¡Viva México!, Por Lulú Petite

15/09/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 09:50
 

QUERIDO DIARIO: —¡Hola!  ¿Te puedo invitar a salir?

—Aww... ¡Sí!

—Bueno... ¡Salte por favor!

Hay gente que tiene un don para contar chistes. No sé en qué consista, pero a algunas personas simplemente se les da y todo lo que dicen te hace doblar de risa.

Hoy hace un año conocí a Ramiro, un hombre de unos cincuenta y tantos años, de rostro serio y mirada pesada. Lo recuerdo porque cuando llamó me dijo que quería contratarme para que diéramos “El Grito”.

Es un hombre atractivo, con voz ronca y seductora. Sexy, a pesar de sus rasgos duros, con pómulos como riscos de piedra. Cuando lo conocí iba vestido con un traje impecable y oliendo delicioso. Tenía una sonrisa amable. Es del tipo de hombre dominante, de esos que parecen acostumbrados a mandar y que saben imponerse; sin embargo, tiene un sentido del humor espectacular. Apenas comienza a hablar y no paras de reír, entre bromas, sarcasmo y chistes te diviertes mucho con él.

—¿Quién las entiende? Mi mujer me dejó una nota en el refrigerador que decía: “Me voy porque esto ya no funciona”. Me pasé dos horas revisando y el puto refri enfría de lujo.

Su carcajada es contagiosa, debo admitir. Mientras acariciaba sus piernas, él masajeaba mi espalda, dejando rodar sus manos hacia la curva de mi espalda. Apretaba y acariciaba y sus dedos se marcaban en mi piel, que se enrojecía al tacto.

—¿Te gusta, Lulú?

—Me encanta.

Sus palabras se resbalaban de sus labios jugosos y estrictos como raíces de un árbol. A mí me bastaba su entusiasmo para sentirme motivada.

Uno a uno, desabroché los botones de su pantalón y de su camisa. Es un hombre fornido. Tracé una línea con mi lengua en su pecho. Él se puso de pie y se quedó desnudo frente a mí.

Entonces vi su equipo en su máxima expresión, desplegado ante mis ojos. Era… grueso, con un diámetro descomunal.

—A ver, hazle un cariño —me dijo.

Ya sabía lo que quería, pues me lo había explicado con detalles por teléfono. Así que tomé su sexo y empecé a sobarlo de arriba abajo, con movimientos circulares, acariciando su punta, que se iba hinchando cada vez más. Él alzó la cara y comenzó a gemir.

—Así, muy bien, me encanta que lo hagas lento —decía.

Sus venas latían entre mis dedos y su virilidad se había puesto durísima.

—Quítate la ropa —me ordenó.

Obedecí. Cuando me tuvo desnuda agarró mis senos presionándolos de una forma divina. Sus manos eran firmes y oprimían mis pezones, provocando que se endurecieran. Entonces me puso el pene entre los pechos y comenzó a balancearse de atrás hacia adelante. Hice que mis senos se unieran más, abrazando la circunferencia de su miembro. El roce de mi piel contra la suya hacía que mi corazón se acelerara. Se apoyó en mis hombros y apretó su cadera contra mi torso. Enrojeció de repente, sus músculos se tensaron y comenzó a respirar más agitadamente. Supe lo que se avecinaba y me hice a un lado el cabello, aún masturbándolo con mis senos.

—Mamá, mamá, en la escuela dicen que te avergüenzas de mí.

—No les hagas caso y ¡ya te he dicho que en la calle no me digas mamá!

Justo antes de que explotara dejé de masturbarlo, lo hice acostarse boca arriba y comencé a quitarle la ropa. Él entrelazó los dedos detrás de su nuca y se puso cómodo, mientras me montaba a horcajadas sobre él. Lo tomé por las muñecas y lo dejé inmovilizado sobre la cama. Su pene seguía gigantesco palpitando en esas venas tan saltadas y potentes. Le coloqué el condón y me senté en él, haciéndolo entrar hasta la mitad. A medida que mis fluidos iban lubricándolo más, entraba con mayor facilidad.

Esto le fascinó a Ramiro, porque cerró los ojos y relajó su cuerpo. Estiró el cuello y empezó a respirar profundo, penetrándome con ritmo.

Lo tenía muy dentro de mí, metiéndose profundamente entre mis piernas. Me pedía que continuara y que cambiara la velocidad, así que comencé a agitarme más rápido y más fuerte.

—Estoy haciendo la dieta de la manzana.

—Ash, ya me lo sé, ¿corres una manzana diaria?

—No, me compré el nuevo iPhone y ahora no tengo para comida.

Él enloqueció y me apretó por la cintura para afincarse mejor. Todo se estremecía. La cama brincaba y la sábana se revolvía en torno a nuestros cuerpos sin frenos. Recorrimos un buen rato, a toda velocidad, el largo y estrecho camino del placer. Su piel transpiraba un sudor frío, delicioso. Enterré mis uñas en sus pectorales y presioné mi vagina para hacerlo venir más rico. Comprimió el rostro en una mueca de éxtasis y, de pronto, cuando entre espasmos llenó el condón con su simiente gritó:

—¡Viva México!

A pesar de lo caliente que estaba, no pude aguantar la risa y, ¿cómo no? grité: —¡Viva!

Me quedó claro que, desde la llamada, me lo había advertido. Me había contratado para que diéramos “El Grito”. El resto fue conversación, chistes y alegría. Nos la pasamos de lujo. No cabe duda, a una mujer siempre le gustará un hombre que sepa hacerla reír.

—¿Me da una entrada para el teatro?

—¿Para Los Miserables?

—¡Oiga! Somos pobres, pero respétenos.

Hasta el jueves.

Lulú Petite

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