Llegué de manera olímpica

Sexo 18/08/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 09:16
 

Querido diario: Prendí la tele y me recosté en el sofá para terminar de despertar. Todos los canales me inspiraban más bostezos que otra cosa. Hasta que paré en uno de los deportivos, en el que pasaban un partido de voleibol de playa olímpico.

A mí me matan los nadadores, pues me parece que tienen los mejores cuerpos sin ser demasiado musculosos. Los atletas no están mal tampoco, pero a veces pareciera que exageran con las pesas y los esteroides. En fin, todos los deportistas tienen lo suyo. En la tele jugaban los suizos, no recuerdo contra qué equipo. El más alto y rubio de la dupla me flechó en las entrañas con su mirar esquivo. Estoy segura de que ese gigante debe hacer el amor riquísimo.

Todo vino a mí como una revelación: estaba muy excitada. Vi al suizo limpiarse el sudor, lanzarse de palomita para salvar una jugada, tensar su musculatura y brincar en cámara lenta. No daba más. Estaba cachondísima. Antes de que pudiera darme cuenta, bajé el volumen, aventé el control remoto, me lamí los dedos y empecé a tocarme. Cada vez que enfocaban al suizo me daba un subidón de vapor. Apenas el orgasmo inundó mis venas, sonó el cel.

Hablaba un tal Jairo. Quería ver cómo era mi servicio, pues tenía, según contó, una edición vieja de El Gráfico y recién había leído una de mis anécdotas. Tenía, por decirlo de alguna manera, cierta premura, pues su vuelo salía en la noche y debía estar en el aeropuerto una hora antes.

—Una pregunta —dijo Jairo—: ¿Puedes traer tacones?

—¿Para ti o para mí? —pregunté en tono de broma.

Se rio de una forma muy chistosa, quizás con algo de nerviosismo.

Me supuse que eso lo ponía. Así que le dije que llevaría los tacones más bonitos y altos que tengo.

—Excelente —contestó complacido.

—Estaré ahí en dos horas —dije y colgué.

Le eché un último vistazo a mi suizo. Desde la palma de mi mano le soplé un beso a la pantalla deséandole que ganara el partido por la chaqueta inspirada antes de apagar la tele.

Jairo había puesto la luz a medio tono. Aquello parecía un anochecer citadino en un día lluvioso. Nada que ver con el calor de Río y la blanca arena de la cancha de vóley.

Me costó identificar su acento y no quise averiguar más de la cuenta. No era un hombre especialmente guapo. Era chaparrito y un tantito rechoncho. Tenía el cabello muy chino y largo, a los hombros, y una barba muy negra que no se unía por ninguna parte. Eran más bien islas de pelo esparcidas por sus mejillas, mentón y cuello.

No era ningún energúmeno maleducado, pero sí quería ir directo al grano. Estrictamente negocios. Mete y saca, y listo. Sin mediar más palabras me preguntó por los tacones. Miré mis pies sin decir nada como para indicarle que esos eran. Los miró. Asintió con aprobación frotándose las manos y dijo:

—Ok. Esos sirven.

Para calentar le hice un masajito corporal restregando mis tetas en su espalda. La única condición era que no me quitara los tacones. Luego se dio media vuelta y lo consentí poniéndole un condón saborizado con los labios. Le gustó tanto que casi se viene. Me dijo de pronto que parara, porque no quería acabar tan rápido. Antes quería hacer algo inusual.

—Písame —dijo en tono suplicante.

Mi cara debió ser de signo de interrogación.

—Sí. Písame con los tacones.

Entonces se extendió en el piso de largo a largo, boca arriba, y se señaló un punto de su barriga entre el ombligo y la ingle.

—Aquí —dijo señalando con un dedo y agarrándose el chile con la otra mano.

Se arrancó el condón y empezó a masturbarse, mientras yo le enterraba lentamente la punta del tacón. Y así transcurrió una sesión más bien rara. El sadismo no es una de las cosas habituales en mis servicios. No acepto nada que me lastime, pero si él disfruta el dolor, tampoco me opongo a complacerlo si está dentro de los límites de lo razonable. Gemía y arrugaba el ceño extasiado, mientras me veía pisarlo suavemente en las tetillas. Su pene se había hinchado de tal manera que pensé que podía explotar en cualquier momento.

—Tócate tú también —dijo exhalando de placer—. Y déjame verte.

Me coloqué encima de él. Mi tacón trazaba una línea en su pecho. Él se tocaba cada vez con más intensidad. Se lo frotaba y se retorcía a puntito. Yo estaba más confundida que excitada, pero debía darle el placer que se merecía. Entonces vi su reloj. Era de marca suiza. Y una cosa llevó a la otra. Me lamí los dedos y los fui deslizando poco a poco por mi pecho y los deslicé por mi entrepierna. Cerré los ojos y hundí suavemente el tacón en su pecho. Pensaba al mismo tiempo en Jairo, moreno, guapo a su modo, sometido, disfutando su sexualidad. Pensaba también en el gigante suizo, golpeando la pelota, buscando su medalla, con su cuerpo perfecto. Pude sentir el cálido clima de Río en nuestra habitación y era como si en vez de a él pisara la arena. Jairo gritaba que estaba a puntito y yo solamente pensaba que también. De repente me agarró por el chamorro y afincó los dedos. Se vino en un grito y se echó su propia leche encima. Yo seguí tocándome ajena a él, quien se deleitó al verme acabar de una manera olímpica.

Besos,  Lulú Petite

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