'Los hombres que bailan', el relato de Lulú Petite

15/10/2015 04:30 Lulú Petite Actualizada 09:01
 

Querido diario: ¿Sabes que algunos mitos se confirman únicamente en la cama?

De esos hay muchísimos. Cosas que dice la gente y que, a falta de poder tener un muestreo razonablemente amplio para hacer comparaciones, no queda más que darles el beneficio de la duda. Esas cosas que, no es que sean ciertas, pero que de tanto oírlas se toman como tales o ¿a poco crees que de verdad si te haces muchas ‘chaquetas’ te van a salir pelos en las manos? Te podrán salir ampollas, pero pelos, nomás los que te arranques.

Pero ese mito es muy obvio, si fuera cierto el mundo estaría lleno de manos peludas, me refiero más bien a esas cosas que se dicen del sexo y no siempre son fáciles de comprobar.

No, por ejemplo, a aquello de que “el tamaño no importa”, ¡Claro que importa! Pero eso lo sabemos todos. Cierto, fisiológicamente no debería tener mayor importancia, lo mismo te puede provocar un orgasmo un palito de paleta que una macana de granadero, pero no se trata sólo de capacidad, sino del estímulo psicológico.

Es decir, funcionalmente, el sexo puede ser igual de placentero con una mujer de pechos pequeñísimos que con una de tremendos melones; sin embargo, habrá quienes prefieran y se exciten más con dos terroncitos de azúcar y otros a quienes los vuelen los escotes desbordados. Para nosotras es igual, hay un tamaño que nos gusta y, al verlo, al sentirlo, nos pone más cachondas y nos predispone al orgasmo. A la mayoría nos podrá excitar la idea de un pene grande, pero a la hora del amor, es preferible uno de medida promedio, ni tan grande que lastime, ni tan chico que no se sienta. Así que el tamaño importa, por eso cuando hablo de mitos, realmente mitos, me refiero a cosas más difíciles de comprobar a menos que tengas varios puntos de comparación, como yo los tengo.

Por ejemplo, aquello de los que calzan grande ¿tú crees que es cierto que el tamaño del pie es proporcional al tamaño del miembro? ¡Falso! En general, la mayoría de los cuerpos son proporcionales, así que un hombre alto tiende a tener brazos y piernas más largos, pero eso no influye en otras partes de su anatomía, es decir, no por ser altos tienen las orejas más grandes, la nariz más larga y, claro, tampoco calzan más grande. Hay hombres bajitos y de pies pequeños, con unos pitotes que no te los acabas y hombres enormes muy escasos de herramienta. La verdad es que, por el tamaño de la persona, realmente no es posible adivinar la medida de su aparato, es del todo arbitrario.

Pero ¿qué tal el mito de que los hombres que saben bailar cogen mejor? Yo, adorable concurrencia, damas y caballeros del jurado, bajo protesta de decir verdad confirmo este mito. Los hombres que bailan bien, también cogen bien. He tenido sexo con muchos buenos bailarines y todos saben lo que hacen. Es normal, tienen las características apropiadas para el sexo: ritmo, actitud física, aguante y, sobre todo, te saben llevar.

Conozco a un bailarín. A uno verdadero, todo un profesional. Baila de todo y lo hace perfectamente, de eso vive y le va muy bien.

Es, además, de otro planeta entre sábanas. Se menea con soltura y su control de la respiración y sus habilidades acrobáticas son una delicia cuando me agarra bien fuerte y me hace olvidarme de que lo que hago es un trabajo y se convierte en un verdadero placer, como debería ser. Porque si no hacemos lo que nos gusta para vivir, estamos muriendo poco a poco. Entonces yo cojo y él baila. Y cuando este bailador y yo nos vemos hacemos un poquito de las dos cosas.

Su espalda es ancha y fornida. Entre esa masa de músculos y su pecho igual de poderoso alberga un buen par de pulmones que no lo dejan que se canse tan fácilmente. Me gusta agarrarlo por la parte baja de su espalda y halarla hacia mis piernas, con fuerza. No es estrictamente delgado, sino esbelto. 

No hace falta estar esculpido en piedra de obsidiana para voltearle el mundo a una mujer. Entre mis piernas agarra como una especie de sintonía y comenzamos a movernos al ritmo de un vaivén divino. 

Sabe manipular un cuerpo ajeno al punto de exigirle y sacar de él lo mejor de sí. Me encanta su cualidad de envolverme con toda su estructura, con su peso. A pesar de que es grande y musculoso, su peso es más bien liviano y ligero. Su agilidad hace que me mueva hacia donde quiere, como quiere y cuánto quiere. Su flexibilidad, su potencia, su plasticidad. Me besa el cuello y me enrojezco. Su barbilla poblada de vellitos duros me hace cosquillas cuando hunde se cara entre mis senos y aspira mi aroma. Penetra y empuja, empuja y penetra. Nos acoplamos en este baile interminable, sin coreografías pautadas. Todo llega al momento, como por inspiración o instinto. Mi carne lo recibe en pleno, para que aterrice en su vuelo. De verdad, con él es como coger bailando, una delicia.

Cuando me corro, junto con él, insisto en recordarme una nota mental: No subestimar a los hombres en contacto con lo delicado de su cuerpo. Amigos, la competencia sabe mover el esqueleto. Amigas, si ven a uno que baile bien, llévenselo a casa para que bailen en su cama.

Y tú ¿qué mitos sexuales recuerdas?

 

Hasta el martes

Lulú Petite

 

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