Sentí cómo se endurecía

Sexo 17/01/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:05
 

Querido diario:A Andrés lo estoy apenas conociendo. Él es de Michoacán, pero de vez en cuando viene a la Ciudad a visitarme y a atender asuntos que debe ver aquí. Me habló dos semanas atrás para una sesión cachonda en un motel donde siempre nos encontramos. Trabaja en una empresa que tiene que ver con tecnología y es un tipo sexoso de mente muy abierta. Ha de tener unos treinta y tantos. Me había llamado antes de las diez para confirmar, justo cuando yo estaba saliendo de bañarme.

Él estaba en la Ciudad de México. Cuando viene para acá lo hace en su coche. Le gusta manejar en carretera, pero además dice que es más fácil moverse aquí así, porque en taxis sale más caro el caldo que las albóndigas. Me dijo que estaría conmigo a las doce, así que me daba muy bien tiempo de desayunar y ponerme linda para la cita. Escogí un juego nuevo de lencería que compré a fines del año pasado, en la euforia navideña.

En el motel se apareció un poco tarde. Me choca que me hagan perder el tiempo, si acordamos a una hora, lo correcto es ser medianamente formal. No pido puntualidad de reloj suizo, sólo no pasarse demasiado. Sin embargo, era casi la una de la tarde y Andrés no llegaba. Tenía un motivo. No podía sacar su coche. Resulta que la Comisión Ambiental de la Megalópolis había declarado una contingencia y se la hicieron de tos. Quesque no circulaba (o eso le dijeron unos polis vestidos de azul en el Estado de México que se ponen a cazar incautos en las subidas al segundo piso).

Aunque su coche tenía verificación con doble cero de Morelia, los polis de a pie, lo rodearon y se la hicieron cansada. Discutieron. Sólo después de mucho alegar, consiguió que lo dejaran pasar, pero fue a poner su coche en un estacionamiento seguro para evitarse otro mal rato y todos sus horarios se cuatropearon.

—Tuve que hacer circo, maroma y teatro para que no siguieran con la necedad de llevarme al corralón. Ni tránsitos eran, pero salieron bien bravos —dijo, sacándose los zapatos mientras yo ponía los condones sobre la mesa de noche—. Tuve que andar brincando de taxi en taxi.

Yo lo escuchaba atenta, me explicaba que verificó su coche en Morelia y estaba seguro de que no tiene problemas, lo confirmó por teléfono en la Secretaría de Medio Ambiente o algo así. Su verificación, como también es doble cero y anterior a junio de 2016, sigue siendo válida. Algo me dijo de que no podían aplicarle un reglamento retroactivo. Esa parte ya no la entendí porque Andrés comenzaba a ponerse cariñoso, acariciando mis brazos y soltándome algo entre besos y lengüetazos en el cuello.

Él me gusta. No es guapo, pero tiene algo en su personalidad que atrae. Probablemente sea su voz, que es muy varonil, su mirada, que es profunda, sus manos, que son intuitivas y certeras o su sentido del humor. Cuenta todo de un modo que siempre me hace reír. Bien dice un dicho, que un hombre que no es capaz de sacarte una carcajada, jamás podrá sacarte un orgasmo. Él puede las dos cosas.

Entonces Andrés puso su celular en silencio, lo colocó junto con sus cosas y se acostó boca arriba en la cama. Me dijo que me acercara y así hice. Lentamente me  fui aproximando hacia él, sintiendo el calor de su cuerpo.

—Ponte encima —solicitó con dulzura.

Me encaramé como una jinete sobre él. Posó sus manos en el pliegue de mis caderas y se relamió los labios. Sonreí y me quité los zapatos. Entonces me agarró las tetas y me las masajeó con gusto, sintiendo su tersura, su masa blanda y firme al mismo tiempo, su calor de piel, la forma redonda que se acoplaba a sus palmas tibias. Mis pezones se despertaron entre sus dedos. Exhalé aire, bajito, casi en silencio. Cerré los ojos y percibí que algo entre mis piernas se elevaba y se endurecía. Su pene asomó su entereza, sin perder más tiempo. Empecé a masturbarlo con ambas manos, jugando con su miembro despierto.

Andrés estiró los brazos hacia los lados, como si no quisiera caerse. Arrugó el ceño en señal de goce, cerró los ojos y dejó todo en mis manos.

Introduje su pieza dentro de mí, lenta, armoniosa y sensualmente. Mi vagina recibió aquel garrote tieso, gordo y caliente, arropándolo con sus fluidos, succionándolo y atrayéndolo una y otra vez, con el ritmo de un vaivén erótico.

Moví mis caderas hacia arriba y abajo, clavándome en su hombría erecta. Sus manos de pronto se plasmaron en mis nalgas. Sus dedos dejaron marcas en mi piel, erizada y empapada en sudor. Arqueé la espalda y sentí el latigazo en lo más profundo de mí. Me mordí los labios para no gritar. Él fijó su cadera, se apoyó con ganas, me descosió, me taladró. Cuando acabó levantó el torso y me besó el cuello, me dijo que era el sexo más rico que había tenido en su vida. Sentí su pene pulsar, estremecerse dentro de mí, cuando lo enterró lo más que pudo, antes de desfallecer boca arriba y sin preocuparse más por que tendría que volver a casa en taxi para que tengamos un mejor aire en la ciudad. Después de todo, hoy no circula, pero mañana sí.

Un beso,

Lulú Petite

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