“El corazón manda” Por Lulú Petite

20/11/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 07:17
 

Querido diario: 

En este trabajo, como en casi cualquier otro del sector servicios, al cabo de un tiempo has tenido tal número de clientes, la mayoría pertenecientes al grupo de una sola vez, que se hace imposible recordarlos a todos. Aun así, uno que otro perdura en la memoria semanas o meses después.

Hace casi cuatro años, me tocó uno de estos casos. En principio un muchacho de veintitantos años, carita linda, buen cuerpo y palabras gentiles; notas perfectas, traje perfecto, un título, maestría, candidato a doctor y tres idiomas. Un trabajo de nueve a cinco muy bien pagado, padres amorosos, sonrisa impecable, buen coche, buena vida. Con esas cartas de presentación, esperas que el querubín tenga además una linda esposa un par de hijitos esperándolo con la cena lista en una casa preciosa.

La única diferencia con mi cliente era que, por jugarretas del destino, la preciosa casa que le recibía era oscura y silenciosa.

Afligido, me contó que su soledad no se debía a otra cosa que un amor fallido y la falta de ánimo para sentimentalismos. El “amor de su vida”; la que fue su novia desde la adolescencia hasta hacía unos años, lo había dejado plantado, con boda pagada, para irse con un amigo mutuo. Desde entonces decidió no enamorarse y era un convencido de la soltería, un prófugo del romance creyente de que el amor no existe y decidido a no dejar que el corazón mande en su vida, así que, para aliviar sus necesidades, recurría a romances pasajeros u opciones rápidas y accesibles, como mis servicios.

El asunto con él se dio muy bien. Me senté en sus piernas, abrazándole, para compartir un largo, tierno, cariñoso beso que se fue desarrollando despacio y pasional, hasta convertirse en el tipo de beso que hacía que algo ardiera en mi bajo vientre.

Él respondía con caricias lentas, así que me decidí a llevar las manos a mi blusa y empezar a desabrochar los botones, pero me detuvo para hacerlo él mientras iba besando la línea de piel que dejaba al descubierto. Me abrazó al quitármela, deslizando las manos por mi espalda, una reconfortante caricia contra la que me recliné... Caímos juntos sobre la cama, piel contra piel, sorprendentemente suave la de su vientre, y le desabroché los pantalones.

Pregunté, y me susurró al oído lo que deseaba, haciéndome cosquillas con la punta de la nariz; así que su cabeza cayó sobre los almohadones, el cuello al fin relajado tras la tensión de una rutina frente a la pantalla de una computadora, y las manos abriéndose y cerrándose, nerviosas por no tener claro qué hacer. Con las luces apagadas, el condón colocado en una distracción de un segundo, rodeé sus muslos con los míos. Mi humedad latía demasiado cerca de su piel, y alzó las caderas para forzar el contacto.

Se lo facilité. Sin penetración, froté mi sexo contra su miembro, y las corrientes de placer que atacaron mi clítoris me hicieron sentir a las puertas del cielo. Repetí el movimiento, adelante y atrás, jugando con la punta, haciéndole fantasmas de caricias en el vientre con los dedos mientras me pedía que parara y también que siguiera, que fuera más allá. 

Al fin dejé de hacerme del rogar. Se la agarré, lo guié y me dejé penetrar por completo, rico, lento, hasta que estuvo toda dentro y los dos, que habíamos estado conteniendo la respiración, jadeamos.

Rogó por más, pero tampoco habría tenido que hacerlo. La siguiente penetración fue tan deliciosa que me provocó un orgasmo inmediato. Gemí mientras lo montaba salvajemente para seguir exprimiendo aquel placer.

Nos movíamos con furia, gimiendo a coro, agarrándonos a las sábanas con tanta fuerza que las sacábamos de lugar. Fui más rápido, lo más rápido que pude. Le cogí las manos y las llevé a mis senos, que botaban obscenamente, para que los sobara bien. Y entonces me detuve, y soltó una exclamación incoherente que sonaba a protesta. Reí, y retomé el ritmo muy, muy lentamente.

Casi llorando, me pidió que fuera más deprisa, que le reventara, pero yo me daba cuenta que le estaba encantando. Tras un ratito de tortura, ni yo pude aguantar, y apenas tres o cuatro penetraciones a ritmo veloz, estallé en un dulce orgasmo que hizo que mi visión se tornara blanca durante unos segundos. Duró, y duró, mientras mi vagina se contraía en dulces espasmos que hicieron que él se viniera, abrazándome y temblando.

Pasó un largo rato de ecos de sexo para prolongar la sensación hasta que por fin, rendidos sobre la cama, nos sonreímos.

Eso pasó hace casi cuatro años y fue como si hubiera sucedido apenas. Ayer me encontré con él en el cine. No dije nada ni intenté saludarle, pero él se puso de mil colores al reconocerme. Sonreí y me alejé hacia mi sala. Debo reconocer que me dio gusto verlo contento, tomando con una mano a un niño de un par de años, con la otra a una mujer joven y muy guapa, cocinando un segundo bebé en su vientre. Es bueno ver que, al final, el corazón manda.

 

Lulú Petite 

Hasta el martes

 

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