“Memorias”, por Lulú Petite

14/05/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 12:13
 

Querido diario: Hace poco leí el libro ‘Memorias de una madame americana’, es la autobiografía de Nell Kimball, una prostituta norteamericana durante la segunda mitad del siglo XIX.

El libro narra la historia de Nell desde su infancia en la América rural de aquella época, después de que el sur perdiera la Guerra Civil; hasta que se convierte en la dueña del burdel más exclusivo en Nueva Orleans. Escrito con toda naturalidad en una época mucho más prejuiciada que ésta, el libro no deja de ser una lectura deliciosa y un testimonio de cómo se vivía en ese entonces y, sobre todo, de cómo se ejercía el oficio y se vivía la sexualidad.

En algunas cosas, poco ha cambiado la prostitución desde entonces y en otras ha cambiado enormemente. Sigue habiendo doble moral, sigue siendo un tema controvertido y aunque tantas personas la ejercemos y tantísimas más la contratan, sigue negándose como una opción de vida y de trabajo. La relación entre el cliente y la prostituta sigue pareciendo un mero desahogo fisiológico, pero a veces termina convirtiéndose en franca intimidad y empatía entre dos seres humanos. Supongo que esa es una de las cosas que hace muy valioso al libro, que además de ser un testimonio sobre el lado más colorido del Nueva Orleans de aquellos tiempos narra detalles de mi oficio válidos para esa y cualquier otra época. Una historia con sabor a sal, a sexo, a piel y especialmente a amor.

Naturalmente, la forma de ejercer el oficio ha cambiado mucho. Cuidarnos de no contraer enfermedades nos ha hecho precavidas, las casas de citas funcionan de manera muy distinta, la información nos ha hecho menos vulnerables, se nos comienza a ver con otros ojos y, desde luego, el internet nos permite trabajar sin intermediarios.

Igual que Nell, tengo una clientela variada, hombres de todas las edades, gustos y complexiones. 

He convertido en mi modo de vida hacer el amor, sin amor, pero no sin sentimiento. El oficio me ha enseñado que la mejor manera de trabajar cuando se trata de algo tan íntimo es dejándote llevar por las caricias, sintiendo y, en lo posible, disfrutando. 

Claro, hay clientes con quienes no disfruto el sexo, pero son los menos, casi siempre encuentro el lado positivo, la parte humana que hace disfrutable compartir un momento de conversación y de cama con una persona que sólo quiere llevarse una bonita experiencia ¡Pasarla bien!.

Mis clientes marcan directamente a mi teléfono, nos ponemos de acuerdo en el costo y condiciones del servicio y cuando están en el motel vuelven a llamar y me dan el número de habitación.

Hace un par de meses atendí a un cliente, me hizo saber el piso y número de la habitación, me dijo que dejaría la puerta abierta para mí.

Antes de bajar del coche retoqué el maquillaje. Luego subí al ascensor, marqué el piso y llegué justo en el tiempo acordado. 

Toqué y, como el cliente lo había prometido, la puerta se abrió. Cuando entré vi recostado a un hombre joven, de unos veintitantos años. Se paró de un brinco a recibirme. Noté que estaba nervioso. Era el típico chavo tímido, de cuerpo delgado, bajito, con lentes y mirada al suelo. Estaba sudando y tenía las manos heladas. 

Es guapo, pero como que todavía no se entera, no lo quiere creer o está más metido en las cosas de su escuela que en las de su bien formado cuerpo.

Comenzamos a conversar y se fue relajando. Él estaba sentado a la orilla de la cama y yo me arrodillé detrás de él. Comencé a darle un masaje y acariciar su espalda, luego lo acosté, fui a mi bolso y saqué un preservativo, lo puse en mi boca, me arrodillé frente a él comenzándole a hacer sexo oral. Se vino de inmediato.

Nos acostamos entonces y nos pusimos a conversar muy agusto.

Me dijo que hacía mucho que me leía y que había comprado mi libro. Me contó también de Nell Kimball y de “Memorias de una madame americana”. Después de eso volvimos a intentar hacer el amor y lo logramos deliciosamente.

Más o menos una semana después volvió a llamarme. Cuando llegué estaba igual de nervioso, pero se le quitó muy pronto y me puso una cogida deliciosa. Después volvimos a platicar largo y tendido. Antes de despedirnos fue a su portafolio, sacó el libro y me lo regaló.

Disfruté mucho leyéndolo. Como te decía, es la historia de una prostituta, pero sin querer es también una radiografía de un oficio que con todos los cambios y modernidades, muy en el fondo sigue siendo lo mismo: cuerpo, dinero, sexo y amor, sobre todo amor.

Nell Kimball murió a los 87 años, en 1934. Dejó su oficio de madame en 1917, cuando el gobierno de Nueva Orleans desmanteló la zona roja donde estaba su burdel. Había acumulado una respetable fortuna; durante la depresión de 1929 lo perdió todo, trató de ganar algo con sus memorias, pero no fueron publicadas hasta 1970. En eso sí que hemos ganado terreno, ya no es un tabú hablar de ésto y además también hay espacios generosos que nos dan voz.

Postdata: Gracias a los que el martes participaron en lo del regalo de una cita: fueron más de cuatro horas deliciosas.

 

 

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