Con la lengua...

Sexo 18/01/2018 05:18 Lulú Petite Actualizada 05:26
 

Querido diario: Tengo un cliente que se llama Armando. Se ha casado dos veces. Dos matrimonios fue lo que le costó darse cuenta de que, por lo menos él, está mejor soltero y entero, que casado y fregado. Es guapo, pero además tiene carisma. Es un cincuentón en buena forma y con la mente aguda. Un hombre hecho y derecho, experimentado y con kilometraje, además, le gusta practicar sexo oral. Corrijo: No le gusta ¡Le encanta! 

—No lo vas a creer, pero es que a veces hasta sueño con ésto —me contó el otro día mientras dibujaba circulitos imaginarios en torno de mi ombligo. 

Su adicción es esa: comer sexo femenino, sin embargo, que le guste no significa que desde siempre supiera hacerlo. Le costó pasar de la teoría a la práctica. Su entusiasmo era una cosa. Su desempeño otra. Podía decirse que su afán por hacerlo bien terminaba haciéndolo más bien… raro. 

El caso es que en alguna ocasión se lo comenté y ¡Wow! Mi franqueza sirvió para mejorar sus habilidades. Aún me recuerdo diciéndole que no se exigiera tanto, que no pusiera la lengua tan dura y en qué zonas concentrarse, cómo no babear y, desde luego, la importancia de no usar dientes, a menos que se sepa cómo. 

Ayer lo vi. Me bajó la pantaleta y descubrió mi entrepierna, dispuesta para él como una jugosa fruta tropical. 

—¿Te gusta? —pregunté.

Asintió con los ojos encendidos, admirando mi sonrisa vertical y devolviéndole el gesto con su sonrisa horizontal. Entonces la acarició tiernamente, como admirando primero y saboreando después.  Me besó la parte de adentro de los muslos, pasando sus labios en torno de mi entrepierna, amenazando con abalanzarse al banquete, insinuando sus intenciones e incitándome a ofrecérmele completa. 

—Hazlo como me gusta —gemí—. Hazlo ya.

Su lengua inició el juego. La punta tibia y húmeda de su lengua palpó el camino, abriendo una brecha en mi abertura y dotándola de más humedad. Yo apoyé los codos sobre el colchón y apreté el cuello. 

—Qué rico —gemí abriendo más las piernas, alentándolo a seguir. 

Sabía qué hacer, dónde lamer, cómo maravillas con el perverso tacto de su boca. Sus labios cubrían con suavidad y malicia los espacios perfectos, mientras que su lengua estimulaba mi clítoris. Yo acariciaba su cabello con una mano mientras que con la otra me pellizcaba los pezones. Algo se encendía en mí con la fuerza de un destino plasmado en el clímax. 

—No pares —supliqué—. No pares, por favor. 

Armando estaba encantado, lamiéndome y gozándome con la boca llena. Hundía su lengua completa en mi umbral, pasándola a ras de mi piel enrojecida y despierta de estímulos cada vez más ricos.

En eso mi cuerpo habló por mí:

—Cógeme —susurré. 

El sentido es obvio. A Armando le gusta hacer sexo oral porque lo que le prende es prender a las mujeres. Una vez que nos tiene ya casi listas y bien encendidas, le piden el arsenal entero. 

Listo, dispuesto y satisfecho, se colocó el condón y me atravesó con su pene duro, clavando en medio de mis piernas, esa herramienta sólida y lubricada. Su miembro grueso alcanzó el límite de mi placer. Nos abrazamos, mientras mordisqueba suavemente mis pezones tan duros como botones de chocolate.

Lo deseaba tanto que parecía que los roles se habían intercambiado. Me agarré a su cuerpo y comencé a moverme, sin poder parar, desatada por el momento. Podía sentir creciendo en él también esa sensación cándida y luminosa, ese cosquilleo interno que podía hacernos perder la cabeza. 

—Por favor no te detengas —gemí, ojos cerrados, mordiéndome los labios. 

Armando no paró. Siguió agitándose, empujando su rica pala en lo más hondo de mi ser, haciéndome alcanzar, en el momento justo, el clímax. Él lo echó todo hasta que se vació, gruñendo y con el gesto torcido en la penumbra del placer supremo. 

Permanecimos así, juntitos, con un repentino ataque de risa apoderándose de nosotros. Luego vino la quietud, ese momento íntimo posterior al caos. Esa sensación de paz después de haber recibido y dado, de haber cedido parte de ti al otro. El juego del sexo es también conceder el placer al otro como un hecho mutuo. En ese sentido, Armando siempre tiene un propósito: hacerlo bien, pasarlo bien.

Hasta el martes, Lulú Petite

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