Disfrutable a los 60

Sexo 16/08/2016 05:02 Lulú Petite Actualizada 09:16
 

Querido diario: El cliente me señala con su dedo índice extendido. Siento por un brevísimo instante, tan fugaz como un pensamiento confuso, que me acusa. Pero todo esto es una mera idea mía, sumergida en un espiral de sensaciones. El cliente, cuyo nombre para efectos de esta anécdota será Diego, en realidad no me señala a mí, sino a mi lencería.

Segundos antes, él mismo me ayudó a quitarme el vestido. Me dijo, mientras me lo quitaba, que le encantan los sostenes de encaje negro, se relamió los labios y me dio un beso en el cuello. Se alejó a poner mi vestido sobre el tocador y fue entonces cuando me apuntó con el índice.

Diego quiere que me quite el sostén lenta y sensualmente. Le pregunto cómo es eso y él responde levantando los hombros.

—Como tú quieras. A mí me gusta que me seduzcan. Quiero que me sorprendas.

Muchos simplemente quieren meterlo, correrse y sacarlo, pues para eso pagan. Pero, Diego quiere más. Le gusta el juego. La tensión que implica esta intimidad de un rato en un motelito cualquiera.

Yo soy mala para eso de seducir. No soy de las que hacen baile erótico ni de las que tienen una rutina preparada. Yo simplemente me dejo llevar y, sobre todo, me dejo coger. No me gusta tanto que me dejen la iniciativa. Igual, también encojo los hombros y me acerco.

Está sentado en el sillón cerca de la cama, con las manos sobre sus piernas y la mirada fija en mí. La marca en su anular es bastante evidente. Una sortija que quizás se quitó antes de venir al motel o que dejó ese cachito más claro en su piel, a pesar de que dejó de usarla hace tiempo. Sus dedos son gruesos, fornidos y largos. Dedos de leñador gigante.

—Hazlo lento, Lulú. No llevo prisa.

Su tono de voz es mandón, pero a la vez sexy. Me gusta. Su garganta es abundante. Una papada robusta y prominente lo hacen ver como un rey en su trono. Diego está pisando los sesenta y dice que la vida empieza a esa edad.

Me suena a mentira, pero no es mi trabajo poner en duda lo que traen los clientes en sus cabecitas locas. No es que a los sesenta acabe, pero empezó hace mucho. Igual, que viva su fantasía como le plazca. Aún de pie, a unos pasos de él, me doy media vuelta y suelto el sostén de mis hombros. Lo dejo caer hacia mi ombligo casi en cámara lenta. Me recojo el cabello prácticamente en la coronilla, volteo a verlo y encuentro su mirada clavada en mí. A estas alturas de la sesión ya se ha quitado los zapatos y medio desabotonado la camisa. Un manojito de vellos canosos se asoma en su pecho de piel delgadísima y enrojecida.

—Voltéate —solicita con cordialidad de galán clásico.

Lo hago, pero con los brazos cruzados. Solamente muestro mi ombligo. Mis senos se unen bajo el dorso de mis codos. Quiero acentuar el momento, con pausa, sin prisa. Él sonríe.

—Astuta y perversa —dice susurrando—. Eres justo lo que me imaginaba.

Vuelvo a darle la espalda, pero esta vez me dirijo hacia la cama. Me quito los tacones y apoyo las palmas en la cama.

—Ven y cógeme —le suplico.

Escucho el rechinar del sillón cuando se levanta. Percibo sus pasos ligeros, cautelosos. Luego siento su presencia detrás de mí, a solamente centímetros. Entonces me toca. Sus dedos gordos describen figuras sobre mi espalda desnuda. Mi piel tiembla. Siento un escalofrío divino cuando me baja la tanga y presiona su cuerpo contra el mío. La tela del pantalón es delgada y adivino el relieve de su sexo ya duro acariciando mis nalgas. Luego su mano sobre mi nuca, descubriendo mis formas, mis curvas. Con una de sus manos se encarga de mis tetas. Pellizca suavemente mis pezones, que están duros y atentos. Con su otra mano dibuja un velo invisible sobre mi cara. Hay algo tosco en sus dedos, algo tan viril y animal. De pronto el índice que al principio pensé que usaba para acusarme está en mi boca. Lo chupo intensamente, degustando su sal natural, su forma gruesa y carnosa, su callosidad.

Me acomodo mejor en la cama, con las rodillas sobre la sábana y la espalda arqueada. Su otra mano encuentra su camino rápidamente. Empieza a tener prisa: su pene se está hinchando, palpitando a través de la tela del pantalón. Entonces lo siento. Su dedo húmedo con mi saliva ha dado en el clavo. Mi clítoris rozagante se activa ante sus caricias. No sé si prefiero que me coja con el pene o con uno de esos dedos maravillosos.

Agacho la mirada sobre mi pecho y veo hacia atrás entre mis piernas: sus pantalones caen al suelo. Acto seguido un calzón blanco, enorme. Veo su pene erecto de veterano. Estiro un brazo hacia atrás y sostengo sus bolas. Están calientes, hirviendo de deseo.

—Mastúrbame un poco —le pido.

Me penetra con el índice humedecido y siento un estallido fenomenal. Mi vagina se lubrica y empiezo a gemir de genuino placer. Entonces otro dedo se une al plan y enloquezco. Los mueve bien. Sabe hacerlo.

Se jala el sexo con fuerza. Mi orgasmo viene pronto, penetrada por sus dedos. Casi de inmediato llega el de él, que inunda la colcha con su leche. Echa la colcha al piso y se tumba en la sábana a un lado sonriendo, desnudos. Me gusta.

Besos

Lulú Petite

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