Yo le doy... consuelo

Sexo 17/08/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:03
 

Querido diario: A Jorge le pasan siempre este tipo de cosas. No es que sea un mal de morirse, pero a menudo sufre, y mucho, por temas que a la mayoría le importan un cacahuate. Lo bueno es que, en esos casos, busca consuelo conmigo. El mal de amores no se cura con putas, pero un buen orgasmo alivia el sentimiento. Confío en que algún día se dará cuenta de que no vale la pena lamentarse por una mala noche de ligue. Él es encantador y no se merece la opinión que tiene de sí mismo. El amor tiene muchas, muchísimas formas, y que tarde o temprano nos alcanza a todos.

El caso es que él tiene un complejo con su amigo Diego. Son un par de pillos, amigos de toda la vida. Sin embargo, Diego (lo he visto en fotos) es, objetivamente hablando, más guapo que Jorge. No es tanta la diferencia, pues Jorge trae lo suyo, pero supongo que hay un tipo de hombre al que las mujeres volteamos a ver más, y Diego pertenece a esa especie. Bien por él, pero a Jorge le baja la autoestima.

No es que compitan ni se conviertan en rivales, pues son amigos tipo hermanos, pero casi siempre sucede que Diego le gana a Jorge todas las conquistas y él tiene que conformarse con Manuela o con chicas menos atractivas, la segunda opción.

En asunto se complicó cuando apareció Claudia. Ella es, algo así como la novia de Diego, pero Jorge está enamoradísimo de ella. Claro, para la chica, mi cliente no es sino un buen amigo, la típica Friend Zone. Jorge no piensa decirle nada a su camarada, pero para Diego, Claudia es una conquista más, le pone el cuerno y juega con ella, pero se la anda tirando y eso le provoca a mi Jorgito unos celos y un estrés insoportables.

Toda esta telenovela ya lleva un buen rato. Conocí a Jorge desde hace como un año y medio y ya andaba en esas. Ponchamos de lo lindo cada vez que nos vemos y, como dice que me le paresco, fantasea con que yo soy ella, su amor platónico y repite su nombre a gritos cada que me la mete.

Hace un par de días me habló al cel. Le dije que tardaría en llegar, pero que no lo dejaría con ganas. Así hicimos y más pronto que tarde estábamos en la habitación. Él me esperaba en el sillón, con cierto pesar en su rostro. Yo crucé las piernas, sentada en el filo de la cama, y lo escu chaba hablar. Me contó como siempre de la tal Claudia.

Así es la vida, supongo. A veces se gana, a veces se pierde. No se puede tener todo lo que a uno se le antoja. No le dije nada de esto, pero lo pensé mientras se desahogaba. Le dije que lo comprendía y que debía acompañarme en la cama, pues sabía cómo hacerlo sentir mejor. Él también lo tiene claro. Es su forma de sacarse esa espina.

Se acercó con pasos sigilosos. Estaba descalzo y con la camisa desabotonada. Lo encontré bastante guapo y no me expliqué por qué Claudia no veía su verdadero atractivo. Es sensible y seductor. Delgado, pero no raquítico. Y besa muy bien. Me besó en los labios y poco a poco fuimos descendiendo sobre la sábana, como si entráramos juntos en un sueño.

Empezó a quitarme la ropa, con calma, como si desenvolviera un regalo pero sin querer dañar el papel. Escurrió su mano por debajo de mi brassier y palpó mis senos. Nos miramos a los ojos y nos sonreímos. Poco a poco fuimos encontrando la forma de acoplarnos, restregándonos con ansias. Fuimos despacito, acariciándonos y trazando la ruta. Él descubrió la curvatura de mis piernas, siguiendo con sus dedos el camino de su deseo. Cuando llegó a mis nalgas, apretó suavemente, aumentando su intensidad a medida que me penetraba.

Cerré los ojos y hundí el rostro en su hombro. Gemíamos bajito, sin soltarnos. Cada vez más rápido y más fuerte, nos enfrascamos en un ritmo divino. Su pene era como una pieza de roble, creciendo y vibrando dentro de mí, pulsando con cada una de sus arremetidas. Me aferré a su espalda y me dejé hacer lo que le dio la gana. De pronto estábamos desatados, insuflados por la pasión carnal que le hacía olvidar todos sus pesares y complejos. Empezó a gritar su nombre: “Claudia, Claudia”. Alcé una pierna y apoyé el talón en su hombro. Él hincó su cadera y me taladró hasta el fondo.

Mojada y lista, me mordí los labios y cerré los ojos. Él, con el pecho enrojecido y el ceño fruncido, apretó su cuello y dio los remates finales. Empujó con fuerza, bombeabdo su leche dentro de mí, ido en pensamiento y en alma, al menos por esos minutos.

Mientras le hacía un nudito al condón, volteó a verme y me sonrió. Parecía distraído y así prefiero recordarle. Espero que se encuentre mejor y que sepa que yo si lo prefiero a él. Es un trato hecho.

Hasta el martes, Lulú Petite

 

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