A mis pies

Sexo 16/02/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:05
 

Querido diario: El otro día me habló Alan. Estaba en la ciudad y quería aplacar su calentura. Me preguntó si podía ir al depa de su amigo. Él vive en Texas, pero a veces viene de visita y se queda allí. Le expliqué que no atendía a domicilio y le di los detalles de mi servicio, cuánto cobro y dónde podíamos vernos. Respondió con un sobrio “va” a todo y así quedamos.

Una hora después estaba en el estacionamiento del motel, retocándome el labial frente al espejo retrovisor, lista para atender a mi cliente. Caminé por el pasillo desierto y toqué en la puerta indicada. 

Alan es moreno, alto y con una barba de pirata que lo hace lucir muy guapo. Yo le calculé unos 40 años, quizá menos. Estaba vestido con un pantalón de mezclilla oscura y una camisa café oscuro con puntos púrpura. Tenía estilo y me gustó su gesto de tomarme la mano para invitarme a entrar. Me preguntó por mí, por las cosas que me gustaban y si podía tocarme los pies.

—¿Los pies? Claro, guapo —respondí.

Diez minutos después estábamos en la cama, semidesnudos. Alan con la mirada perdida entre mis pantorrillas y mis talones, con sus manos robustas masajeando mis pies. Es su fetiche, supongo. En eso fijó sus ojos sobre los míos y fue como si me hablara en telepatía. Tenía el pantalón desabotonado y se lo bajó como un mago. Tenía un bóxer de rayas y debajo de él se veía su miembro colgante, como una serpiente cabizbaja cubierta por una sábana. Ayudé a quitárselo y empecé a chaquetearlo,  mientras él me acariciaba el rostro, el cabello, los hombros. Alcancé el lubricante y eso sí que le gustó.

Cerró los ojos y echó la cara para atrás como si su alma se le estuviera escapando por la boca. Se había puesto duro. Lo sentía caliente entre mis manos, jugoso y macizo. Le coloqué el condón y se lo chupé desde la puntita hasta la base, dándole besitos en la ingle. Me provocaba comérmelo entero. Me acomodé en la cama y le hice espacio. Se tomó su tiempo, acercándose lentamente.

Me besó los pies, los tobillos, el arco del empeine. Los vellitos de su barba me hacían cosquillas muy ricas. Sus manos surcaron la piel de mis piernas, tanteando con sus dedos mi carne, arrastrándome consigo hacia la vorágine que se avecinaba.

Apoyé mis manos en su cabeza, siguiendo la dirección de sus gestos. Lamió mi pecho, mis tetas, tomó mis pezones como si fuera pepitas de oro y los mordisqueó con suma delicadeza, haciéndome erizar la piel, sentir un cosquilleo por todo el cuerpo.

De pronto su avanzada alcanzó mi cuello, donde sus labios me quemaron con el frío placer de sus besos. Su boca carnosa encontró la mía. Mi lengua se derritió en torno a la suya. La proximidad de su cuerpo, el peso de su pecho sobre el mío, la respiración cada vez más agitada, el gesto cachondo, los gemidos.

Abrí las piernas y lo recibí plenamente. Arrimó aquella bestia indomable, la cabeza presionó mi umbral. El camino empapado y lubricado. El tallo era grueso y largo. Me penetró como un sable hirviente. Hundí mis dedos en su espalda ancha. Alan empujó una vez, fuerte. La cama se estremeció, clavé las uñas en su piel. Él me tomó por las muñecas y me estiró los brazos por encima de la cabeza. 

Entrelazamos los dedos a medida que le imprimió más tracción a sus piernas. Entonces sentí su pene causando estragos dentro de mí. Me rozó el clítoris con su ingle, empapada de mis fluidos. Me lo metió y sacó infinitas veces, hincándose en lo más hondo de mi ser. Me tomó por las nalgas y enterró sus dedos en la carne, apretando con fuerza a medida que se agitaba. 

Yo me abracé a su cuerpo, tomándolo por el cuello, y me agité también, apretando mis tetas contra su pecho sudoroso. Escondí la cara entre su cuello y su hombro, perdida en mí, despojada de todo sentido. Me mordí los labios para no gritar y apreté cada uno de mis músculos cuando sentí que hacía un último esfuerzo, en desbandada, sintiéndolo bullir dentro de él. Nos fundimos en pleno clímax, al unísono, ahogando nuestros gemidos con un gruñido animal, de esos que sólo se escuchan íntimamente en las noches más calientes de esta ciudad.

 

 

Besos,  Lulú Petite

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