A lo que vamos

A lo que vamos

(Foto: Archivo, El Gráfico)

Sexo 13/12/2016 08:32 Lulú Petite Actualizada 10:52
 

Querido diario: El sábado me habló Teo. Quería terapia esa misma noche. Tenía cierta fogosidad en la voz. Tampoco es que lo conociera mucho, la verdad. Lo he atendido, como mucho, tres veces durante este año y no hemos intercambiado más que lo que básicamente intercambio con todos mis clientes: un rato rentado de buen sexo. Quedamos de vernos a las ocho y, como ya eran más de las seis, me fui a terminar mis cosas para estar lista a tiempo.

Las horas pasaban volando. Sin darme cuenta, el día se había consumido. Salí del vapor de la ducha caliente y me vestí para la ocasión. Los días han estado raros. Las de la mañana y las de la noche son horas heladas, pero las de medio día tienen un sol quemante. En el coche, vi mi reflejo en el retrovisor, lo encendí y pisé el acelerador. Era esa hora en que, sobre todo en estas fechas, la ciudad es un hormiguero enloquecido, coches en fila india, avanzando más lentamente que los peatones.

Teo me llamó. Ya se había instalado en la habitación y esperaba por mí. Le dije que estaba a dos cuadras, pero el tráfico era impredecible, igual podía llegar rápido o seguir estacionada leyendo las placas del camión que tenía enfrente. Teo no es que sea impaciente. Es ansioso.

Tardé un poco, pero llegué a tiempo. Me estacioné, pasé por recepción, subí al piso indicado y caminé por el pasillo buscando su puerta. Abrió como un petardo. Estaba inyectado en adrenalina.

—Pásale, Lulú, pásale —dijo.

No sé por qué, pero repentinamente me sentí como una universitaria entrando a la casa del profe con el que fantasea. Teo tenía la tele en mute. Su saco colgaba como un monigote en el respaldo de un sillón.

Me senté en el filito de la cama y le pregunté cómo estaba, le dije que qué bien que me había llamado otra vez. Realmente me daba gusto, es un tipo agradable y buen amante. A Teo le gusta recibirme con un beso en los labios. Un piquito de novios de lo más cursi, pero que lo define muy bien. Sin embargo, a pesar de su toque romántico, sabe muy bien que vamos a lo que vamos. No se complica. Digamos que mientras corre el reloj y su dinero es saldo conmigo, vive la fantasía. Pero hasta ahí.

Teo se traía un cuento. Un amigo ingeniero le había traído, directamente desde las costas de Venezuela, un coctel de moluscos y crustáceos que en tierras tropicales llaman rompecolchón. Un afrodisiaco natural, como claramente indica semejante nombre.

—Haz de cuenta que reutilizan un frasco de mayonesa y lo atiborran de bichos de mar con vinagre y una salsa de tomate medio picosa —me explicó Teo—. Se supone que es para, bueno, tú sabes.

Asentí, ayudándolo a quitarse los pantalones.

—Me lo comí hace una hora —prosiguió.

Le acaricié el paquete por encima del bóxer. Estaba caliente. Cálido, mejor dicho.

—¿Y está funcionando? —pregunté con toda la intención.

Alzó los hombros y me sonrió. Acarició mi cabello y mi espalda. Fue entonces cuando empecé a besarle la barriguita. Sabía que le daba cosquillas, pero se aguantaba porque daban más gusto que disgusto. Le lamí el ombligo y fui deslizando la punta de mi lengua por su pecho, por su cuello.

Nos besamos. De pronto algo se apoderó de él. Me tomó por los hombros. Sus dedos de lava se marcaron en mi piel congelada. Su pene se había amplificado. Emitía un calor increíble. Pegué mi cuerpo al suyo, buscando contagiarme de esa energía. Como en cámara lenta, fuimos desplazándonos hacia la cama. Descendimos sin prisa y nos precipitamos el uno sobre el otro. Para mí, que con el frío de la calle, me sentía como de hielo, era cuestión de imaginarme que me derretía entre sus manos. Sus dientes atraparon mis labios y aplicaron la presión justa para detonar un abanico de sensaciones. Cerré los ojos, gemí y todo mi cuerpo se sintió invadido de un deseo ardiente. Hundí mis dedos en sus cabellos lisos y arañé su cabeza. Él bajó su cara hacia mis pechos y besó mis pezones con ternura. La punta de su nariz pintó una línea de calor entre los dos domos de piel erizada. Mi cadera se sentía atraída hacia la de él. Su pene causaba estragos en mi interior, devastando milímetro a milímetro mi umbral húmedo y jugoso.

Le rasgué la espalda cuando no pude más y él acabó, empujando e inyectando su miembro gordo más hondo dentro de mí.

Exhaustos y empapados en sudor, nos abrazamos como si hubiéramos pasado una experiencia divinamente traumática juntos. Después de un rato, me levanté para ir al baño y lavarme la cara. Regresé a la cama y encontré a Teo listo para un segundo round. El menjurje venezolano funciona. Si seguíamos a ese ritmo, los del motel iban a tener que reponer el colchón.

Un beso, 

Lulú Petite

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