No pares

Sexo 15/06/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 19:25
 

Querido diario: Yo, honestamente no sé por qué y de cuál retorcida y confundida mente surgió ese mito de que a las mujeres nos parecen más atractivos los hombres con cicatrices, heridas de guerra, en fin, magulladuras de todo tipo. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? A mí me gustan enteros, sanos y a salvo, con la hojalatería y la pintura en orden. Claro, no es que me queje. Tengo clientes preciosos con cicatrices, pero son distintas las que te llegan que las que buscas.

Por ejemplo, Germán. Lo conocí hace un año. Es un cliente muy bueno y un amante excepcional. Es uno de esos casos raros de la genética: parece más viejo de lo que es, pero eso le da un toque especial a su guapura.

Siempre anda metido en algo distinto. Apuestas de futbol, venta y compra de motos importadas, bienes raíces, fotografía subacuática, vinos, antigüedades coleccionables y un largo etcétera. En cierto modo me gusta su personalidad dinámica y sus intereses cambiantes. Creo que es de los que aprovechan la vida al máximo con las experiencias más variadas y diversas.

Me habló el sábado en la tarde.

—¿Qué onda, Lulú? —dijo sin esperar siquiera a que yo contestara— ¿Nos vemos o qué?

Nos pusimos de acuerdo y en media hora estaba enviándome un mensaje: “Estoy en la 33”.

Lo dicho, Germán le entra a todo. En los últimos meses ha estado entrenando box. ¿Resultado? Un ojo hinchado y morado, un diente flojo y los labios partidos.

—Nah, no es nada, Lulis —dijo espantándome las manos cuando me acerqué para hacerle cariñito—. Tenías que ver cómo quedó el otro —agregó en tono sangrón.

Eso también tiene Germán, típico tauro, es terco y orgulloso y no le gusta para nada sentirse débil o demasiado mimado. La verdad es que ese rasgo le luce y es una de mis cosas favoritas de su personalidad apabullante. No llevaba mucho entrenando y al parecer, según me contó, un día el entrenador lo puso a practicar patadas con un alumno mucho más avanzado y él se fue de fanfarrón. Las lecciones a veces llegan a los madrazos.

Total que no era exactamente el Germán que me esperaba. Digamos que era el mismo, pero en otra presentación. Nos pusimos al día rápidamente, mientras nos acariciábamos y nos dábamos besos con cuidado. Frotamos nuestros cuerpos con ansias, sintiendo nuestros poros expandirse y erizarse.

Desabotoné su camisa y metí las manos en su pantalón. Estaba más que dispuesto. Lo tenía prensado como una macana.

—Cuidado con los golpes bajos —dijo él mirándome a los ojos.

Me mordí los labios y lo besé en el cuello, lamiendo su piel tersa y sedosa. Los vellitos de su nuca se dispersaron como en posición de ataque. Entonces susurré bien bajito en su oído:

—Yo siempre juego limpio.

Agarró la indirecta y alcanzó un preservativo de los que había desparramado por toda la cama. Por lo regular los dejo en el buró, pero no sé por qué a Germán le parece más divertido dejarlos por ahí regados, como si tener uno siempre al alcance de las manos le diera más rienda suelta a su imaginación.

—Voltéate —pidió presa de sus deseos más carnales.

Obedecí y me puse de a perrito. Alcé mi trasero y lo restregué contra su pene erecto. Germán posó sus manos sobre mis nalgas y las amasó hundiendo sus dedos en mi carne. 

Me bajó el calzón lentamente, como si pelara una fruta o descubriera un piano que estuviera a punto de tocar enloquecida y apasionadamente.

Me penetró lento, sin prisa, empujando su miembro inoxidable mientras dejaba escapar un suspiro. Estrujé la sábana al sentirlo llegar hasta lo más hondo. Entonces fue cuando empezó a mecerse, hacia delante y hacia tras, primero despacio, como un balancín o una maquinita de placer. Me apretó fuerte por la cintura y comenzó a clavármelo con más fuerza, cada vez más rápido.

Arqueé la espalda y empecé a moverme también.

—No pares —gemí, babeándome de placer.

Sus manos fueron escurriéndose por mi pecho y encontraron mis tetas rebosantes, ávidas de su tacto. Mis pezones se acomodaron entre sus dedos.

—No pares —repetí relamiéndome los labios.

El sudor de su ingle corrió entre mis piernas y su pene fue hinchándose como si palpitara dentro de mí. Dio todo de sí hasta que sonó la campana y caímos ambos rendidos.

Supongo que al pasar los días su rostro volverá a ser como antes. Su forma de coger siempre será la misma pase lo que pase.

Hasta la próxima, Lulú Petite

 

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