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13/08/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 03:00
 

QUERIDO DIARIO: Lulú es mi nombre de batalla. El nombre con el que me identifico. A diferencia del que te pone el juez o el cura, el de guerra es un nombre que tú escoges. Uno pensado nada más para que el cliente sepa con quién está tratando, a quién va a convertir en su amante de un ratito. Una palabra para llenar las presentaciones: 

“Hola, soy Lulú, mucho gusto”.

¿Cómo escogí el mío? Francamente, Lulú fue lo primero que me vino a la cabeza al llenar la línea de “nombre” en el formulario de mi anuncio en internet. Como ya había otra Lulú y yo estoy chiquita, le agregué Petite. Por eso me da risa cuando alguien se pone serio y me dice Lourdes, como si ese fuera mi nombre. Lo bueno de un nombre falso es que no es diminutivo de nada. De todos modos, con el paso del tiempo te apropias del nombre de guerra y, ahora, soy completamente Lulú y le he agarrado cariño a esta identidad, que sirve de antifaz para mi doble vida.

Lo curioso es que, aunque parezca que no, el nombre importa. Hay a quienes no les pasa por la cabeza que mi nombre sea distinto al que uso para trabajar y también hay clientes que me lo cambian a su antojo.

Fernando, por ejemplo. Un buen cliente, caballeroso y dulce. Hace unos días me citó, como siempre, en la misma habitación del mismo motel. En el preámbulo es extremadamente metódico. Dobló su pantalón, colgó su camisa, se lavó las manos y me pidió ayuda para colocarse el condón. Luego se desató y comenzó a acribillarme con su pene. Lo hace muy rico cuando está encima. Esa vez empujó con bastante fuerza, apoyando su mano en las mías con los dedos entrelazados. La cama rechinaba con sus embestidas. Su cuello se estiró cuando estaba a punto de venirse, parecía un lobo que aúlla. En cierto modo fue así, pero el nombre que aulló no era el mío, sino el de una tal Vanessa. No sé quién es Vanessa, que se llevó los créditos de aquel orgasmo, pero le brotó de la garganta con tanta sinceridad, que era más una declaración de amor, que un desahogo.

No hice preguntas. ¿Para qué? ¿Verdad? Es mejor el misterio.

Quizás Vanessa es la mujer que le partió el corazón, su verdadero amor o está muerta o ni siquiera existe. En fin, la curiosidad no existe en un trabajo en el que se escucha lo que te cuentan, pero no se escarba ni se hacen preguntas.

También está Javier. Él es un abogado que requiere de mis servicios cada vez que, como dice él, le “está temblando el pulso”. Cuando nos vemos sé que antes de comenzar me explicará la trama del día.

—Hoy te llamas Sasha y yo Max.

Javier no sólo me llama de una manera distinta cada vez que nos vemos, sino que él también entra en el juego de cambiar de identidad. No sé si eso influya, pero la verdad es que al interpretar otros nombres algo pasa en nuestro interior. Salen cosas que no pensabas que eran tuyas. 

Debo admitir que sus dedos hacen maravillas. Nunca nadie debería subestimar el talento de un hombre con buen pulso. Si le tiembla de vez en vez, no pasa nada. Sus dedos siempre tendrán el toque, aplicarán la cantidad de presión adecuada. A él le gusta que yo vaya encima y que agite mi cabello en su cara. Su miembro ascendía entre mis piernas mientras él pellizcaba mis pezones como solamente él sabe hacerlo. Mis nalgas colisionaban contra sus testículos, una sensación que me encanta. Culminamos la faena con un beso de lengua y mordiscos en los labios. Sabía a sal.

Es común que algunos clientes te pidan algo especial. Trae ropa interior de algodón blanco, vístete de rojo, píntate las uñas de negro, ponte tacones. Hay algo en ciertas características de la mujer que un hombre desea. Algo que los incita a aflorar sus más profundos deseos. Una de esas cualidades es el nombre. Supongo que por eso me han llamado de mil formas: Daniela, Patricia, Lula, Lulys, Lala, Loly, Lola. Yo sigo el juego, pues no es más que eso. Mi identidad no se confunde con mi personalidad, ni viceversa. Al fin y al cabo, dentro y fuera de la cama, conservo mi cara y mi cuerpo.

El nombre es importante, puede ser parte de la fantasía. Tengo un cliente, por ejemplo, que no me llamó porque le gustaran mis fotos, ni por algo especial en mis características físicas, sino porque me llamo Lulú o porque así digo que me llamo. Para el soy Lulú, como el amor de su vida, otra Lulú a la que no ha podido olvidar, una mujer a la que amó, pero que por alguna razón no está como yo, con las piernas abiertas, recibiendo toda la virilidad de ese hombre, tierno y delicado, cuyas ganas calma haciéndome el amor de vez en cuando y diciéndome al oído una y otra vez, mientras me penetra y hasta que su voz se ahoga en orgasmo: Lulú, Lulú. Lulú… Lu… lú.

 

 

Hasta el martes

Lulú Petite

 

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