Tres años

14/08/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 07:40
 

Querido diario: 

Me puse un vestido color esmeralda. Me veía sexy, sin dejar de ser discreta, con un buen escote, tacones y el cabello agarrado con una cola de caballo. Metí en mi bolso condones, lubricante y pastillas de menta, me puse unas gotas de perfume tras las orejas y entre los senos y salí a trabajar.

Cuando entré a la habitación vi que el cliente ya llevaba un rato allí. En una mesa, en la pequeña sala de la suite, había una botella de ron y en el buró un vaso jaibolero a medio terminar. La luz en la habitación era tenue, apenas la que salía del televisor y la que alcanzaba a colarse por las cortinas cerradas.

En su cabello brillaban las primeras canas de los cuarenta y tantos, llevaba ropa casual y estaba descalzo. En la cama tendida, pero alborotada, estaban dos almohadas encimadas y en la televisión un partido de futbol.

—Y sigue invicto el América, me dijo sonriendo, cuando en la televisión hicieron una toma de Raúl Jiménez, que salía del partido, según dijo un comentarista para probar suerte con el campeón de España, el Atlético de Madrid. Está súper chavo y se ve guapo, si me lo venía dando. Al menos eso pensé al verlo en la tele.

El cliente se recostó al centro de la cama y me hizo señas para que me acomodara a su lado. No iba yo como para acostarme a ver un juego de futbol, pero ultimadamente es su hora y la puede usar en lo que mejor le plazca, además, le faltaban unos segundos al partido. En cuanto el árbitro pitó el final, él se volteó y me dio un beso suave que poco a poco fue subiendo de tono.

Me respiraba en el cuello y podía sentir su olor varonil. Sus manos me apretaban con fuerza, me asían a él. Yo sólo me dejaba llevar. Su boca encontró la mía y nos besamos con pasión. Él me deseaba tanto y lo demostraba con cada beso. Acariciaba mi espalda y yo su rostro mientras nos movíamos.

—Te deseo tanto,  me susurró al oído, después me empujó suavemente con su mano para darme vuelta y quedar detrás de mí, con su sexo pegado a mis nalgas.

Con su mano comenzó a acariciar mi espalda y rápidamente bajó el cierre de mi vestido. Mis hombros quedaron al descubierto y comenzó a besarlos, rápidamente comencé a sentir cómo algo se abultaba dentro de su pantalón y eso me alentó a hacer movimientos seductores para él.

Nos desnudamos. Sus labios húmedos rosaban mi cuello y erizaban mi piel. Me recliné sobre su cuerpo y sus manos comenzaron a acariciar y a apretar mis senos, mis pezones estaban totalmente duros. Él me tenía a su merced.

Como pude deslicé mi mano hasta su entrepierna y comencé a acariciar su miembro. Estaba erecto, húmedo, palpitante en mis dedos. Me senté a su lado y acaricié su miembro mientras él bajaba su mano a mi entrepierna húmeda y caliente. Deslizó sus dedos dentro de mi lencería y pude sentirlos fríos y suaves tocándome. Yo acariciaba su instrumento desde la punta hasta la raíz y cada vez lo estimulaba más fuertemente.

Poco a poco me fui incorporando para comerme todo su cuerpo. Mis manos recorrían con frenesí sus muslos, su pecho, sus hombros, su cuello. No podía resistir para colocarle el preservativo y sentir como me hacía suya. Deseaba tanto sentirlo entrar, tomarme, perderme en sus brazos y sucumbir a su falo.

Me tomó fuertemente por los costados y me elevó para colocarme encima de él, yo me aferré sobre sus hombros y él comenzó a besar y succionar mis pezones que estaban duros hace rato ya.

Y sin pensarlo dos veces, me acomodó en la punta de su pene y jalándome hacia él, me penetró con fuerza. Sentía su pene dentro de mí, rígido, grueso, palpitante. Yo también palpitaba por dentro y apretaba su sexo. A él le encantaba y me lo demostraba con cada gruñido. Yo gemía de placer, el besaba mis senos al ritmo en que se movía dentro de mí. Su miembro salía completamente para luego volver a entrar, mi cuerpo se estremecía y yo me sentía en el paraíso. 

Mis manos apretaban con fuerza su espalda, él gruñía y se arqueaba del placer. De pronto sentí electricidad por todo mi cuerpo, sentí como sus músculos se contraían y luego nos relajamos juntos y caímos sin fuerza sobre el colchón. Él me abrazaba y acariciaba mis hombros, esas manos que tanto placer me habían dado ahora querían sensibilidad y cariño. Nos quedamos así por un rato, en el más profundo silencio, ese que viene después del coito, cuando no sabes qué decir, cómo agradecer o hacer una broma, nada.

—Hacía años que no cogía, me dijo al fin, mirando al techo. Pensé que era una metáfora, una exageración.

—¿Cómo? Pregunté por seguir la plática.

—Ya ves, hace casi tres años me divorcié y desde entonces, nada.

—¿Nada? Dije sorprendida.

—Pues sólo a mano, pero eso no cuenta.

—Pero, ¿por qué? Estás guapo y coges muy rico,  pregunté con franqueza. Él sólo levantó los hombros, respiró hondo, me dio un beso y comenzamos de nuevo.

Hasta el martes

Lulú Petite

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