Efecto mariposa

Sexo 19/04/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 05:20
 

Querido diario: A veces, un pequeño gesto puede resguardar un momento significativo sin que siquiera puedas notarlo. Un amigo decía que "Hasta el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo". Un acto pequeño, puede tener efectos grandes, decía. Si Hitler no hubiera entrado a esa taberna donde los otros nazis lo conocieron, quizá no habría existido una Segunda Guerra Mundial. Decía mi amigo. Nunca le di importancia al tema, pero me vino a la memoria con Abelardo.

Cuando conocí a Abelardo, hace más o menos un año, tenía la mirada difusa, como perdida en el remolino de sus pensamientos. De lo poco que hablamos esa vez, me contó que había perdido mucho dinero y, como no tenía más qué perder, lo que le quedaba en efectivo lo usó para pagar mis servicios. Supongo que debí sentirme halagada, pero la verdad no recordaba qué le había respondido entonces…

—Dijiste: "Qué bueno que conoces tus prioridades" —me recordó mientras conversábamos.

En serio no lo recordaba. Y si lo dije, fue sin intención de dar lecciones de vida, aconsejarlo, hacerlo entrar en razón. Nada. Pero para él funcionó. Me dijo, a un año de distancia, que en esa época estaba ahogado en deudas y que, por algún impulso, no podía controlar su adicción al juego. Seguía metiéndose en problemas, pidiendo lana aquí y allá, sabiendo que no podría pagar si seguía en esa espiral de juego.

—Pero desde esa vez contigo me quedé pensando, Lulú —prosiguió.

Para mí fue una respuesta. No la pensé, pero a él le pegó como un tabique. Que alguien en la cama le diga que está perdido era una llamada de atención. Se zafó de sus vicios y comenzó a trabajar para pagar sus deudas, poner orden a sus finanzas y evitar la cárcel o algo peor.

La piel se me puso chinita cuando me contó. Nos quedamos mirándonos. Ciertamente era otro. Se nota cuando una persona está en un momento próspero. Otra vez es el empresario de éxito que puede darse gustos como una tarde romántica.

Nos besamos. Sus labios gruesos y húmedos tocaron los míos como en cámara lenta. No se trataba de amor, sino de algo distinto. Abelardo más que nadie tiene los pies bien puestos sobre la Tierra. Sus ganas, su calentura y su deseo carnal era lo que lo impulsaba, pero el deseo de demostrar que pudo salir del hoyo, lo entusiasmaba.

Se sacó la camisa y se acostó a mi lado, arrimando su figura imponente hacia mí. De pronto nos encontrábamos restregándonos, desnuditos y ansiosos, comiéndonos a besos y acariciándonos como si quisiéramos desgarrarnos poco a poco. Su pecho sólido, esbelto y varonil, rozaba mis senos, que se encontraban más sensibles que nunca, mientras su aliento cálido chocaba como una ventisca cachonda contra mi cuello.

—Eres muy sexi, Lulú —susurró de pronto, con su voz lasciva y penetrante.

Entrelazamos los dedos y nos acomodamos. Mis piernas rodearon su cintura y con los pies lo impulsé hacia mí, atrayéndolo con un vaivén riquísimo. Él empujó su cadera y me atravesó. Me aferré a su espalda a medida que imponía el ritmo.

—Sigue —gemí.

Lamí el bordecito de su oreja y vi cómo sus poros se erizaron, su potencia tomó un nuevo vuelo y comenzó a hacérmelo más fuerte. 

La cama rechinaba. Abelardo estaba desbocado, recorriendo con sus manos traviesas cada esquina de mi cuerpo. Sus dedos descubrían mis puntos más sensibles, mientras su miembro tieso causaba estragos en mis entrañas. Sentí la inminencia del suceso. Adiviné el pálpito fugaz y nos apretamos mutuamente, como si quisiéramos fundirnos. Se chorreó completito, apretándome y entornando los ojos. Después yacíamos como en un sueño, haciéndonos cariñitos y viendo la nada. En eso me acordé de nuestro primer encuentro: Una frase que puede cambiar una vida. Raro, ¿no?

Hasta el martes, Lulú Petite

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