Se sentía enorme

Sexo 14/12/2017 05:18 Lulú Petite Actualizada 08:48
 

Querido diario: El viernes pasado fui al Villas y me tocó un tipo enorme. Con el frío que está haciendo y su tamaño montaña, no sabía sabía si me iba a coger a un cliente o al abominable hombre de las nives.

Era gigantesco, de ojos pequeños y expresivos, piel morena clara, porte intelectual y elegantemente vestido. Me daba miedo que, si su tamaño era proporcional a su herramienta, ese caballero me iba a empalar (Afortunadamente salió rodada normal, de tamaño promedio, ni grande ni chico, más bien rico). Es director de una empresa financiera y le va bien. Antes de comenzar a jugar al amor, me advirtió:

—No te pregunté ni los detalles, pero cuando contrato chicas, me echo tres. 

Recosté mi cabeza en su pecho, pensando en procurarle tres orgasmos. Escuché los latidos de su corazón. Su mano, que acariciaba mi espalda desnuda, fue bajando sigilosamente y se posó sobre mis nalgas. Deslizó su palma tibia sobre mi espalda y descendió por mi piel, con un efecto apaciguador y relajante.

No pasó mucho tiempo para que esa inocente caricia se transforama en un gesto de lascivia y de invitación a la faena. Bien por su travesura disimulada, su forma de prenderme. Sus dedos fueron encontrando el camino sin perder más tiempo. Mi flor, dispuesta para él, le dio la bienvenida a su índice y dedo medio. La piel se me enchinó cuando tocó el punto justo. Apreté los dientes y cerré los ojos, expectante de sus maniobras insólitas y divinas. Abrí las piernas y le despejé el camino para que se adentrara más. Alcé la cara y lo besé en la mejilla sin poder controlar la pequeña risa de placer que me brotaba por la garganta.

Entonces deslicé yo mi mano y sentí su miembro empalmado, grueso e hinchado. Comencé a chaquetearlo poco a poco, primero lento, calibrándole el pulso a aquella cosa venosa y ansiosa que se armaba más en la palma de mi mano.

Entonces fue él quien apoyó su rostro contra el mío y cerró los ojos. Nos besamos, haciendo bailar nuestras lenguas juntas, mordisqueándonos los labios, restregándonos como si la misma cosquilla nos picara.

Me encaramé encima de él, a horcajadas y lo invité al meollo del asunto. Lo ayudé a colocarse un preservativo. Sonreí, lo miré fijamente y me acomodé. Era súper estructurado. Estabamos a medio romance cuando preguntó:

—¿Ya quieres que me venga.

Esas cosas, en el amor, sólo las pregunta quien ya quiere venirse, así que le respondí que sí y el se vació como si mi respuesta fuera un botón. ¡Poing! Se metió a bañar y vino por el otro brinco.

Al clavarme, de cuclillas sobre él, dejé caer el cabello sobre mi espalda como una cascada y, justo cuando me despaché solita y me clavé su palo tieso, lo miré con cara de picardía. Entonces me penetró, alzando su cadera y agarrándome por la cintura. Lo sentí bien adentro, duro y firme, en ángulo perfecto.

Él levantó levemente el torso y me besó, me agarró por las tetas y comenzó a menearse. Yo me encontraba en él, agitándome y batiendo mi cabeza mientras me decía cosas lindas: Qué le gustaba, que me veía bien, que le encantaba que fuera petite, para él sentirse enorme. Arqueé la espalda y encorvé las pompas, en cuya carne él enterraba sus dedos con agarre firme, de manos robustas y varoniles.

En eso se alzó y me preguntó lo mismo: 

—¿Ya quieres que me venga?

Me puso de perrito (Dijo que porque así se viene). Quedé en cuatro, con el rostro hundido y entregada a él. Hinqué las rodillas y abrí bien las piernas. El empuje de su cadera me taladraba. Le ofrecí resistencia y empujé mi cadera hacia atrás, tragándome gemidos y apretando los labios. Entonces él anunció su desenlace. Me apretó fuertemente por la cintura, se hundió un par de veces, como una máquina, y gimió como en cámara lenta, derramándose a chorros y desvaneciéndose blandito sobre mí.

Después del segundo nos recostamos un rato, exhaustos. Le pregunté, si así hacía el amor con su esposa. 

—No, mi vieja es asexual —Respondió riendo. Mira nomás ¿No será que influye un poco que lo hagas de manera tan estructurada? El sexo es más improvisación, dejar que el fuego salga de control, no puedes tenerlo todo como en partitura. Se nos terminó la hora charlando.

Ya iba a mi casa cuando recibí un mensaje de texto. Lo leí en una luz roja, era él. Sonreí y seguí manejando cuando el semáforo cambió a verde. Y el mensaje decía: “nadie había roto mi récord de tres. Pero la pasé tan bien que no me quejo”

Hasta el martes, Lulú Petite

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