Un gustito

20/03/2014 17:25 Lulú Petite Actualizada 17:43
 

Querido diario: El calor del mediodía es una maldita calamidad. Tomo la lateral de Viaducto para dar vuelta en Patriotismo. El tráfico es lento, pero avanza, nada que ver con los embotellamientos que hay de dos a cinco de la tarde, cuando empiezan las avenidas a convertirse en estacionamientos interminables. En el carro de al lado va un tipo guapo, me recuerda a Daniel, el que conocí en Cancún que anda con su vecina, la señora que le dobla la edad. Supongo que rico, pero como yo estaba trabajando, no intenté averiguarlo. Me cayeron bien y, aunque no intercambiamos números ni nada parecido, me hubiera gustado tener una amistad con ellos. Llegué a mi compromiso justo a la hora acordada.Primer turno: 12:00 horas, habitación 402. Toc, toc, toc.

No conozco al señor que abre la puerta. Le calculo unos cuarenta y tantos años, no es guapo ni feo. Alto, recién bañado, sonriente, de ojos chiquitos y manos grandes. Se ve nervioso. Siento al saludarlo sus manos con ese sudor frío que delata ansiedad, supongo que es un cliente primerizo.

Cuando un hombre está por primera vez con una escort la mayoría de las veces vive una experiencia entre la excitación y la angustia. Supongo que se debe a dudas naturales; no sólo las de carácter moral, sino aquellas más terrenales: ¿valdrá la pena?, ¿realmente estará guapa?, ¿será bueno el sexo?, ¿será seguro?, ¿dará besos en la boca?, ¿cómo me la chupará?, ¿en qué posiciones la pondré?, ¿le gustaré? y, sobre todo, ¿me gustará? Muchas dudas y proyectos en la cabeza antes de oír que llaman a la puerta: toc, toc, toc.

Cuando ves a un cliente así tu primer trabajo es calmarlo. Dejarle saber, de la manera más sutil, que estás allí para que él disfrute, que de eso se trata, de relajarse y llevársela tranquila. Gozar cada momento. Algunos de los clientes más nerviositos que conocí, con el paso del tiempo se fueron convirtiendo en los más asiduos y eficientes. La idea es entrar en conciencia de que vas a disfrutar, que de eso se trata y tienes que relajarte para lograrlo. Es como subir a la montaña rusa, al principio puede darte pavor, pero ya que estás trepada, levantas las manos y sientes los subidones de adrenalina que te llenan el corazón de alegría, placer y emoción.

Nada más ni nada menos que de eso se trata el sexo: de un subidón que sólo experimenta el que se atreve a probar.

Para cuando comencé a chupársela, el buen amigo ya se había calmado por completo y repetía mi nombre, mirándome a la cara, disfrutando ver cómo su erección desparecía en mi boca y volvía a surgir cada que me atragantaba con ella. El sexo fue bueno. Creo que nos la pasamos bien y disfrutó la experiencia. Algo me dice que es de los que, tarde o temprano, vuelven a llamar.

Segundo turno: 13:20 horas, habitación 405. Toc, toc, toc.

En el mismo motel y en el mismo piso, no puedo pedir mejores circunstancias para hilar dos compromisos laborales. Se trata de un cliente conocido. Es un hombre mayor, tiene más de 70 años y una cultura envidiable. Es un placer estar con él. Algunas veces viene muy animado y, supongo que ayudado por una pastillita azul, me hace el amor. Otras veces quiere simplemente que nos acariciemos y besemos mientras conversamos. Así fue en esta ocasión.

Hay muchos clientes a quienes les gusta sólo conversar. No vienen por sexo. Cuando mucho nos desnudamos, nos metemos a la cama, les doy un masaje y nos ponemos a platicar. Hablar con el cliente y, especialmente, escucharlo, es una de las cualidades que nos permiten cobrar mejor que quienes no tienen temas de conversación. Supongo que por eso los clientes platicadores proliferan. Me despedí de él a las 14:40 horas, ya cuando el tráfico era un verdadero infierno.

Comí de prisa. Sopa de verduras y pechuga de pollo a la plancha. Quedé de ver a media tarde a un cliente que había insistido mucho en conocerme. Es de Chiapas y, según me dijo, viajó al Distrito Federal con la única intención de coger conmigo. He de admitir que me gustó la forma en que me lo dijo cuando llamó. Con una voz sensual y cierto romanticismo en sus palabras, me dijo piropos muy halagadores y me aseguró que quería estar conmigo al menos tres horas. Se escuchaba seguro y animado, así que me pareció bien. Quedamos de vernos a las cuatro en un motel de Viaducto.

Tercer turno: 16:10 horas, habitación 517. Toc, toc, toc.

Entre besos, me tomó de la cintura y comenzó a bajar sus manos hasta mis nalgas, entonces apretó suavemente, cogió la tela del vestido y comenzó a jalarlo hacia arriba mientras con su mano izquierda me bajaba el zíper de la espalda. Sacó el vestido por mi cabeza y lo puso en la cama regresando sus labios a mi boca. Apretó mis senos de modo que del sostén se escaparon mis pezones, que se llevó de inmediato a los labios. Se bajó el cierre del pantalón y sacó su miembro, aún blando, pero tremendo y que comenzó a hincharse maravillosamente hasta alcanzar una espléndida erección.

—¿Me lo chupas?, me pidió.

Lo vi de nuevo. Era un chavito de unos 25 años y un rostro de lo más dulce que te puedas imaginar, con el cabello largo, playera negra y una sonrisa socarrona. Había ahorrado para el Hell and Heaven, el festival de Heavy Metal, pero como se canceló, pues se dio un gustito conmigo. Estaba encantada con él y no sabía todavía lo que me esperaba. Igual me senté a la orilla de la cama, tomé su miembro con la mano y atendí su petición.

Hata el martes Lulú Petite 

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