Como el perico...

Sexo 20/03/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 18:48
 

Querido diario: El otro día conocí a Gerardo. Al teléfono me pareció amable y con buena vibra. Hablaba un poco lento, como si pensara muy bien sus frases antes de decirlas. Me pidió detalles de mi servicio. Generalmente tengo un monologo-speech ya muy aprendido en el que, con pocas palabras, le explico a cada nuevo cliente qué se vale, qué no se vale, cuánto cuesta, dónde se hace y lo mucho que le va a gustar coger conmigo.

Gerardo estuvo de acuerdo y me dijo que ya estaba en el hotel. Generalmente pido que me llamen con más anticipación para no hacerlos esperar. Le dije que iría, pero aún tenía que ponerme linda: baño, maquillaje, peinado. Hasta me puse un conjunto de lencería nuevo para estrenarlo con Gerardo.

Me metí al coche, libré el tráfico y cuando llegué al motel, volví a revisar el mensaje que me había mandado con el número de su habitación y el emoji de la carita con ojos de corazón.

Subí por el elevador y salí al pasillo, que estaba tan silencioso que parecía que el lugar estaba desierto. Toqué la puerta y nada. Volví a tocar un poco más fuerte. Comencé a dudar sI había caído en una mala broma. Entonces se ecucharon algunos movimientos y, de pronto, se abrió la puerta. Estaba despeinado y parecía como si hubiera recién aterrizado de un tornado.

—Lo siento, Lulú, qué pena —dijo—. Me quedé dormido.

Miré mi reloj. En realidad no había tardado tanto, pero él tenía una cara de pereza impresionante.

—He tenido una semana de mucho trabajo y he estado viajando.

Él es de Nuevo León, pero su empresa se está ampliando a varios estados. Viene a la Ciudad de México de paso, entre un viaje y otro, al día siguiente volaba a primera hora, pero estaba cachondo y quiso aprovechar para vernos. El problema es que también estaba cansado. Apenas podía mantenerse despierto, pero quería coger. 

Estiré mi brazo y, con la palma de mi mano, palpé su entrepierna. En eso comenzó a surgir, bajo la tela de su pantalón, su bulto prensadito y tieso. Se lo besé lentamente, haciendo pucheritos vaporosos para llamarlo más y que saliera a jugar. Mientras, Gerardo me acariciaba el cabello, los hombros, las tetas.

En eso le desabroché el cinturón, le bajé la cremallera y metí mi mano para chaquetearlo a gusto. Él respiraba hondo, entre complacido y nervioso. Se quitó el pantalón y, mientras desabotonaba la camisa, empecé a chaquetearlo.

Su miembro no tardó en crecer en mis manos. Lo sentí ponerse más duro y más prensado, con venillas gruesas brotando de él a medida que emitía un pulso cálido y provocador. Le coloqué un condón y me lo llevé a la boca. Lo hice delirar chupándoselo en la puntita, masajeándole las bolas, lamiendo el palo de tramo a tramo, apretándolo entre mi lengua y mi paladar, metiéndomelo lo más hondo que podía.

—Quiero hacerte el amor, Lulú —dijo.

Me sonó muy tierno, pero también muy cachondo. Me limpié el mentón con el antebrazo, me acomodé en la cama y lo invité a que me siguiera. Gateó hasta mí, con sus pupilas encendidas de deseo. Me acomodé bocarriba y abrí las piernas. La estocada fue rápida y divina. La curvatura de su pene rozó mi clítoris, y el ángulo hizo que lo sintiera bien apretadito adentro. Empapada como estaba, me entregué al bamboleo de su cadera. Lo hacía muy rico, meneándose de atrás hacia delante, encajando cada tramo de su tolete jugoso.

Gozamos un buen rato hasta que se pasmó, se tensó y expulsó a chorro su leche dentro de mí, mientras gemía bajito.

Se quedó dormido. Cuando me levanté para vestirme despertó. —¿Contento?.

—Sí —contestó volviendo a cerrar los ojos—.  creo que tendré un sueño muy placentero.

Me fui sin hacer mucho ruido, para dejarlo descansar. Un poco más y se me duerme como el perico, a medio palo.

Hasta la próxima, Lulú Petite

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