Beatlemaniaco

Sexo 13/07/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:01
 

Querido diario: A Octavio lo conocí en Monterrey, pero por pura casualidad, porque es tan chilango como las quesadillas sin queso. Vive en Santa Fe. Es un sesentón viudo y bien conservado, con mucha personalidad y un don para relacionarse con la gente. Está en el medio del espectáculo y en alguna ocasión coincidimos en la Sultana del Norte. Nos la pasamos bien y supongo que por eso, de vez en cuando me llama.

Su vida siempre ha sido el trabajo. Dice que algunas personas le han recomendado retirarse, descansar, pero está seguro de que se secaría como una plantita del puro aburrimiento. Piensa que el propósito de la vida es ser productivo.

Octavio siempre anda muy bien vestido. Es un hombre coqueto y, como tal, cuida hasta el último detalle de su apariencia. Un traje impecable, camisa blanca, de mancuernillas, pañuelo haciendo juego con el color de su corbata, fistol en la solapa y un delicioso aroma, creo que era Chanel para caballero. Cuando un hombre huele bien, tiene con eso ganada mi disposición a un mejor sexo.

Es de esos hombres maduros con mucha vitalidad. Siempre está al día de las tecnologías, del cine, de la literatura, de la moda. Tiene un gusto musical muy educado y una cultura general arrolladora. Conversar con él es fascinante. Estaba muy emocionado porque alcanzó a comprar muy buenos boletos para el concierto que va a dar Paul McCartney, en octubre, en el Estadio Azteca. Son lugares en la cancha y cuando me dijo el precio casi me voy de nalgas.

En principio, me parece escandaloso que alguien pague por un espectáculo de unas horas lo equivalente al salario mínimo de un año, pero ni modo, siempre he dicho que lo caro o lo barato de las cosas no está en su precio, sino en el bolsillo de quien las paga.

Nos desnudamos poco a poco. Lo último que le quité fueron las gafas. Cuando me incliné para colocarlas sobre el tocador, me tomó por sorpresa. Estaba bien cachondo y con ganas. Me llenó la espalda de besos muy ricos. Sentí su miembro duro y palpitante, estrujándose contra mis nalgas. Su aliento tibio en mi nuca. Lamió mi oreja y mi piel se enchinó de inmediato. Octavio deslizó sus manos por mi pecho y amasó mis tetas, sosteniendo su peso suspendido sobre las palmas de su mano. Mis pezones, botoncitos de placer, sensibles al tacto, encajaron entre sus dedos gruesos. Me encantaron sus besos tiernos en mis hombros. Volteé y encontré su lengua con la mía.

 

Le alcancé un condón, que se colocó en un santiamén, y me acomodé junto a él, alzando una pierna de costado y mirándolo a los ojos, como diciéndole telepáticamente: “Cógeme. Cógeme ya”.

Entró en mí despacito. Su miembro grueso hizo el camino de ida y de vuelta, varias, infinitas veces, primero lentamente, luego cada vez más rápido, más fuerte. Me coloqué encima y me acuclillé apoyándome con las manos en su pecho. Él insistía desde abajo, proyectando su cadera en ángulo hacia arriba, penetrándome hasta el fondo, empujándome su garrote tieso y venoso a punto de erupción.

 

Gemí. Él me apretó delicadamente por la cintura, atenazándome en la curvatura de mi espalda y hundió lo que Dios le dio, con fuerza. Lo sentí bien adentro, pulsando y bombeando. Yo me clavé aún más y apreté para darle placer extra. Mi cuerpo sudoroso cayó rendido sobre el suyo. Estábamos vaciados y saciados. Mi cabello suelto cubría su rostro, pero a él no parecía importarle. Se dejaba envolver por el aroma, con los ojos semiabiertos y la respiración cada vez más serena. El silencio reinaba en la habitación.

Octavio se metió a la artisteada por los Beatles. Cuando le comenté que me parecían muy caros sus boletos, me contó que tendría nueve o diez años la primera vez que los escuchó. Eso le cambió la vida. Buscando música de los Beatles, comenzó, desde niño, a meterse a conciertos, a hacerse amigo de artistas, a cargar bocinas y limpiar instrumentos. Para cuando le llegó la edad de aprender a tocar uno, ya estaba tan encanchado tras bambalinas, que se quedó allí

Estar detrás del espectáculo es hacerlo posible. Para que una persona esté en el escenario, llene un teatro e interprete algo que llegue al alma de la gente, se necesitan muchas manos, talentos y corazones apoyándole. La industria del espectáculo, dice, es la mejor, porque existe para fabricar sonrisas. Y todo eso le pasó a él gracias a aquella mañana en que escuchó por primera vez a los Beatles.

—¿Cómo no hacer lo posible por estar cerca, si todo lo que tengo y lo que soy, se lo debo a lo que ellos me inspiraron? —Dijo imperturbable.

 

Hasta el martes

Lulú Petite

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