No quise despertarte

13/03/2014 03:00 Lulú Petite Actualizada 08:08
 

Querido diario: 

Regresé a la habitación cerca de la una de la madrugada. Me había tomado varios mojitos, que sin llegar a borrachera, me habían entusiasmado. Es inusual que cuando estoy trabajando tome. Es una regla que rara vez rompo, pero me sentía muy cómoda en la conversación y las cosas se fueron dando por sí solas.

Entré a la habitación con discreción, haciendo el menor ruido posible por si Néstor estaba ya durmiendo. De cualquier modo se despertó y me dedicó una mirada de saludo, decorada con esa sonrisa que es, probablemente, uno de sus principales atractivos.

No sé si fue la playa, el sonido a lo lejos del mar golpeando contra la arena, la luz de la luna iluminando todo tenuemente, o simplemente efecto de los alcoholes, pero en ese momento Néstor me pareció un hombre extremadamente atractivo. De esas veces que sientes un subidón tremendo de adrenalina y de pronto ya estaba caliente como horno de panadería.

Recordé entonces que le debía a Néstor su cogida de esa noche. Igual fue él quien decidió que estuviéramos hasta tan tarde con sus amigos en la sobremesa y también fue él quien me pidió que me quedara con ellos cuando decidió subir a dormir, pero ¿qué más da? Yo tenía ganas de coger y, además, es mi trabajo.

Lo peor que podía pasar era que realmente el hombre tuviera mucho sueño y no le apeteciera hacer el amor a esas horas, pero nada perdía con intentar ser profesional y, de paso, calmar mi calentura.

Me quité el vestido frente a él, solté el broche de mi sostén y lo puse en el tocador, dejando mis senos al aire. Me acerqué a la ventana, para que la luz exterior iluminara un poco mi silueta desnuda, acaricié mis senos y, sin decir palabra alguna, me metí a la cama con Néstor, le di un beso cariñoso en la comisura de sus labios y puse mi mano en su pecho, como abrazando a un enorme osito de peluche.

—No quise despertarte, dije fingiendo que mi inocente propósito era dormir, pero ofreciéndole los labios para que los besara. Néstor no titubeó ni un segundo. Su boca se entreabrió con delicadeza y se comió la mía.

El beso pronto se convirtió en abrazo, sentí sus manos acariciarme el cuerpo, apretarme las tetas, estrujar mis pezones, agarrarse de mi cintura. Sentí entonces su erección rosando mi vientre; de esas ocasiones en que sientes cómo la sangre se convierte en una especie de miel que te corre por las venas endulzándolo todo, estimulándote, despertando cada molécula en tu cuerpo para ponerla al servicio del placer.

Le tomé el miembro rígido y comencé a acariciarlo. Nunca había visto a Néstor tan atractivo. Me arrodillé sobre la cama y bajé por su cuerpo trazando una ruta de besos hasta su sexo. Olía a jabón, como siempre, y estaba rígido y tibio; listo para saciar mi apetito. Le puse un condón con la boca, él tomó mi cráneo y con sus manos en mi nuca me jaló hacia su cuerpo haciendo que su erección entrara suavemente por mi garganta. Se la chupé un rato, pero de pronto no pude más, era mucho el deseo, de modo que me incorporé y empuñando su miembro rígido lo apunté a mi entrepierna y, en cuclillas, me fui clavando hasta sentirlo en mis entrañas.

Apoyé mis manos en su pecho y comencé a moverme cadenciosamente, hacia abajo y hacia arriba, sintiendo cómo su miembro acariciaba, al ritmo de mis movimientos, mis labios vaginales y mi clítoris. Me dejé entonces caer de rodillas y, sin dejar de moverme, con sus manos en mis nalgas le di un beso pleno, pasional, delicioso. Él comenzó a moverse al mismo paso que yo, como si estuviéramos bailando sobre la cama y supiéramos la mejor coreografía para transformar nuestros movimientos en placer.

—Me vengo, me advirtió. Apreté la pelvis y acelerando las sacudidas de mi cadera, sentí cómo un orgasmo me inundaba las venas y llevaba esa torrente blanca repartiendo placer por todo mi organismo, cerré los ojos y sentí cómo, al mismo tiempo, el miembro de Néstor palpitaba bruscamente y disparaba en el preservativo la carga que lo haría también gritar en un placer pleno.

Después de asearnos, nos recostamos y nos quedamos en silencio mirando al techo hasta que el sueño nos venció.

—¡Lo sabíamos!, dijo Daniel entusiasta cuando confirmó que los había visto a él y a su tía amándose en la puerta del elevador. Me quedé pensando en eso antes de dormir.

Supongo que me calentó la historia que me contaron cuando la tía regresó a la mesa. No es su tía, me aclararon, pero es como si lo fuera. Se conocen desde que Daniel era un niño. Vecinos de toda la vida, cuando ella se divorció, Daniel era un adulto joven. Poco a poco las cosas se fueron dando hasta tener esta relación abierta, salvaje y profundamente erótica. Son swingers y viven su sexualidad con mucha intensidad, sin exclusividades, celos ni imposiciones.

Me gustó la complicidad que tienen y la forma en que ella, varios años mayor, conserva esa sensualidad y pasión que le permiten mantener a un hombre tan atractivo comiendo de su mano. Supongo que la conversación me puso a tono, por eso subí con Néstor con tantas ganas de complacerlo.

Hasta el martes

Lulú Petite 

 

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