Rechinaba la cama

(Foto: Archivo El Gráfico)

Sexo 14/09/2017 09:52 Lulú Petite Actualizada 19:44
 

Querido diario: El otro día me habló Freddy. Es de Cancún y habla como atropelladamente, pero se le entiende. Estaba de paso en la ciudad y, según dijo, quería llevarse un recuerdo grato del viaje, que no había sido del todo bueno. A veces me llaman personas que han tenido un mal día, para cambiar la sintonía, pasarla bien un rato les ayuda a mejorar el estado de ánimo.

Freddy había tenido una mala semana, vino de Cancún, perdió el primer avión y tuvo que comprar otro boleto, lo asaltaron en la Ciudad de México y, para acabarla de amolar, el negocio que vino a cerrar terminó calléndose, así que estaba mal y de malas. Por eso me buscó. Para cambiar la suerte.

A la hora indicada, volvió a marcarme para confirmar el número de habitación en el que nos veríamos. No lo hice esperar mucho, afortunadamente estaba muy cerquita de motel.

Antes de lo que él imaginaba, caminé hasta el fondo del pasillo y toqué la puerta. Freddy abrió de inmediato. Parecía haber llegado de una entrega de premios. Olía a colonia, quizá en demasía, pero se notaba que era neurótico con su imagen. Pulcro de pies a cabeza, coqueto y elegante. No parecía nervioso cuando hablamos por teléfono, pero en persona era tímido.

—Y ¿qué te trae por acá? —pregunté.

Todos vienen por negocios o a algún evento corporativo, aunque me gusta pensar que también vienen por mí. Me habló un poco de todo, antes de contarme los detalles de su caótica semana, pero tenía algo fijo en mente. Estiró su mano y me atrajo hacia él. Iba de traje oscuro, sin corbata, y se ubicaba an el filo de la cama. Me senté sobre sus piernas y lo rodeé por el cuello.

Eso bastó para sentirle “el entusiasmo”, que no tardó en mostrarme con más efusividad. Descubrió mi hombro y me besó, haciéndome cosquillitas con su bigote. Mi piel se despertó con un escalofrío divino, una sensación general que me envolvió de ansias. Más tarde que pronto estábamos besándonos apasionadamente. 

Mientras él escurría su mano entre mis piernas e iba encontrando el camino. Me aferré a su espalda gruesa y gemí bajito, posando mis labios casi sobre su oreja. Deslicé mi lengua en su cuello. Nos desvanecimos sobre la cama sin dejar de acariciarnos. Me coloqué encima de él y, sin quitarme la ropa interior, comencé a restregarme en su animal expectante, pujando bajo la tela de su bóxer para salir a devorarme.

En eso bajé besándole el cuerpo. También posé mi boca sobre la tela hinchada por su hombría y fui tentándolo. Me acarició el cabello y los hombros y me pidió que no parara, que le encantaba. Se lo saqué y, en mi mano, lucía más grande y poderoso. Estaba caliente, palpitante y a punto de caramelo. Alcancé el lubricante y le apliqué una buena cantidad para chaquetearlo.

—Ay sí, así, qué rico —gruñó de pronto, retorciéndose de placer.

Lo besé otra vez y lo masturbé más rápido, frotándole el tronco desde la cabeza hasta la base. Lee coloqué el preservativo y comencé a chupárselo con ganas, ya en ánimos para que me cogiera.

Lo introduje en mi boca, casi hasta el fondo, chupando y succionando, apretándolo suavemente con mi lengua y mi paladar. Lo podía sentir contraerse y relajarse, hinchándose con su propio flujo sanguíneo, inyectándose portentosidad y más ganas.

Me encaramé encima de él con las piernas abiertas. Me apoyé en su pecho y dejé descender mi peso a medida que me encajaba aquella cosa hirviente y tan dura como daga de obsidiana. Lo sentí completo hasta la médula, atravesándome y haciéndome delirar. Me meneé cada vez más rápido, gozándome en cuanto me humedecía y me excitaba. Freddy me tomó por las tetas y empezó a fajarse de verdad, clavándome su miembro en su máxima expresión. Mi cuerpo colisionaba contra el suyo, haciendo rechinar la madera de la cama. Poco a poco hervía por dentro, cada vez más rápido e inminente. Él estaba a presión y casi por estallar. Me agarró duro por la cintura y me dio un último empuje que por poco me desbalancea. Gritó secamente, inyectando su leche en mí.

Cuando terminamos, me acosté con el rostro sobre su pecho. Misión cumplida: creo que se llevó un buen recuerdo de esta extraña ciudad.

Hasta el martes, Lulú Petite

Comencé a restregarme en su animal expectante, pujando bajo la tela de su bóxer para salir a devorarme

 

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