares, Fabricio —supliqué gimiendo de placer.

Entonces empezó a hacerlo más rápido y más duro. Yo ya estaba por derretirme, pero él seguía y seguía, sudando y exhalando, como si su vida dependiera de ello. Gotas gruesas de su sudor resbalaban por su rostro. Puse mi mano en su cara, acaricié sus mejillas, puse mis dedos en sus sienes y sentí la cicatriz. Hacía un surco en forma de signo de interrogación que iniciaba a un lado de su oreja y acababa en el nacimiento de su cabello. Su rostro se enrojeció, sus manos apretaron mi cintura y cerró los ojos para perderse en el abismo del orgasmo.

Mientras se venía y me inyectaba su semilla de vida, me agarró firmemente por la cintura y tensó sus músculos. Lo sentí dentro de mí, como algo vivo, con pulso. A medida que se tragaba sus gruñidos, su pene bombeaba cual manguera, dejándolo seco.

Me desacoplé y me acosté a su lado, apoyando la cabeza sobre su brazo. Me contó del día que le diagnosticaron cáncer, de la cirugía, las quimios, los hospitales, la remisión, la amenaza latente de que lo que se fue regrese. Me habló de la importancia de la vida, de cuidarla, de disfrutarla y, sobre todo, de aprovecharla. El regalo más preciado que tenemos son los minutos que vivimos. Cada uno que desaprovechamos, es irrecuperable, cada uno que gozamos, es insuperable.

—Venimos a… —dijo quedándose callado un segundo, como buscando la palabra.

—Venimos a coger— interrumpí pícara. Él se rio a carcajadas.

—Venimos a aprovechar el tiempo que se nos regala —corrigió .

Un beso, Lulú Petite

 

Google News - Elgrafico

Comentarios