Chiquito, pero picoso

Sexo 15/12/2016 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:03
 

Querido diario: Tener dos pretendientes en el comal está cabrón. Tarde o temprano uno se va a quemar. Por un lado, Saúl. Cuerpo definido, semigüero tirando a canelo, corte casi militar. Varonil por fuera y sensible por dentro. Por el otro: Fer. Ese tipo de alto flaco que te hace sentir cómoda entre sus brazos. Cabello grueso, oscuro. Cara de bohemio despreocupado. Lo que da miedo no es acercársele, sino que te guste demasiado. Hay otro problema: las confusiones. A eso voy.

Dormí con Saúl. Cuando abrí los ojos, vi su rostro medio iluminado por el gris matutino de este invierno.

—¿Quién es Fer? —preguntó sin anestesia.

Yo no sabía si seguía dormida. Me concedí tres segundos para pensar mi respuesta tragando saliva.

—¿Qué?  ¿Quién? —pregunté.

Saúl y yo salimos anoche y luego vinimos a mi casa. Para no entrar en detalles, cogimos. Teníamos tantas ganas de comernos que lo hicimos hasta quedarnos dormidos. Todo muy bien, pero esta mañana, al parecer, empezaría el interrogatorio.

—Anoche, mientras hicimos el amor, me llamaste Fer —dijo Saúl con tono de ministerio público.

Mentir, en estos casos, enreda más las cosas, así que dije la verdad. Para mi sorpresa, se lo tomó bien, aunque de inmediato se puso de pie y se fue.

Ni cuenta me di del momento en el que le dije Fer. Además, no le habrá molestado tanto, porque seguimos cogiendo. Así que, si me traicionó el subconsciente, no supe cómo ni cuándo. Alguien enojado no sigue cogiendo cuando le llaman con otro nombre, así que hice concha y seguí con mi día.

Entonces me habló Ramiro. Nomás faltaba escucharle tres palabras para notarle el acento jarocho. ¿Cómo es que dice el dicho? ¿Lo mejor viene en frascos pequeños? No soy quien para juzgar, pero Ramiro parecía confirmar esta teoría popular. Como lo dice mi seudónimo, yo soy petite, así que por lo regular mis clientes son más altos que yo. Ojo: Ramiro no es enano. Digamos que es casi de mi estatura cuando me quito los tacones.

Me contó que todos en su familia son bajitos y que está acostumbrado. Yo le masajeaba los hombros, mientras me seguía contando cosas. De pronto, pateó sus zapatos por el aire, se desabotonó la camisa y se desabrochó el cinturón. Se me lanzó encima como un pequeño guerrero y empezó a manosearme y besarme muy apasionadamente. No había más tiempo que perder. Sus manitas calenturientas se deshicieron de mi ropa en un santiamén.

Ramiro se bajó el calzón y me mostró lo suyo. Todo proporcional. Su pene, como él, también estaba pequeño. No tipo microscópico, como hay algunos, pero sí abajo del promedio.

Me encantan los hombres que no se intimidan por nada. Y él sonriendo, me advirtió que era, como el chile piquín, chiquito, pero picoso. Se puso un condón y se me abalanzó encima como fiera en celo.

Olía delicioso. Su pene, aunque corto, estaba gordo e hinchado. El grosor no es algo que debe subestimarse en la anatomía masculina. Se puso detrás de mí y me levantó una pierna con agarre viril. Sentí el arrimón en mis nalgas. Su aliento en mi oreja hizo que empezara a excitarme rápidamente. Arqueé la espalda y él introdujo sin problemas su miembro. Fue más de lo que me esperaba. Tenía algo. No llegaba precisamente a los sitios donde debía llegar, pero rozaba con entusiasmo y se movía como ninguno. Me imagino que Ramiro ha aprendido a trabajar eficientemente con las herramientas que la naturaleza le dio.

—Oh, sí, Ramiro —gemí mordiéndome los labios.

Eso le dio más brío y empezó a machacarme. Mis nalgas eran azotadas por su abdomen. La cama rechinaba bajo nosotros. Me lamió el filo de la oreja, me besó el cuello, me acarició el cabello, me penetró una y otra vez, sin contemplación. Se agarró tan duro como pudo y empezó a moverse cada vez más rápido. Lo hacía muy rico y con mucha personalidad. Se aferró a mi cadera y se colocó encima de mí. Yo quedé boca abajo y con las piernas abiertas. Él levantó el torso y apoyó un pie en el colchón. Mojadita y al borde del delirio, empecé a tocarme el clítoris para ayudarme en la faena. No tardo en sentir bullir ese hervor dentro de mí, justo cuando la respiración de Ramiro se acelera y empieza a empujar, a gruñir y a retorcerse de placer hasta estallar al mismo tiempo que yo.

Después del sexo conversamos. Como me sentí en confianza, le conté de Saúl, de Fernando y de mi metida de pata de anoche. Nos reímos, pero me dio un buen consejo. Salir con dos nunca es bueno. Siempre es mejor decidir. Si yo pienso en otro, cuando estoy con alguien, es un mensaje de mi subconsciente sobre dónde está mi interés. Si a la persona que, durante el amor, le llamo de otra forma no le importa como para parar, es un mensaje de su subconsciente. Sólo eso me dijo. No para que con eso decidiera, pero sí me puso a reflexionar.

Ya me habían dicho que me cuidara de los chaparritos. Ramiro me encantó, ojalá vuelva a llamar pronto.

Un beso, Lulú Petite

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