“Sólo es mi opinión” Por Lulú Petite

14/10/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 08:16
 

Querido diario: 

Mucha gente piensa que todas las putas comenzamos en este negocio por purita necesidad. Hay quienes aseguran que es imposible aceptar que alguien decida voluntaria y conscientemente ofrecer su intimidad a cambio de dinero. Afirman que aun cuando nadie te obligue, coger por dinero es un acto de violencia. Una violencia que ejerce quien tiene el dinero, sometiendo a quien no lo tiene para obtener de su cuerpo placeres sexuales.

Según algunos, nuestros clientes son hombres malos que al pagarnos aprovechan la vulnerabilidad de mujeres con la voluntad comprometida por la pobreza, la ignorancia o la debilidad. Para ellos, la prostitución, aunque se ejerza libremente, es un acto de violencia y por lo tanto no debería permitirse sino erradicarse, abolirse, negarse.

Desde su punto de vista, no existe la posibilidad de que una chica se acueste con extraños por dinero como resultado de un acto voluntario, consciente e informado. En el mundo de la prostitución sólo hay víctimas o victimarios.

Yo tengo la teoría de que todas las chavas que comenzamos a prostituirnos lo hacemos cuando tenemos dislocada la autoestima. Ese es nuestro talón de Aquiles, pero es impreciso que todas comiencen por pura necesidad, por ignorancia o a consecuencia de alguna tragedia.

He conocido mujeres que entraron a este oficio por morbo, por calientes o porque estaban aburridas y no tenían con quién coger. Hay chicas con esposo y familia, que salen a trabajar a escondidas, sin decirle a sus maridos. Claro, a todas nos cae de maravilla la platita que llega y es fácil acostumbrarte a tener dinero propio en la bolsa, pero no lo hacemos exclusivamente por eso.

Tuve una amiga. Elizabeth. Era divertidísima y muy ocurrente. Cuando la conocí era una chamaca de diecinueve que todavía vivía en casa de sus papás. Era brillante y dicharachera, de una inteligencia fina y alegre, pero muy rebelde. Estaba a punto de reprobar por segunda vez el cuarto semestre de la preparatoria, cuando decidió dejar la escuela.

Vivía con sus papás y, aunque no le sobraba dinero, tampoco le faltaba nada. Comenzó a trabajar nomás por aventada. Le encantaba el sexo, pero odiaba la monogamia. Siempre decía que por un trocito de chorizo no iba a cargar con el puerco entero. Coger para ella era una forma de darse gusto, pero también de castigarse. Para ella la prostitución era algo morboso y como lo morboso le excitaba, decidió ejercerla.

Decía que antes de entrar al negocio, se masturbaba imaginando que cogía con desconocidos, entre más feos y vulgares los imaginara más se excitaba. No fantaseaba que era una prostituta cara, ni que trabajara en una agencia como en la que nos conocimos, imaginaba pararse en la calle y que hombres sudorosos y borrachos la llevaran a hoteles miserables para descargarse en ella.

Cuando estaba en la agencia le excitaba atender a los clientes más feos, a los más groseros, a los más difíciles. Entre más cara de culero tuviera el cliente, más se le antojaba. Te juro que la veías, con su carita dulce y cuerpo frágil, y lo último que imaginabas era su masoquismo. Al final terminó adaptándose al negocio. No es que le gustara hacerlo gratis, pero realmente disfrutaba lo que hacía, especialmente que le pagaran por ello.

Francamente no entiendo. Si voluntariamente decides trabajar en una cadena de comida rápida y, a cambio del salario mínimo, te rentas de ocho de la mañana a ocho de la noche para barrer, trapear, limpiar baños, preparar toda clase de combos, paquetes y brebajes, freír papas, limpiar mesas, lavar trastes, reponer ingredientes, marcar cajas, sonreír todo el tiempo y ni siquiera recibir propinas, no hay nadie que determine que tu decisión es inviable y que, como no sabes lo que haces, alguien debe rescatarte y abolir tu trabajo. En cambio, si decides cobrar por sexo y ganar en dos horas lo que te pagan en un mes partiéndote la espalda en uno de esos restaurantes, habrá quienes iniciarán una cruzada para decir que todas somos víctimas y que quienes no lo somos, no existimos, como si negándonos nos abolieran, desapareciéramos.

No quiero decir que la trata no exista. La prostitución es un monstruo de mil cabezas, la mayoría de sus caminos son oscuros y violentos. Hay mujeres y hombres que viven infiernos de explotación y abusos, víctimas de delincuentes que deben ser perseguidos y castigados.

En lo que no estoy de acuerdo es en creer posible abolir por decreto una conducta humana común y recurrente. En que negar que existimos quienes nos prostituimos de manera voluntaria e informada sea la mejor manera de erradicarnos. No estoy de acuerdo en que restringir sea la vía para solucionar. Creo que en el mundo de la prostitución, prohibir lejos de ofrecerte garantías te lleva a la clandestinidad. Perseguir a la prostituta o al cliente lejos de solucionar, me obligaría a disimular, a buscar intermediarios, coartadas, proxenetas. Es la causa, no el efecto, lo que se debe combatir. En fin, sólo es mi opinión.

Un beso

Lulú Petite 

 

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