‘Me tragué su placer’

Sexo 19/01/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:00
 

Querido diario: Había coordinado la cita con Jason. Era un cliente nuevo. Dice que ya me había llamado una vez, pero yo estaba en Toluca. Me dijo que leía

 El Gráfico y que estaba intrigado por mis historias.

—¿Son reales?,  preguntó en la habitación.

—La realidad —dije ayudándolo a desabotonarse la camisa— a veces no es tan divertida como parece. Puede ser hasta mejor.

Jason tiene 50 recién cumplidos. Medio siglo. Es un hombre de casi dos metros, rubio, con barba de candado, piel blanca y cabello dorado, ojos pequeños, de color ámbar, corpulento, no gordo, sino tipo refrigerador. Es químico, su mamá es mexicana, como el agua de horchata,  y su papá, gringo, como la Coca Cola. Nació y creció en Minnesota. Le va a los Vikingos, disfruta la nieve y la vida tranquila. Habla español perfectamente, pero sólo lo hace cuando viene a México.

Aunque al principio no lo noté, tenía un yeso en la mano derecha. Algo en la muñeca y un dedo. Parecía como si hubiera metido el anular donde no debía. Cuando me di cuenta, ya estábamos en cueros y acariciándonos. El pecho de Jason se enrojecía y sus ojos se clavaban en mí. Tiene un cuerpo enorme y muy masculino. El frío de su yeso se desplazaba por mis curvas, dejando mi piel con una estela sensible.

Le mordí los labios cuando acercó su cuerpo al mío. Con su mano sana, hurgó entre mis piernas. Sus dedos húmedos, calientes y traviesos se abrieron camino. Me aferré a su cuello, estiré mi cabeza hacia atrás y solté un suspiro de alivio o de placer. Enterré las uñas en sus hombros cuando empezó a mover su mano, masturbándome sabia y divinamente.

Estiré el brazo para alcanzar un condón y entendió lo que se avecinaba. Se acomodó en la cama. Me coloqué encima y apoyé los pies sobre el colchón. Tiene un pene enorme. Blanco, recto, perfectamente circuncidado. Apenas lo vi, lo deseé dentro. De cuclillas, agaché mi cadera y su miembro duro me penetró. Gimiendo y con los ojos cerrados, estrujé su pecho cuando su pene entró completo. Sentí sus bolas hinchadas y jugosas, amortiguando las embestidas contras mis nalgas.

Me acomodé en la cama, aún encima de él, y empecé a moverme de arriba a abajo, una y otra vez. Mis senos rebotaban. Él los agarró y empezó a mordisquearme los pezones. Sentí una descarga de placer y me apreté contra su cara. El sudor no tardó en cubrirnos. Mi cabello suelto acariciaba a Jason a medida que nos mecíamos. De pronto, me agarró las nalgas, me alzó de medio lado y se colocó él encima. Se agarró con ganas y me levantó una pierna para apoyarla en su hombro. Sentí su falo completo. Era una macana volcánica a punto de estallar. Me besó, gruñendo. Mi lengua encontró a la suya y fue como si me tragara todo su placer. Sentí el manguerazo entre mis piernas. Empezó a gritar y apretó mi cadera, empujando su pene en erupción.

Descansando después del revolcón, me contó que trabaja en una empresa norteamericana que tiene muchos negocios en México, por eso va y viene. No sabe qué pasará si el nuevo presidente gringo sigue presionando a las empresas de allá para no importar cosas de acá. No sabe cuánto le afectará, pero está intranquilo.

A decir verdad, siempre me cagó el pato Donald. No me gustaba porque me parecía un personaje grotesco. No se entendía lo que decía, siempre estaba de mal humor, manoteando y despotricando y no era divertido. Me parecía, además, demasiado gringo.

No es que tenga broncas con los estadounidenses. Al contrario. Para bien y para mal, son nuestros vecinos y hay gringos adorables. La mayoría de los que he conocido, son buenas personas. Inteligentes, amables, progresistas y de buen corazón, como Jason. Sin embargo,  (hay que admitirlo) en Estados Unidos los imbéciles son mayoría. Sólo un imbécil podría emitir su voto a favor de un energúmeno como el pato Donald. Allá lo hicieron millones y convirtieron a ese pato en presidente.

Mañana comienza su historia. Seguramente el pato Donald tratará de cumplir sus amenazas. Alzar muros, imponer aranceles, sacarnos del juego. No estamos solos. A pesar de sus millones de votantes; hay muchos americanos que están con nosotros y son nuestros amigos. Tenemos también aliados en otros países,  pero sobre todo, nos tenemos a nosotros.

Podemos y sabemos ser solidarios. Comprar local, apoyar lo que se hace en México, cuidar nuestro trabajo y el de los demás mexicanos, manejar inteligentemente nuestras finanzas. Nos están atacando. El pato brabucón dispara palabras que nos agravian. Reaccionemos con dignidad, cuidémonos unos a otros. Las cosas se pueden complicar. Unámonos. Demostrémonos que es cierta aquella promesa que aprendimos a cantar: Piensa ¡Oh Patria querida! que el cielo un soldado en cada hijo te dio.

Jason me repitió que le gustaban mis historias, por eso, si las cosas cambian en su empresa, no quería irse sin conocerme. No sé por qué entonces, sin pensarlo, me retoqué los labios y le planté un beso en el yeso, con su consentimiento, claro. Sonrió y entendió que era una prueba de la realidad, una evidencia de que existimos y de que, venga lo que venga, ese momento ocurrió.

Un beso,

Lulú Petite

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