“Como pez en el agua” Por Lulú Petite

13/11/2014 04:00 Lulú Petite Actualizada 07:31
 

Querido diario: 

Con el tiempo esas fiestecitas se hicieron la especialidad de El Hada y, desde luego, un negocio muy rentable. Había muchas personas conocidas, gente famosa de todos los ámbitos, empresarios, deportistas, gente de la farándula y de la polaca, hombres muy atractivos y mujeres guapísimas.

Era algo así como esos changarros que organizan fiestas con payaso, pastel, mesitas, sándwiches, globos y demás cosas incluidas, pero con puro material para adultos. Allí todo era posible y el sexo el plato fuerte. En esa época me cae que parecía máquina de coger. No sé a cuántos me aventaba al hilo, así, uno tras otro como en fila india.

Claro, eran otros tiempos. El dinero circulaba, la gente gastaba. Se ganaba muy bien y, a decir verdad, eran fiestas entretenidas. Además, nos pagaban por divertirnos y estar disponibles. De hecho, de eso se trataba, de estar disponibles, como todo lo bebible, lo comestible, lo fumable; éramos parte de un menú exótico para gustos caros. No estábamos obligadas a acostarnos con nadie y, si queríamos, podíamos simplemente adornar la fiesta bebiendo y comiendo lo que había a libre disposición. El caso es que si no te cogías a nadie, no cobrabas y, aunque las pachangas por sí mismas eran buenas, no íbamos allí por reventadas, sino para hacernos de una lana. Dicho de otro modo, no éramos parte de la fiesta, sino del bufet.

En esas reuniones siempre nos acompañaba una chica enviada por El Hada que, con discreción, tomaba nota de con quiénes nos metíamos cada quién, y era la encargada de hacer cuentas. Fulanita se había tirado a tres, Menganita a cuatro, Perenganita a uno, Zutana a seis. Si alguna se iba invicta, no le tocaba ni para sus chicles y a la que se había ponchado a más, salía bien forrada de billete.

Al terminar la fiesta, se le pasaba la cuenta al organizador. Generalmente pagaban de inmediato y de contado. Cuando eran muy buenos clientes y habían sido fiestas grandes, se arreglaban directamente con El Hada y le hacían llegar sus chequesotes. De esos con muchos ceros. Eso sí, a nosotras siempre nos pagaban lo que nos tocaba antes de irnos a dormir.

Con un sistema como ese, obviamente las fiestas se volvían auténticas cacerías. La que tuviera las orejitas más picudas, los bigotes más zalameros y la colita más parada, era la que más clientes se agenciaba. En cuanto llegábamos a las fiestas, no había amigas ni compañeras, cada una sacaba las uñitas y trabajaba para sus propios intereses, así que era una onda de ponerse a putear de una manera que da escalofríos. Las más zorritas y exuberantes, veían a sus presas desde que llegaban, sacaban las chichis, apuntaban los pezones a sus objetivos y atacaban directo a sus pantalones.

Muy pocos caballeros se resisten al cañonazo bien dirigido de un par de buenos silicones embarrándose en su camisa. En unos cuantos minutos, todo eso era un mete y saca a diestra y siniestra. Sexo por todos lados. En los sillones, en las mesas, en el piso. Las recamaras eran sólo para los demasiado pudorosos.

Por eso yo prefería los servicios privados, nomás entre un cliente y yo. Tenía varios asiduos así, a los que les gustaban las mujeres chiquitas y le huían a las emociones fuertes. Los que preferían que nos viéramos muy jóvenes, bajitas, delgaditas y, sobre todo, que no se nos notara el oficio hasta en el modo de andar. Generalmente eran señores amables, con los que me podía manejar con muchísima más naturalidad. Llegaba, nos dábamos nuestros buenos besotes, le daba su masajito y hacíamos el amor.

“El amor”. Como si el amor fuera algo que se hace. El amor está hecho desde siempre y no necesariamente tiene que ver con sexo. Cuando se trata de coger, eso de hacer el amor es más una cursilería que inventaron para vender flores y chocolates. De todos modos, a un cliente le encanta pensar que le estás haciendo el amor cuando te lo coges.

Claro que todo es actuado, pero bien dicen que el mejor actor es el que sabe meterse en su papel y muchas nos metemos. Si ya estás colgada del guayabo, al menos cierras las pestañas y lo disfrutas. Le agarras gusto, ritmo, cariño. Al menos como para que cada cliente se vaya con la idea de que te ha provocado un espléndido orgasmo. No todos lo consiguen, eso no importa, lo que vale es que se vaya con la idea de que te puso la cogida de tu vida.

Me la pasaba bien en esos servicios y casi siempre quien me pedía una vez, volvía a pedirme. Tenía clientes buenísimos y me sabía manejar muy bien en el ambiente, creo que una de mis virtudes, además de coger rico, es que sé escuchar.

Claro, todo eso no lo aprendí de la noche a la mañana. Cuando empecé, me temblaban las piernitas y me daba un miedo terrible cada que me metía con un señor que no conocía. Fue un buen rato de refinamiento antes de aprender a moverme en este rollo como pez en el agua.

 

Un beso

Lulú Petite

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