“Caperucita y el Lobo” Por Lulú Petite

18/12/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 08:36
 

Querido diario:Me encanta entregarme a ese lobo. Coge sin pudor y con una alegría que hace que la sangre hierva. Fue aumentando la intensidad de sus embestidas. Me daba cada vez más fuerte y rudo, me tenía literalmente ensartada a su gusto, con la espalda contra la cama y su cuerpo entrando y saliendo del mío con una pasión desbordada. Hundí mis dedos en el pelo de su pecho y apreté las uñas, lo atraje hacia mí y entreabrí los labios para que me besara. La abracé, hundiendo los dedos en el pelambre de su espalda y sentí el peso de su cuerpo robarme la respiración, halé aire y respiré su delicioso aroma. Me encanta un hombre cuando huele rico.

Lo abracé más fuerte y sentí su tremendo miembro clavándose, su lengua jugando con la mía y sus brazos, de oso, sosteniendo su peso para no estamparme en la sábana. Se movía frenéticamente. Apreté los muslos.

—¡Así! ¡Así! ¡Dámela toda!- Exigía, mientras él bufaba, hundiendo su sexo hasta el fondo de una manera deliciosa. Apreté las uñas en sus nalgas y él gritó sumiéndose más, profanándome hasta hacerme soltar también un aullido, con la voz rota de placer:

—No pares- Grité.

¿Te he contado de Martín? Es un cliente a quien veo seguido. No puedo decir que sea guapo, pero tampoco feo, más bien es un tipo muy varonil ¿me explico? Como Javier Bardem que, sin tener una cara bonita, son sexys, unos machos feos, fuertes y formales, de esos que intuyes que te van a poner una cogida deliciosa.

Tiene unos 32 años, huele delicioso, es muy atento y pulcro, de esos tipos caballerosos e impecables que siempre llaman la atención. Es moreno, varonil y, eso sí, peludo como pastor inglés. Te juro que, cuando se mete a la ducha, parece que se baña un perro lanudo. Hasta se sacude como uno. Sale de la regadera, pasándose la toalla por su alfombra de vello y se agita disparando gotitas para todos lados.

A veces me lo imagino como una especie de hombre lobo porno, con una caperucita de grandes senos redondos y escotados que tiene, en la cama, la conocida conversación:

—Pero abuelita ¡Qué ojos tan grandes tienes!

—Son para verte mejor

—¡Qué nariz tan grande tienes!

—Es para olerte mejor

—¡Ay abuela! ¡Pero qué pitote más grande tienes!

—¡Es para cogerte mejor!

En la cama es muy intenso. Y allí me tenía, con la espalda contra el colchón, sus besos devorándome la boca, sus manos mimando mi cuerpo, y su miembro mancillándome el sexo y llevándome en cada estocada a un pedazo del paraíso.

—No pares, por favor, no pares que me vengo- Rogué.

Sonrió sin dejar de moverse. La piel se me puso chinita, sentí como mi sangre se concentraba en mi sexo para fabricar el torrente de placer que conduce a ese instante de éxtasis por el que vale la pena todo.

En ese momento él se detuvo y, con una pericia impresionante, me volteó de un manotazo y me puso en cuatro. Su sexo, enorme y duro, volvió a entrar en mí como fierro caliente en mantequilla, entraba y salía golpeando mis nalgas con sus muslos en cada embestida. Me tomaba de la cintura con un a mano y la otra la paseaba entre mi cuello y espalda, sin dejar de bombear su formidable tronco hasta el fondo, dando unos ligeros pero extraordinariamente deliciosos golpecitos rítmicos con sus testículos justamente en mi hinchado clítoris.

Me llenaba toda y me hacía gemir entusiasmada. Lloraba casi de placer, cuando al fin me vine. La sensación fue tan intensa que creí que mis rodillas no me soportarían. Temblé unos segundos sintiendo las ráfagas de placer que reventaron en cada molécula de mi cuerpo. Después me dejé caer sobre el colchón, inmóvil, indefensa. Quedé boca abajo, todavía atravesada por su hierro, con una sonrisa tonta en los labios y las manos a los costados.

Él siguió moviéndose, mordisqueándome el cuello, lamiéndome la espalda, mi sexo quedó muy sensible después de un orgasmo tan intenso, de modo que cada embestida disparaba otro golpe de placer casi insoportable que me hacía gritar fuertemente, tanto que temía que me escucharan en otra habitación, en la recepción del motel o en toda la ciudad. 

Sentía el apretado pelo de su pecho frotarse contra mi espalda, su miembro enorme abrirse paso entre mis nalgas y barrenar mi cuerpo de una manera experta.

Yo gemía y sabía que también él estaba a punto de venirse, entonces lo sentí estremecerse. Su sexo dentro de mí se hincho de nuevo y tuvo pulsaciones rítmicas, liberando chorros de su simiente que llenaron el preservativo. Se quedó quieto unos segundos, con su miembro erecto aún dentro de mí, no decíamos nada, sólo disfrutábamos el momento. Esa paz que acaricia el alma después de una muy buena sesión de sexo.

Me encanta mi oso, no sé por qué no tiene novia, si es tan varonil, tan sensual, tan buen tipo y, claro, tan bueno pa’l catre. No importa, mejor para mí. Su pecado: El lobito es americanista de hueso colorado. Felicidades por la doceava copa. Por cierto, un beso para su hermana Lucy que, según sé, le gusta leer estas picardías que escribo.

Hasta el martes

Lulú Petite

 

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