Orgasmos vs migrañas

Sexo 16/03/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 09:29
 

Querido diario: Enrique es de los migrañosos. Mal día: migraña. Almuerzo demasiado ligero: migraña. Demasiado pesado: migraña. Vino, chocolate, queso o almendras: migraña. Su cabeza no le hace caso o hace lo que le da la gana. Él sufre, pero es aguantador.

—Así soy, me dijo antenoche.

Yo pasaba mi mano por su pecho velludo, a veces topándome con el frío de su cadena de plata. Me había hablado hacía unos minutos para curarle la migraña. A Enrique lo conocí a mediados del año pasado. Desde entonces nos vemos esporádicamente, cuando le entran ganas, pero sobre todo cuando su cabeza (la de arriba) está por explotar. Se encierra en un motel, con la luz apagada y las cortinas cerradas. Cuando se siente mejor, llama. Una buena cogida siempre le quita lo que queda de la jaqueca.

Le acaricié las sienes con los dedos, pero empezó a darle risa.

—Siento que me estás hipnotizando, argumentó, pero en realidad me veía las tetas mientras lo sobaba.

Sonrió con la mitad de la cara. Es un gesto que le sale espontáneamente y que le da un aire tierno a su cara. Entonces lo besé en los labios. Su lengua acarició la mía con mucha suavidad.

Sus manos traviesas no tardaron en buscar mi cuerpo. Me sobó las rodillas y sus palmas tibias siguieron subiendo, pasando por mis muslos e instalándose en mi cintura. Sus dedos se escurrieron hacia mis nalgas. Apretó mi cuerpo contra el suyo. Poco a poco Enrique fue haciendo de las suyas. Deslizó su mano por debajo de mi hilo y lo bajó lenta y milimétricamente. Me apoyé en la cama y le facilité las cosas. Luego le quité los pantalones, los calcetines y el bóxer y le dije que se relajara, que dejara fluir la sangre hacia otras partes, lejos de sus pensamientos, de los vasos de su cerebro.

Me coloqué encima y alcé el pecho frente a su rostro. Las puntas de mis pezones rozaron sus labios. Él sonrió. Me tomó por la cintura y me demostró que estaba listo. El bulto en su entrepierna urgía hinchado, duro y gordo.

Le acomodé el preservativo y con ambas manos me despaché solita de cuclillas sobre él. Su pene se puso más duro dentro de mí y cuando empecé a moverme. Me meneé en círculo, batiéndome por dentro. Me pellizqué los pezones y empecé a brincar despacito, sin exagerar para que la cabeza no le estallara.

Apoyé mis manos en su pecho y cambié el ritmo y el ángulo, arqueé la espalda y lo monté de lo lindo, haciendo rebotar mis nalgas sobre sus bolas hinchadas de leche.

Me dejé caer sobre él y me abrazó con fuerza. Su respiración agitada en mi cuello me generó una descarga de placer y empecé a sentirme cada vez más excitada.

Enrique empezó a moverse. Descansé sobre él, mientras me alzaba con sus arremetidas de cadera, encajándose en mi umbral repetidas veces, cada vez más rápido. Hincó los pies en el colchón y encajó su herramienta entera en lo más profundo de mí. Sentí toda su potencia y empecé a construir ese calorcito por dentro. Me dejé relevar por completo y caí rendida sobre él, rendida y a su merced. Que hiciera conmigo lo que quisiera. Me agarró por las muñecas y me llevó las manos a la espalda.

 En ningún momento paró de moverse y de penetrarme. Me miró a los ojos y con una sola mano sostuvo las mías como una odalisca sedienta. Con la otra mano me acarició el pecho y trazó una línea entre mis senos hasta bajar por mi abdomen. Siguió recorriendo el tramo, agitándose y sin parar de darme mi merecido, hasta palpar mi clítoris. Apenas lo tocó, sentí un destello fragmentarse en miles de descargas nerviosas por todo mi cuerpo.

Gemí como si me ahogara. Apreté los puños detrás de mi espalda. Él lanzó un último ataque de su maquinaria viril y empujó hasta el fondo cuando, al unísono, acabamos retorciéndonos del clímax, desorbitados y, por unos segundos, ajenos a todo, curados de los males cotidianos.

Dicen los especialistas que un orgasmo es muy buena medicina para el dolor de cabeza. Especialmente porque libera endorfinas que es el equivalente natural a opiáceos como la morfina, que es un potente relajante y analgésico. Por eso no entiendo a quienes, para no coger, usan el pretexto de “Me duele la cabeza”. Enrique estaba aliviado cuando nos despedimos. Al menos hasta la próxima migraña.

 

Besitos, Lulú Petite

 

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