Le di su noche buena

Sexo 20/12/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:10
 

Querido diario: Esa tarde me habló Valentín. Quería terapia de colchón. Es tiempo de fiestas de fin de año y Valentín tuvo la suya con la Godiniza de su oficina. Todo bonito: Abrazos, buenos deseos, brindis, intercambio de regalos, alcohol, comida, risas, pachanga. Todo salió muy bien en la fiesta oficial, pero al terminar, los puros cuates hicieron el after. Para no hacértela larga (la historia) se lanzaron al bar de uno de los moteles en los que atendemos mis colegas y yo. Compraron unas botellas y siguieron la fiesta. Hicieron una vaquita, la sortearon y a los ganadores les tocó, además de la pachanga llamar a una chica con quien aliviar la calentura. Valentín ganó una de las vacas y me llamó a mí.

Cuando llamó ya era un poco tarde. Igual me metí a bañar. El agua caliente me reconfortaba, pero no era precisamente lo que necesitaba. Quería calor corporal, humano. El tipo de calor que de verdad espanta este frío.

En el motel, Valentín me esperaba ansioso. Subí al elevador sin saber que en el bar estaban los que no ganaron la rifa, esperando a los que sí para que contaran sus anécdotas. Desde algunas puertas se oían conversaciones convertidas en murmullos, risas, gritos de placer, música. Así son los moteles en estos días. Algunos después de la fiesta nos llaman a nosotras, otros salen con pareja y ¡zaz! Buscan motelito para darse la noche buena. 

Al abrirme hizo un gesto de galán para que entrara y cerró la puerta para seguir con la mirada mis pasos hacia la habitación. Le estampé un beso en la parte baja de la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios. Su cuello emanaba una fragancia muy suave, como de frescor y pulcritud. Sus ojos eran de color almendra, redonditos como canicas y se escondían debajo de unas cejotas muy gruesas, negras y rebeldes.

Él se había quedado en la puerta y me veía con cautela.

Sostuve su mirada y me apoyé con los codos sobre la cama para esperar por sus caprichos. Quería hablar un rato. Me platicó un poco sobre él, su trabajo, sus expectativas, sus amigos. Me contó que estaban abajo, esperando a que regresara con noticias. También me contó que otro amigo también ganó el sorteo y estaba esperando a una chica en otra habitación y que un tercero estaba haciendo lo mismo, pero pagándolo de su bolsa. Uno mordisco al aguinaldo que, dijo, vale la pena.

Me cayó bien. Generalmente no atiendo a personas cuando están de fiesta. Afortunadamente Valentín no estaba tan pedo. Apenas lo suficiente para estar alegre y desinhibido, pero no impertinente. Me hacía reír.

Se quitó lentamente la camisa mientras me miraba. Alzó la quijada y entendí que quería que me desvistiera también, para observarnos, medirnos y crear tensión.

Se acercó hasta mí, se sentó a mi lado y me ayudó a acomodarme sobre su regazo. Entonces empezó a acariciarme las piernas y observó las formas de mi cuerpo.

Nos miramos a los ojos y nos besamos. Su lengua encontró la mía, tenía un ligero sabor whisky. Mis manos recorrieron sus hombros fortachones, su abdomen rollizo y viril. Su pene empezaba a despertar. De pronto metió un dedo en mi boca. Se lo chupé hasta el nudillo. Ese mismo dedo, lo fue deslizando por mis labios, por mi cara, por mi cuello, por mi pecho, por mi barriga, hasta llegar a mi monte de Venus. Ahí palpó la abertura, acariciando con sumo cuidado, sin excederse, tanteando a medida que mis fluidos empezaban a escurrirse, humedeciendo todo. Me aferré a su cuello cuando metió el dedo y gemí bajito.

Empezó a masturbarme muy rico. Con su índice sobaba desde adentro, y con su pulgar, restregaba mi clítoris, activando los nervios del placer. Aún sentada en su regazo, recosté mi espalda sobre su pecho y me puse  de espaldas a él. Abrí las piernas y comencé a moverme de atrás hacia delante, inhalando y exhalando, haciendo crecer mi deseo con su tacto.

Sin más preámbulos, se puso el condón y me alzó con ambas manos para que me acoplara mejor a su ingle. Su pene entró hasta la raíz y comenzó a moverse. Me agarré de sus rodillas y abrí más las piernas. Arqueé la espalda y entonces él se dejó caer boca arriba sobre el colchón, sin parar de moverse. Gruñía y gemía emocionado, enterrando sus dedos en mi piel, en mis carnes. Luego me tomó por debajo y alzó mi eje. Su miembro se enterró en mi vagina como una estaca. Apoyé los pies en sus muslos y ahí sí que sentí todo su poderío. Estaba durísimo, hinchadísimo y excitadísimo.

Lo sentí bombear la leche, vaciarse en el condón y empujar con un último esfuerzo, sin dejar gota por fuera. Me agarró bien por la cintura y me atrajo hacia su cadera con tanta fuerza que sentí que nos fundiríamos. El tipo de calor que espanta el frío. Para eso necesitas un Valentín, mi Valentín. Le prometí que aquí escribiría lo sucedido. Misión cumplida.

Un beso, Lulú Petite

Google News - Elgrafico

Comentarios