“Los hilos del titiritero” Por Lulú Petite

16/10/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 08:44
 

Querido diario: 

Te voy a contar un poquito más de aquella época. En la agencia de El Hada, había de todo, algunas chavas tranquilas que íbamos a lo nuestro y atendíamos al cliente sin meternos en broncas y otras súper problemáticas, más alcohólicas que un gusano mezcalero y capaces de estornudar gises de tanta porquería que se metían. Obviamente éste es un negocio en el que ves y vives de todo, como en cualquier otro, aparentemente fácil, se te van poniendo en charola de plata toda clase de atajos y bocadillos que te van llevando por más y más puertas falsas. Te das cuenta de que todo era una trampa, cuando ya estás en el fondo del hoyo y con la ratonera en la yugular. Las que habían o habíamos tenido un camino más duro resistíamos más a esas tentaciones, pero de plano algunas no sabían controlarse y hacían osos cada que podían. Drogas, alcohol, sexo y dinero,  son padre y madre de toda clase de desfiguros.

Algunas cosas se pueden manejar, pero quien piensa que puede manejar una adicción a las drogas se está engañando. Supongo que el peor infierno es necesitar algo que no puedes tener. Pero quiero decir ¡Necesitar! Así, con mayúscula. Una persona con una adicción siempre necesita más, tiene siempre un vacío que no puede llenar sino con diferentes tipos de venenos. La adicción a las drogas es de lo más destructivo. No lo digo por exagerada, ni porque se suponga que es lo correcto, sino por lo que vi. Afortunadamente entre tantas tentaciones, en esa no caí. Me bastó ver cómo gente con todo para salir adelante caía en espirales de autodestrucción. Como en arenas movedizas. Ciertas adicciones son así, como una sanguijuela, que te va chupando hasta dejarte seca.

Naturalmente, en este negocio había muchas colegas con esa clase de aficiones. Ni modo, eran muy sus narices, sus venas o sus pulmones, pero debían cuidar que nada de eso perjudicara el negocio.

En eso  El Hada no era paciente. Siempre fue justa y hasta desprendida. En un oficio donde predomina la explotación, El Hada al menos no se manchaba con la comisión, cuidaba a las chicas y siempre estaba dispuesta a ayudar. Pero eso sí, no permitía que ninguna hiciera tonterías que pudieran afectar su negocio. Al primer error, al primer desfiguro, exceso o queja, dejaba de manejarlas. Así de sencillo, las dejaba fuera de la agencia y se quedaban sin chamba o debían buscarla en agencias más piñatas o por su cuenta.

Claro, había inmunidades. Iris, por ejemplo, era una mujer preciosa. Tenía los ojos azules, grandes y profundos. Su mirada era dulce como la de un recién nacido, su cutis perfecto, su sonrisa perlada y su nariz un respingo delicado. Parecía una muñequita cándida y noble. Tenía además un magnetismo excepcional: cualquiera que la veía, hombre o mujer, sentía de inmediato la incontenible necesidad de ayudarla, de ver en qué podía servirle, de abrazarla.

Creo que nada en este mundo es más seductor que la ternura. Las curvas inspiran deseo, la belleza admiración, pero una mirada entre precoz y dulce, es capaz de inspirar amores imperiosos. Me tocó verla en acción varias veces. Ya te he contado que, como trabajábamos en fiestas, las orgías no permitían mucha intimidad, si el cliente quería ponchar enfrente de los demás, pues simplemente teníamos que mirar, o participar si era ese el trato, así que todas veíamos, a querer o no, las mañas y estrategias de nuestras compañeras.

Iris era buenísima en la cama, si de por sí su belleza era suficiente como para atrapar la atención de los mejores clientes, a la hora que se les acercaba los desarmaba por completo. Tenía la costumbre de saludar con un besito entre la mejilla y los labios, un arrimón majadero de tetas y una mirada mitad cándida y mitad sofisticada que hacía imposible no desearla. No había hombre al que le clavara ese aguijón y no terminara pidiéndola. Eso sí, a la hora de ponchar, se volvía una leona. Se les montaba, les daba los besos más atrevidos, se movía estrepitosamente, les daba a beber de sus pezones, se clavaba a sus cuellos, les hacía pensar que lo estaba disfrutando como loca y les daba la planchada de su vida.

Con todo y eso, era más mala entraña que una combinación bizarra de Teresa y de Rubí. Una hembra más mala y engañosa que una fresa con cisticerco. Aunque estaba sabrosa y se veía perfecta, nadie sabía que estaba comiendo veneno.

Enamoró hasta la enajenación a cuanto señor se le puso enfrente y no los dejó hasta que no había nada más que sacarles. Pasaba por encima de quien fuera y no conocía escrúpulos; pero como la pedían mucho y era espléndido negocio para El hada, era algo así como intocable. Hace años que no sé de ella, pero lo último que escuché es que acabó muy mal, sin dinero, sin belleza y en una morgue. Su punto débil, desde luego: Las drogas. Te digo, las malditas drogas son una amante traicionera: Crees que tú las controlas, que no hay bronca, cuando quieras las dejas, pero sabes bien que en cada dosis, estás ajustando más a tu propia piel los hilos del titiritero.

 

Un beso

Lulú Petite

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