SÍSIFO: POR LULÚ PETITE

16/06/2015 10:46 Actualizada 10:47
 

Querido diario:

 

Cuenta la leyenda que Sísifo hizo enfadar a los dioses. Como castigo, además de dejarlo ciego, fue condenado a empujar una enorme piedra hasta la cima de una montaña empinada, desde donde la roca volvería a caer rodando hasta el valle, por lo que él de nuevo debería subirla rodando, una y otra vez hasta el fin de los tiempos.

José es un hombre reservado. En febrero cumplió cuarenta y cuatro años, tiene piel morena, cara delgada, bigote poblado, cabello negro, espalda ancha y una discreta pancita chelera. Una suave alfombra de vello le cubre el pecho, la espalda y los brazos, como si fuera pelusa o una espesa capa de musgo. De lunes a viernes se levanta a las seis de mañana para llegar a su trabajo unos minutos antes de las ocho.

Su rutina es más o menos simple: Desayuno ligero, un poco de ejercicio, la ducha y el tráfico. En su oficina coordina un asunto relacionado con una serie interminable de cifras, datos, registros, ingresos, egresos, deducciones, prestaciones, aportaciones, montos y otros conceptos en bases de datos tan grandes que debes estar muy especializado para comprender. Él lleva veintidós años trabajando allí, de modo que sabe bien de qué lado masca la iguana.

Si no hay mucha chamba, diario sale a eso de las nueve de la noche. Deriva otro rato en el ya menos abrumador tráfico nocturno, al llegar a su casa merienda y a dormir.

José está casado y tiene dos hijos. El más grande está en primero de secundaria, el chico en quinto de primaria. Los sábados y domingos se los dedica enteramente a la familia. En general les va bien. Su esposa también trabaja, tienen casa propia, ganan bien. El balance entre ingresos y gastos les permite vivir cómodamente, pagar colegiaturas y tener algunos ahorros.

Una vez cada treinta días, después de cerrar el informe mensual que debe cargarse a ese complejo sistema, José me llama. Sale un poco más temprano de su oficina, se instala en un mismo motel y le damos rienda suelta al deseo.

Ayer nos vimos. Lo primero que hice al llegar, con lo calurosos que están estos últimos días, fue darme una ducha.

Es un hombre de pocas palabras, pero agradable. Cuando salgo de la regadera comienzo a secarme frente a él, que me ve con una mirada entre la lujuria y la ternura; mientras me paso la toalla por la piel, conversamos. Completamente desnuda, me siento a su lado, él pone su brazo sobre mi cuello y acaricia suavemente mi hombro con su mano jalándome hacia él. Respondo ofreciéndole los labios, él me besa.

Siento su lengua jugando con la mía mientras desabotono su camisa, tocando su pecho peludo y musculoso. Bajo su pantalón el paquete va creciendo. Pone sus manos en mis senos y los acaricia con eficacia, al roce de sus dedos, mis pezones se ponen duros como rocas. Él se los lleva a la boca y, al moverse, despide un fuerte aroma a hombre. Es un aroma agradable, algo entre testosterona y perfume para caballeros. Pone su mano derecha en mi muslo izquierdo, su mano izquierda en mi muslo derecho y, con cierta violencia, los separa. Se me queda mirando, completamente desnuda y no dice nada, no se mueve, sólo sus pupilas van de mis senos a mi rostro, de mi rostro a mi sexo. Sonríe con una cara perturbadoramente lujuriosa, entonces se pone de rodillas frente a mí, acaricia con su índice la parte interna de mis muslos, el contorno y comisura de mis labios vaginales, antes de acercar su cara, meterla entre mis piernas y comenzar a lamerme el sexo con el entusiasmo de un gatito en lechería.

Es delicioso sentirlo comiéndome el sexo, sus labios acariciándolo, su lengua penetrándolo, sus manos en mis piernas, mis uñas en su cabellera y yo, con los ojos cerrados, me relajo para sentir plenamente su respiración entre mis piernas, su lengua en mi clítoris, los espasmos, el ritmo que va incrementando los latidos de mi corazón entre sonidos secos y gemidos ahogados, aprieto su cabeza entre mis muslos, grito cuando siento que no puedo más, pero el sigue con el movimiento inclemente de su lengua, hasta que un intenso orgasmo me hace temblar todo el cuerpo.

José adora a su familia, pero dice que estas escapadas le hacen mucho bien. Se apena y no me lo explica, yo tampoco se lo pido.

El lunes, el informe estará en cero y José deberá comenzarlo de nuevo. Levantarse a las seis, comenzar a las ocho, volver s casa a las diez, hasta terminar y entregar de nuevo el siguiente informe mensual.

Cuenta la leyenda que Sísifo hizo enfadar a los dioses. Como castigo cada que termina su agotador trabajo debe comenzarlo de nuevo. Supongo, sin embargo, que en cada escalada, cuando la piedra toca la cima de la montaña, el alma de Sísifo consigue un respiro. El orgullo del trabajo terminado le permite bajar, con una media sonrisa en el rostro y sin cargar ningún peso, por su piedra para volver a subirla.

Supongo que eso son para José las escapadas cada mes, a celebrar que su piedra volvió a alcanzar la cima. Un respiro, antes de volver a bajar por ella.

Hasta el jueves

Google News - Elgrafico

Comentarios