Se hundió todito

Sexo 18/05/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:00
 

Querido diario: A Jorge no le gusta la lluvia. A mí sí, pero sólo cuando estoy desnuda en cama, arropada hasta el cuello y la escucho como un susurro al otro lado de la ventana.

Jorge es un cliente. Lo conocí hace poco. Es de Querétaro y se parece a Diego Luna, pero no el Diego Luna de ahora, sino el de los tiempos en que era más gordito. Como si después de “El premio mayor” nunca hubiera adelgazado. ¿Me explico? Me habló hoy en la tarde para ver si podía darle cita.

—De que puedo, puedo —le respondí jugando.

Me alisté y bajé las escaleras de mi edificio. El cielo parecía una sola nube color plomo. Antes de montarme en mi coche miré con recelo lo que se avecinaba. Giré la llave y, cuando pisé el acelerador, comenzó el aguacero. La ciudad oponía resistencia, pero no demasiada. Decidida como siempre, llegué a mi destino. Para entonces, el firmamento se caía a pedazos, deshecho en gotas gruesas y pesadas. Un diluvio.

Ya en el pasillo, suspiré y cerré el puño para tocar. Golpeé tres veces. Espacié mis llamados pacientemente, pero Jorge no abría. Toqué un poco más fuerte. En eso se abrió la puerta, de par en par. Jorge tenía una toalla en la cintura y otra colgada en el cuello. Parecía recién salido de un comercial de rasuradoras.

—¿Qué estabas haciendo? —pregunté.

Me explicó que se había metido bajo la ducha caliente. El aguacero le sorprendió en la calle con toda su potencia. Por más que se apuró al coche, había llegado empapado. Su ropa estaba tendida sobre las sillas, pero goteaba haciendo un charco en el suelo.

Toqué su saco y sus pantalones: empapados. Su corbata: empapada. Sus zapatos: empapados. En fin, toda su ropa era una laguna de tela. Al menos ya estaba en pelotas y calientito, así que decidí ponerme igual. Después de desnudarme para quedar como él y acomodar sobre el buró algunos condones, me tendí en la cama como si quisiera contarle un secreto.

Jorge se despojó de las toallas y me mostró su cuerpo aún rociado por el agua.

—Ven aquí —dije haciendo un gesto de incitación.

Se deshizo de las toallas y se acostó a mi lado. Su piel era suave y tersa. Mi mano se deslizaba como seda sobre su dermis tibia, tersa como la superficie del agua. Entonces nos besamos. Sus labios gruesos y jugosos acariciaron los míos. De repente, sus manos tomaron por asalto mi cintura. Él se acostó bocarriba y me colocó encima.

Rendida a sus designios, me acomodé a horcajadas sobre su entrepierna. Sentí su miembro duro y entonces empecé a frotarlo, deseándolo con unas ganas incontenibles. Jorge activó mis sensores de placer con  sus caricias, mordisquitos y besos furtivos. Su lengua trazó una línea entre mis senos, sus dedos encontraron los sitios adecuados, su torso desnudo se posó sobre mis senos, su aliento cálido sobre mi cuello me hizo despertar aún más. Estaba excitadísima.

Lo tomé por las muñecas y alcé sus brazos por encima de su cabeza. Luego dejé caer mi cabello suelto sobre su rostro. Lo besé otra vez, enredando mi lengua con la suya. Nuestras pieles reaccionaron de inmediato. Un manto de poros erizados cubrió toda mi existencia y una pequeña, pero divina cosquilla.

Todo fue como un ciclón. Jorge se colocó el condón y me ayudó a encajarme en su pala tiesa. Apoyó sus manos sobre mis nalgas y hundió los dedos en mi carne. Entornó los ojos y suspiró apenas me penetró, hundiéndose casi entero en mí.

Sentí la curvatura de su pene dentro, toda la textura de su grosor. Apoyé las manos en su pecho y empecé a agitarme, poseída por un sentimiento de fuego que me carcomía el pecho. Gemí y cerré los ojos sin dejar de batirme y brincar, con las piernas abiertas, sobre su miembro. Jorge alzó el torso y hundió su cara entre mis tetas, ahogando sus gruñidos. Nos exprimimos al unísono en cuanto nuestra pasión a su máxima potencia se chorreaba como una galaxia siendo creada, en una explosión de sentidos que nos hizo perder, por unos breves segundos, el sentido. Toqué el cielo.

La calma llegó a nosotros junto con el fin de la tormenta. Las respiraciones agitadas se fueron apaciguando. Abrazados y dándonos caricias como en cámara lenta, escuchamos en silencio el chipi chipi de la lluvia agonizante. En la cama veía el perfil de mi Diego Luna pachón, mi imitación de Charolastra, mi cogelón mojado. Me encantó.

Hasta el jueves, Lulú Petite

 

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